En 1973 fue el momento de “The Exorcist”, obra maestra de William Friedkin. En poco tiempo, devino en fenómeno de masas porque supo traducir y sublimar la mayoría de las fobias y temores de la época:la guerra de Vietnam,el miedo al cambio y el pánico ante el ascenso de la contracultura juvenil.
Las nuevas generaciones sufrían el calvario de la posesión infernal, según la perspectiva conservadora del film, y por tanto, era urgente practicarles un exorcismo a la usanza de la vieja escuela,ante el fracaso de la ciencia,la medicina y la psiquiatría. Regresamos entonces a la época medieval de los cuentos de brujas y niñas demonizadas, pero desde la óptica heterodoxa y contrarreformista de los sesenta,en un caballo de Troya de la industria, cuya estética asimilaba por conveniencia y oportunismo los hallazgos audiovisuales del movimiento underground, entre la pesadilla americana del gore y las fantasías surrealistas de Maya Deren, por no hablar del satanismo encarnado por Keneth Anger.
Así Hollywood lograba reconquistar su mercado meta, en un espacio de transición y crisis para los estudios.
Por suerte, “The Exorcist” se le adjudicó a uno de los miembros de la pandilla contestataria de los moteros tranquilos y toros salvajes,llamado William Friedkin, quien resultó siendo el candidato apropiado para asumir las riendas del proyecto.
A raíz de su éxito, la meca le tendería una alfombra roja, hasta cuando se hundió con su adaptación de “El Salario del Miedo”, una de las santas sepulturas de su colectivo de colegas,incondicionales y amigos. Luego su nombre vendría a ocupar un puesto de privilegio en las listas negras del período «mccartista» de los ochenta y noventa,donde también figurarían sus demás compañeros de ruta. Hace poco, estrenaría una de sus últimas maravillas,bajo el título de “The Bug”. Sin embargo, la prensa si acaso voltearía a mirarlo para reconocerle el mérito. Su mito era historia.
Antes y después, su legión de fanáticos, seguidores y plagiadores se encargaron de revisarle, corregirle y clonarle el invento, con resultados dispares y desiguales en la pantalla grande.
Algunos fracasaron estrepitosamente en el intento de superarlo a través de secuelas de escasa o nula creatividad. Otros optaron por el camino posmoderno de pasarle factura, y consiguieron los mejores rendimientos en el banco de la taquilla y la crítica.
Del segundo lote,podemos destacar la franquicia “Evil Dead” de Sam Raimi(versión deconstructiva y desmelenada del clásico),”Repossessed”(disopilante parodia a cargo de la propia Linda Blair en conjunto con el loco del pelo blanco,Leslie Nielsen,fallecido recientemente),”Dominion”(brillante precuela dirigida por Paul Schrader,condenada por los ejecutivos de la Warner al averno de la oferta del directo a video), “El Exorcismo de Emily Rose”(análisis exhaustivo de la alineación y la esquizofrenia, amparada por el fenómeno)y “Réquiem”(la respuesta alemana al caso anterior).
A ellas debemos agregarle y sumarle, tranquilamente, la impronta de la enorme “The Last Exorcism”, el cierre perfecto del ciclo aludido. El clavo definitivo para sellar, de una vez por todas, la lápida del cadáver exquisito de la tendencia.De cualquier manera, los profanadores de tumbas seguirán sacándole beneficios económicos a sus despojos y restos. Ojalá sea por el bien del séptimo arte.
Para empezar, el derivado del 2010 se adapta a las condiciones de verosimilitud de su contexto,al narrar el argumento tradicional a la luz de los códigos de expresión en boga.
De hecho, a la postre, el film se erige en un modélico falso documental, por encima de “Paranormal Activity” y “Proyecto de la Bruja de Blair”, resignados a copiar y remedar el formato del cinema verité, bajo criterios estrictamente formalistas,cual reality show carente de profundidad y densidad conceptual.
A la inversa, “The Last Exorcism” no sólo juega con el paradigma para construir un relato fantástico, sino además procura dinamitarlo desde adentro, a base de humor macabro, sarcasmo,ironía y distanciamiento.
