Viernes, 7:00 AM. El resplandor del sol se escurre por mi ventana del 8vo. Piso del hotel Royal.
Mueren los minutos y el calor aumenta su intensidad quemándome las pestañas, abro los ojos que se deslizan en su amargura y melancolía por las paredes de mi habitación.
Me echo algunas gotas para calmar el ardor de una madrugada insomne y para apaciguar el recuerdo que como un volcán estallo en mi interior.
Ayer en una de esas noches ordinarias que me convido a mi mismo, para aguijonear mi corazón con los alfileres del infierno más cercano y vasto en placeres, un corazón resfriado a causa del gélido romanticismo del mundo producto de su falsedad.
Una noche inocente que pierde de su destino a las pálidas estrellas y me arropa con su misterio atesorado por la maldad y la bondad mientras mi noche incipiente desde mis pupilas cortejan a la moribunda realidad atada de brazos y piernas con su sexo entre mis dedos
y mil orgasmos contenidos en la comisura de sus labios..y los de su boca.
Allí al borde del crepúsculo asesino que apuñala mis ilusiones de dulce sustancia. Hallé tu rostro infante que había desapercibido de mi conciencia absurda.
Mis sensaciones hacia tu existencia se encontraban y se repelían cuando te tuve a mi lado y sentía al tiempo ser parte de otro proyecto y no del mío.
Años conjugando verbos que los dos creábamos y utilizábamos para redefinirnos juntos al unísono ante el mundo.
Felices en nuestra limitada sabiduría e invisibles y eternos en nuestra ilimitada imaginación.
Tú y yo corríamos libres sobre la hierba lozana y viva bajo el sol, en días fugaces que parecían suprimir algunas horas por envidiar nuestra relación inquebrantable de amor puro y secreto.
Al día siguiente de haber liberado mi desbordante locura llena de ternura y de sensibles evocaciones de sueños concretados por ti, te busque y no te hallé, recorrí nuestros caminos de algodón bordados por sonrisas y mutuas contemplaciones.
Abrace tus rastros que comprobaban tu vida y no me dejaban dormir, esos sueños realizados desde nuestras manos lozanas que acariciaban mi llanto.
Así, en la mar de nostalgia envenenada te volví a soñar.
A pesar de haber dejado de querer cualquier emanación de la tierra
que me haga acercarme a tu perfecto paraíso de dichosos recorridos
y de una cima derruida por la desilusión.
Terrible noche donde el lirismo del horizonte fulgurante entre las sombras fue nausea en mis entrañas.
Desvanecido en el sopor que me mantenía cautivo de la conciencia del mundo, del infierno moral al que tratan de inducirme en las semanas que debo despertar en mí, el automatismo ficticio.
Hoy estoy despertando de ese contrato social donde el hábito es el mejor amigo del hombre.
Despierto de mi despertar automático y semanal donde en realidad nunca he sido yo, en cambio siempre he estado dormido.
Se cierran las persianas, las luces del sol dejan de vigilarme, las últimas gotas de agua se dejan caer de mi cara y el gas del viejo horno envuelve toda la casa.
Se cierra la puerta detrás de mí y salgo a convencerme de la languidez
en la que se ha consumido mi ser.
Cuando estoy llegando a mí ultima instancia en esta tierra desangrada
por la indiferencia que la hiere mortalmente, pienso en mis horas despedazadas por el placer del vicio autentico y del efecto surreal.
Pienso en ti, la razón por la que amé en un corto tiempo las virtudes del universo. Lagrimas, relamídas, amargas, parpados pesados que quieren sangrar.
Un respiro, una sonrisa, una ironía que avista, un sarcasmo en la mirada
y un paso más para llegar a los rieles del tranvía.
Se escucha el bramido de la fuerza poderosa del acero contra el acero
acercarse a mis cabellos crispados.
Un paso más y aquí estoy siendo paciente en el infierno de miradas como brasas ardientes a un paso de la nada.
Levanto la cabeza y del otro lado del camino del tranvía mis ojos
se fijan en una mujer con el corazón aprisionado entre sus manos,
incapaz de contener el dolor que la hace ahogar en llanto.
Ella me mira y da un paso, me sigue mirando y da otro paso,
el ruido de la locomotora acrecienta mis palpitos,
y yo la reconozco y ella me reconoce.
Grita mi nombre y yo grito el de ella,
nuestras lágrimas se desprenden de nosotros
viajando en medio de la energía propulsada por el tranvía.
Quiero amarla, abrazarla, sentir el latido de su corazón,
quiero que nunca más se aleje de mí.
Ella también siente lo mismo.
Y da un salto a la misma vez que yo lo doy,
esperando encontrarnos y jamás ser desdichados.
Unidos como dos espíritus inasibles amando el tiempo divino del universo o como un artístico amasijo de carne, sangre y huesos.