Preámbulo
Cuando los cuentos de hadas pertenecían a la familia, tenían la función de alertar a lxs más jóvenes sobre las duras realidades de la vida. Caperucita roja, por ejemplo, era la manera en la que se trataban temas como la menarquía, la primera muestra del desarrollo sexual en las niñas y, por supuesto, el riesgo de ser violadx por un extraño cuando se está fuera del cuidado de los adultos de confianza. Este tema del abuso y la explotación, por cierto, también está presente en las primeras versiones de Hansel y Gretel; de hecho, es su eje central.
Con la modernidad, y la masificación industrial, los cuentos se convirtieron en “herramientas del sistema” y dejaron de presentar la realidad social en su crudeza, para quedarse en esta superficie plana y estereotipada que termina con el tan conocido imposible “y fueron felices para siempre”. Dicho en corto, adoptaron el estilo kitsch; se volvieron una (des)representación inolora, incolora e insípida de la la vida humana. Hoy en día es Disney la corporación que ostenta el primer lugar como distorsionador de realidades sociales para la familia de hoy. Hollywood, por su parte, es la maquinaria que, además de crear, distribuye a nivel mundial estos anestésicos para crisis existenciales.
Sí, la vida es, por encima de todo, injusta. Las mujeres, los negros y los gays, por ejemplo, siguen estando por debajo de los hombres anglosajones. Las inequidades de género, por mucho día de la mujer y mucha revolución femenina, son una de las mayores vergüenzas para este proyecto errático llamado Humanidad. Justo en este momento de la historia humana, vivimos una crisis existencial como nunca antes; las seguridades prefabricadas, todos esos guiones que orientaban a los individuos han perdido el poder de dar sentido a nuestra vida. En cierta medida nos sentimos sólo frente a un mundo cada vez más complejo y difícil de comprender.
Sólo vean la cruzada desesperada de Benedicto XVI. Primero dando declaraciones disparatadas sobre el abuso sexual por parte del clero, ahora diciendo que usar condones es un mal menor. Fuera de esa colonia llamada Latinoamérica, al mundo le importa un pito lo que diga este señor en vestido blanco y zapatillas rojas. En Inglaterra hasta su gente hizo protestas para recibirlo (v.g. las monjas pagaron publicidad para quejarse de su posición subordinada). En España, la otrora católica, fue recibido entre frialdad estatal y una organizada resistencia liderada por la comunidad LGBT.
La burla
Ante tanta turbulencia, supongo que resulta reconfortante saber que Hollywood nos continua brindando el sedante que, por unas horas, nos hace creer que la realidad puede ser bella, buena y justa, precisamente por ser como es: injusta y desigual debido a la dominación masculina.
La trama y el desenlace se lo pueden imaginar. Es la típica historia de la muchacha «que lucha» por convertirse en estrella; se va a Los Ángeles (¿dónde más?) y allí pasa las aventuras que la “hacen madurar” hasta el acostumbrado “y fueron felices para siempre”. Por supuesto, su historia se entrelaza con la de otros, para dar esa sensación de que todo tiene sentido y se dirige hacia el bienestar y la justicia.
De los puntos que más me llaman la atención en esta puesta en escena de la moral del capitalismo tardío destaco los siguientes:
Primero, las mujeres son objetos sexuales para el disfrute de la mirada masculina. De nuevo, todo gira en torno a la posición subordinada de las mujeres. Sí, trabajan, pero como cabareteras. Sí, logran salvarse, pero usando sus artes de seducción para obtener dinero de un hombre poderoso que las ayuda… frente a otro hombre poderoso. Se repiten además todos los lugares comunes asociados a la feminidad: la emocionalidad, la maternalidad, la búsqueda del príncipe azul. Sólo quieren cantar y entretener, y su brillo sólo cobra sentido cuando tienen la aprobación del hombre que aman. Son independientes, por eso se las muestra enamoradas, casándose, pero no teniendo hijos. De hecho, se insinua el aborto como solución para continuar la carrera. Frente a la muchacha que vomita, Cher dice “no me digas que tienes gripe”, la otra se toca el vientre y Cher responde “¡dime que tienes gripe!” La escena es aislada, y nunca sabemos que pasó con ese embarazo. Así que es legítimo suponer que abortó.
Por cierto, lo más curioso es que en esta película no hay malos. El hombre poderoso que quiere comprar el cabaret para echarlo abajo y construir condominios no es moralmente cuestionable, es simplemente “el incorrecto” para la doncella. Así, la película legitima esa práctica común de corporaciones grandes haciendo todo lo posible para comerse a las más pequeñas (es así como funciona la sociedad ¿no?). El mensaje que se nos presenta es “eso está bien para ti, y yo te voy a resistir haciendo grande a la corporación que quieres comerte”. Es muy curioso. Incluso en el plano individual, la otrora mala es simplemente una adversaria que hace comentarios venenosos que nunca pasa a la acción. No es “mala-mala”, como diría una amiga, o como nos enseñan las telenovelas latinoamericanas. ¿Mencioné que en la vida real la asistente de Gabriela Spanic intentó asesinarla, a ella y a su familia, poniendo arsénico en las comidas?
Sólo como anécdota que muestra que los intentos por suavizar la realidad cada vez son más osados: cuando salimos de la película fuimos a cenar y luego a un bar, quizás animados por las imágenes del Burlesque Lounge. Como en la película, vimos a lxs performers doblar las canciones de moda (Nadie en la vida real quiere esos actos inéditos como los que salvan al Burlesque Lounge; además son económicamente imposibles de montar para los microempresarios). Viendo uno de los actos, comenzamos a toser, irritados. Todos los asistentes tuvimos que salir del local. “Alguien” había rociado gas pimienta y, por supuesto, se sospechaba de un travesti que se desquitaba del dueño del local. Ciertamente, las cosas tienen otra dimensión fuera del cine hollywoodense.
La segunda idea es derivada de la anterior. No es casual que sea Cher la protagonista. Tiene 64 años y una suerte increíble con la cirugía plástica. Ella ha declarado que se debe a su público y que usa todo lo que esté a su alcance para complacerlo. Le “exigen” estar bella y ella usa la tecnología para eso. Al menos eso dice. Desafortunadamente, por cada Cher hay miles de mujeres que en su afán por “darse” a su público terminan perdiendo la dignidad, conviertiéndose en marionetas de las presiones sociales para ser “bellas”. Ellas han inaugurado un nuevo ideal estético, antes reservado a lxs transgéneros.
Debo aclarar acá que el problema no es hacerse cirugías plásticas; si tan sólo fuese un deseo genuino yo, en lo particular, no tendría nada contra de este tipo de operaciones. El problema es que la obsesión por la belleza es para ser aceptadas, queridas, amadas; para convertirse en las muñecas que todo hombre heterosexual quiere tener. Los hombres anglosajones quieren tetas grandes (los latinos prefieren el culo pero eso a las latinas no les importa) y labios carnosos a ver si, por fin, hacen mejor el sexo oral.
Antes de las cirugías, por supuesto, lo más importante es aprender a maquillarse. Por eso hay una tierna escena donde Cher le enseña a Christina cómo hacerlo; pobre, su mamá murió antes de que pudiera darle esta valiosa lección.
Para terminar les recomiendo que vean Chicago, es la película que satiriza todos los temas que Burlesque quiere opacar y naturalizar.