A riesgo de sonar disonante, voy a ser estrictamente sincero con mi lectura de la visita de Jon Lee Anderson a Venezuela. Para ir directo al grano, tengo sentimientos encontrados con el personaje. Por un lado, admiro la rigurosidad de sus trabajos periodísticos y de sus perfiles biográficos,generosos en datos duros y reflexiones a pie de página. Por el otro, difiero de su óptica etnocéntrica,egocéntrica y epidérmica a la hora de tratar ciertos temas.
De tal modo, si la biografía del Ché es uno de los eslabones más altos en su carrera, “La Caída de Bagdad” resulta un libro entre prescindible,anecdótico y esquemático, bajo una óptica de antropólogo inocente, bien cercano a la ramplonería moralista de Vargas Llosa en el medio oriente.
A fuerza de combatir cualquier posición maniquea en la región, acaba por reafirmar teorías de manual en blanco y negro, de terroristas malos versus demócratas buenos. Por tanto, su aporte es limitado en muchos sentidos. Por decir algo, Slavoj Zizek se lo llevaría por los cachos en tres párrafos. En la comparación con Gunter Wallraff, sale perdiendo de calle. A menudo se le equipara con el fallecido Kapuscinski(una exageración publicitaria alentada por editorial Anagrama), pero todavía le falta. Aun así, ambos comparten metodologías, proyectos de vida y alcances futuros.
De hecho, por razones del destino, visitaron Caracas en momentos diferentes para ofrecer sus lecciones magistrales al cándido y condescendiente público venezolano, presto a rendirse a los pies de los nuevos ídolos de barro y a celebrar de manera ciega la impronta de los santos laicos ante el derrumbe de la mitología canónica.
Mientras el país se nos cae a pedazos en la cara, nos gusta guardar la compostura y ser benevolentes con el modelo del intelectual extranjero, aunque en realidad sus palabras lluevan sobre mojado, escondan verdades de perogrullo y descubran el agua tibia del conocimiento local.
Mutatis mutandis, recuerdo haber sufrido una gran decepción con la ponencia de Kapuscinski en la CAF, donde la mayoría tomaba nota con la atención de un alumno obediente de quinto grado. Pero en efecto, más allá del cotilleo y el curioso ánimo de exhibicionismo criollo, la contribución era escasa. Prefiero los libros del señor.
Salvando las distancias, me ocurrió lo mismo con el Jon Lee Anderson del 2010, con un pequeña distancia con el pasado. El de ahora me cayó mejor. El de antes lo encontré arrogante,a la defensiva y soberbio frente al menor asomo de crítica.
Aquella vez fue invitado por la revista Contrabando para hablar en Ateneo de Caracas. Hoy Contrabando desapareció del mapa y el Ateneo cambió de sede, por la actitud hostil del gobierno. En paralelo y por cuestiones del azar, el autor regresa de la mano de una Fundación condenada y perseguida por el estado.
En consecuencia, reconocemos su acto de solidaridad para con el gremio y los integrantes de la aludida institución.
A pesar de las barreras y los obstáculos, Jon Lee Anderson llegó a tiempo para cumplir con sus compromisos y darle respaldo a sus colegas. En dicho contexto de crisis, debemos situar y enmarcar la celebración del evento de marras, dividido y segmentado en dos fracciones.
Paradójicamente, ello terminaría por establecer y marcar una distancia del cielo a la tierra entre una y otra de sus comparecencias. En principio, la intervención de la mañana no tuvo desperdicio. Fue amena, dinámica, chispeante, esclarecedora, coherente y contagiante, gracias también a la moderación de Boris Muñoz, quien aprovechó para romper el hielo, gastarle bromas al mito viviente y desarmarlo con preguntas incómodas, con el objeto de profundizar en su arte y en su obra.
La ironía del asunto quedaba clara: el maestro de los perfiles del poder, caía preso de su propio sistema al ser entrevistado o “perfilado” por su “coanfitrión” en escena, carente de poses autoindulgentes y comentarios acartonados.
Por ende, se impuso un relajado ambiente de tertulia e informalidad, tendiente a revisar el objeto de estudio con ojos de analista posmoderno. Es decir, con espíritu de cuestionamiento y comprensión, sin asumir el discurso del invitado como letra muerta. Incluso, hubo oportunidad de enfrentarlo cara a cara a través de la sesión de preguntas y respuestas. Cada cual podía sacar sus conclusiones y extraer una lección del diálogo en un espacio abierto al sano debate
Por desgracia, la charla magistral de la noche oscureció el desempeño de la función precedente, al pecar de solemne, protocolar y monacal, casi en plan de cadena, de exposición universitaria improvisada con blog de notas, de sermón de manual plagado de lugares comunes, afirmaciones temerarias y consejos discutibles, como de Miss Venezuela.
Si la solución para la pobreza es la educación y las bolsas de comida de Lula, pues nos conformamos con las alternativas a la carta de la Mesa de la Unidad,la juventud AD y el PSUV.
Semejante anacronismo definió la agenda de una presentación olvidable,superficial y contradictoria, al extremo de parecer demagógica e hipócrita.
Se nos hablaba de forma binaria de las ciudades fortaleza, precisamente desde una ciudad fortaleza,la del IESA. Se discurría alrededor de la desventura de la favela como fenómeno de América Latina, pero a puerta cerrada y a la distancia de nuestras villas miseria, y de paso, ante una audiencia uniforme de la república del este, donde el desheredado de la tierra brillaba por su ausencia.
Con pinzas, se pudieron rescatar un puñado de frases y sentencias lapidaras por vía de Twitter. Sin embargo, tampoco fueron distintas al panorama habitual y al promedio conceptual de las crónicas de Jon Lee Anderson, quien se mostraba divagante e improvisado. De seguro, aquí el ambiente no lo favoreció.
Definitivamente, lo suyo no es pararse delante de un estrado a despacharse una arenga de hora y media, con un desenlace anticipado y reaccionario,apegado y aferrado a ideas manidas, como la de la satanización al materialismo y al consumo, al estilo del presidente Chávez. Todo lo cual contrasta con su imagen impecable y con la de algunos miembros del público, así como se viene abajo al equipararse con las lecturas sobre el tema efectuadas por Lipovetsky, Vicente Verdú,Bauman y Mafesolli, empeñados en reivindicar el lujo y la existencia líquida del tiempo presente.
Ahí Jon Lee Anderson me resulta un dinosaurio peligrosamente cercano a la pedagogía trasnochada de los profesores de la Universidad Bolivariana. Ahí Jon Lee Anderson coincide con nuestro Parque Jurásico.
Por fortuna, sus libros son mejores y lo redimen.
Al final, me quedo con ellos(a pesar de sus mea culpas y complejos de superioridad).
La charla terminó entre toses y huidas por la derecha al estacionamiento.
Los fanáticos aguardaron para tomarse la foto con el San Nicolás de nuestro diciembre cultural.Mañana las veremos por Facebook.
Bienvenidos a Favelandia.
Un país de caramelo.