La interesante paradoja de la película estriba en su capacidad de demoler los cimientos del género, mientras cumple con inyectarle sangre fresca a su mecánica de espanto y brinco.
Es decir, aparte de desnudar el truco del acto de magia negra, se nos vuelve a sacudir con otra forma de terror más posible y terrenal, el de la entropía y el apocalipsis de la familia de clase media de provincia, deprimida por el hundimiento de la utopía del american dream, al borde del colapso y de la ruina de la burbuja hipotecaria.
En su odisea, en su viaje iniciático, en su road movie,el protagonista nos revela la miseria escondida en los márgenes de la tierra de las oportunidades, amén de un paisaje descompuesto y compuesto por autobuses oxidados, casas destartaladas y fincas depauperadas por el consumo de alcohol,el ocio y la falta de perspectivas. Un microcosmos incestuoso como de “Deliverance”.
Ciertamente, hay mucho de moralista y puritano en el enfoque del guión, en el sentido de reafirmar el patrón etnocéntrico de “Matanza de Texas” y compañía, donde el mal residía en la periferia, para perjuicio de los visitantes y las víctimas de la metrópoli.
Con todo, “The Last Exorcism” conjura con inteligencia sus limitaciones y reducciones de fondo, gracias al esmerado desempeño del director, patrocinado por Eli Roth en su fase de mecenas tarantinesco.
El aroma del bastardo Quentin se percibe en el ambiente de celebración burlesca, orgiástica y sangrienta de la puesta en escena,salpicada de guiños al espectador.
El personaje central mira a la cámara con actitud de irreverencia posmoderna, para reírse de la trastienda y del absurdo del típico exorcismo. Pero al final, su escepticismo le cuesta caro,porque la niña realmente necesitaba ayuda,frente al derrumbe de su núcleo social.
A discutir, el tufo machista de costumbre, de utilizar a una lolita como marioneta de la función. La letra escarlata continúa imprimiendo y reafirmando el pavor de la dominación masculina hacia la mujer.
Ellas no se pueden controlar, requieren de abrigo y debemos extirparles la piedra de la locura. Claro discurso reaccionario y antifeminista, implantado para justificar las proezas y hazañas heroicas del John Wayne de turno. Por fortuna, aquí fracasa el empeño caballeresco del hidalgo de la partida.
Atención con la chica.Se roba el show con su perfomance de contorsionista,desplazándose y moviéndose como una bailarina gótica de danza contemporánea. La nominación al Oscar debería ser para ella, en lugar de recaer en las manos del cisne negro de Natalie Portman.
¿Quién le engendró la semilla del diablo y por qué?Aquí reside la pregunta vital del libreto. Por respeto, no la vamos a responder. Únicamente,queremos sembrar la expectativa en ustedes por descifrar el misterio.
En general y para concluir, “The Last Exorcism” constituye una poderosa metáfora del terror en el tercer milenio. No nace por generación espontánea, no viene de afuera y es irredimible, como una enfermedad viral estimulada por el morbo de la omnipresencia mediática. Lo induce el caos, la intolerancia, la corrupción institucional,la ausencia de educación,la desinformación,el abandono y el aislamiento.
Por ende, se trata de la incapacidad de hacerle un exorcismo a las plagas de nuestra era.
Consecuente con el mensaje latente, el último plano es de antología. Evoca el desenlace trágico del hombre con la cámara de “La Batalla de Chile”. Renuncia al happy ending consolador y esperanzador, para despedirnos con el degollamiento de un enfoque subjetivo.De nuestro enfoque subjetivo.Imagen brutal y despiadada.Ergo,somos testigos del triunfo de la injusticia y del horror.
Así lo hizo Coppola con su elegía sobre la guerra de Vietnam.
Mutatis mutandis, el genocidio del medio oriente,también irradia sus daños colaterales, sus exorcismos en 24 cuadros por segundo.
Es el renacimiento del expresionismo tras la segunda caída de Wall Street.
Espejo deforme del cine de terror como consecuencia del crack de 1929 y 2009.