Pues sí, amigos, en estas estamos en Venezuela: discutiendo « si es una buena idea » regular contenidos en Internet. Supongo que en el futuro discutiremos la relevancia de la lapidación como vía para reforzar los derechos humanos o la quema de libros como método pedagógico. Pero bueno, bien podríamos estar discutiendo absurdos como el « sexo sorpresa » (que no es, como yo pensaba, lo que le pasó al protagonista de « El juego de lágrimas », Crying game, cuando su « novia » se terminó de desnudar).
Ya he dado mi opinión al respecto: Discutir la intolerancia y la represión es darle un sustrato lógico a estas acciones, aceptar que tienen un asidero racional y que debemos « desmontarlo » o « argumentar en su contra ». Esto es caer en la ópera bufa de simulacro democrático que hemos jugado durante los últimos años, donde se supone debemos desmontar los sofismas más disparatados (« se negó la concesión », no es lo mismo que « se cerró ») en los cuales cualquier apelación a la ciencia ni siquiera mella el argumento contrario (no hay prueba alguna de la relación entre un « videojuego violento » y un acto de violencia; pero nuestro sofista sigue « creyendo que a él le parece que no está muy seguro de eso »).
Sólo logramos ser los payasos que el gobierno señalará como evidencia de que acá sí hubo una discusión democrática, de que el « ágora » expresó la diversidad de opiniones y puntos de vista y que, al final, nuestros gloriosos representantes en la Asamblea Nacional deliberaron con el poder representativo que les confiere la política. La conclusión es que Venezuela, invocando su soberanía y su derecho a la autodeterminación, ha decidido, a través del diálogo consensuado, que acá se va a censurar, cerrar o prohibir, tal cosa.
Es decir, en vez de discutir hasta dónde se debe tolerar la intolerancia, terminamos discutiendo si es una buena idea meter seres humanos en trenes y llevarlos a « campos de reeducación ». Conmigo no cuenten para darle legitimidad a esa discusión.
Lo que me lleva entonces a escribir esta nota es la reacción, predecible, de ciertas bitácoras abiertamente afectas al gobierno, capaces de rasgarse las vestiduras cuando la policía asesina civiles pero incapaces de la más mínima compasión cuando periodistas son molidos a patadas en las calles de Caracas.
Esa preocupación, exclusivamente relativa al contexto y al « grupo » con el cual se identifican los autores, pero jamás relativa a los aspectos legales o a los derechos individuales de todos los venezolanos, nos prefigura el tipo y la calidad de la « discusión » por venir.
En la nota del apparatchik extraordinaire Luigino Bracci, usted verá su increíble desespero ante la (fantasía) de que María Corina Machado cierre Aporrea valiéndose de la ley de Responsabilidad Social. Obvio. Porque usted sabe, un país incapaz de capturar al asesino de Danilo Anderson o de condenar personas que salen en videos disparando armas al aire libre o moliendo a patadas a los demás, seguramente aplicará la ley de manera imparcial. Ojalá la ley fuera tan eficiente como dice el señor Bracci. Ojalá la ley se aplicara como debe ser en los casos de nepotismo de Cilia Flores, o que la ley de tierras se aplicara sobre los testaferros de « La Chavera » y pudiésemos reubicar damnificados y luchar contra la familia acaparadora de Chávez. Hoy en día, la familia Chávez en Barinas es vecina de todas las demás, porque « La Chavera » es tan grande que automáticamente colinda con todos los demás habitantes del Estado. Exagero. Pero me gustaría ver (en mi fantasía), a Bracci luchando contra todos los terratenientes, no sólo contra Diego Arria (suponiendo que su hacienda estuviese ociosa, lo cual no era el caso).
Esto sería demasiado pedir. Esto sería discutir –iDios mío!- la ley en cuestión, no su aplicación. Es decir, enmarcar el acceso a la información, a Internet y a la tecnología, como un derecho inalienable. Hablar sobre la increíble ventaja que tiene nuestra generación para producir películas y publicar libros, sin tener que pasar por los decididores tradicionales. Que de nada sirve sustituir un grupo de decididores de intereses mezquinos (los comités editoriales de los periódicos) por otro grupo, de intereses igual de mezquinos y políticos (Conatel y la ley Resorte).
Esto es impensable, simplemente porque Bracci no tendría ningún problema en censurar páginas que a él no le gustan, o que le parece vehículan ideas favorables a la dominación mundial de las corporaciones. No es que Bracci esté por la censura. El, como la mayoría de la gente que piensa así, está por la « libertad de expresión », siempre y cuando las ideas expresadas libremente sean predecibles, asépticas e inofensivas. « Libertad de expresión » es Javier Biardeau haciendo una tímida crítica en un periódico, una reflexión que no conduce a nada, sobre la cual todos aseguran, « señala cosas importantes a tener en cuenta ». En cambio, si la caricatura Family Guy toma posición por la despenalización de las drogas (una lucha política reconocida en todas las latitudes), Tarek El Aissami censura el programa y Bracci, porque no tiene vela en el entierro de la despenalización, no dice absolutamente nada. Eso sí: con mi Aporrea no te metas.
El otro caso es nuestro anarquista virtual preferido, quien es tan cuatriboleado y temerario que censura comentarios en su página. Nada como una buena anarquía regulada, qué cosa más tropical. JRD, quien cree que ser contestatario en el 2010 equivale a escribir « güevo » con diéresis, vuelve a defender al gobierno en uno de sus atropellos a las minorías diciéndonos que, a pesar de que él está en contra de la Ley Resorte, no hay que preocuparse porque los chavistas son todos una cuerda de güevones o unos pan de Dios, y jamás censurarán página alguna. No tienen las bolas de cerrar Globovisión, dice. Por supuesto que el problema de la Ley aparecerá cuando el enemigo llegue al poder; jamás con el aliado de Miraflores. Lástima que las demás predicciones de JRD, de que estamos « en guerra » y de que « caernos a plomo es inevitable », no han dado frutos, « por ahora ». Es triste ver al bloguero tan desesperado. Seguramente intuye que si la gran « guerra de clases » que tanto añora no sucede de aquí a los próximo 5 años, estará demasiado viejo para pelearla y tendrá que quedarse viéndola desde la orillita.
Digamos que esta nota es para subrayar el relativismo psicologizante, que raya en la parapsicología, que intenta adivinar « lo que María Corina » o « el enemigo » harán con la ley y por ello juzga el texto en esos términos. Este es uno de los argumentos relativistas más difundidos en la red venezolana en estos años, y ha servido como justificación para demoler nuestras instituciones y afianzar la autocracia.
Esta gente jamás defenderá nuestra libertad de expresión, a menos que caiga en su definición acartonada y maniquea de cómo se deben discutir las cosas. Sin embargo, su posición está clara: tampoco defienden la censura. Es decir, cuando la Ley Resorte sea reformada para Internet, entre en vigencia y páginas como PanfletoNegro sean obligadas a montarse en el tren que las conduce al Auschwitz virtual, podremos tener la certeza de que Luigino Bracci no lo aupará.
El simplemente se quedará parado en el andén, encogiéndose de hombros y sacudiéndose la extraña ceniza que ronda el aire y se acumula en su uniforme, mientras anota –no sin tristeza-, el nombre de la página defenestrada.
Estos son los demócratas del siglo XXI.