En estos tiempos de incertidumbre, existen dos polos igualmente problemáticos. El primero es el de la gente que, a falta de referentes morales objetivos, se lanza al vacío con la consigna del «todo vale lo mismo». Este es el grupo de los postmodernos radicales, los que intentan aplicar los mismos criterios epistemológicos («no se puede llegar al conocimiento absoluto de las cosas») al ámbito de la ética («como no hay valores absolutos, podemos apostar por la falta de valores»). Este planteamiento es problemático porque, en la práctica, coloca todas las acciones humanas al mismo nivel: bailar, matar y rezar serían moralmente equivalentes (total, no hay valores absolutos, ¿no?).
Los que se adhieren a este polo, podría decirse, confunde la gimnasia con la magnesia. Que no existan valores absolutos no quiere decir que no necesitemos puntos de referencia para saber qué vale cuánto. Ciertamente, los criterios del pasado («la verdad revelada» por la religión o por la ciencia) son obsoletos, porque sabemos que el conocimiento científico es relativo a la manera particular de obrar de la ciencia (el metodo empirico-naturalista, hipotético-deductivo…), tanto como el conocimiento religioso es relativo a cómo la religión construye el conocimiento (un libro asumido como verdadero y una estructura política que regula las interpretaciones válidas de las inválidas).
Así pues, este grupete escuchó el «es relativo» y salió a hacer desmadres, sin entender que lo relativo quiere decir que todo conocimiento es relativo al modo cómo se obtiene y que por eso, tienes límites y rangos de acción. Que la ciencia no sirva para regular la conducta humana porque pretende describir, antes que prescribir; que ciertos cientificistas pasen a usar la ciencia para prescribir lo moralmente válido, sin sustento real, no significa que deba ser desechada o que pueda ser equivalente a los postulados de la Nueva Era, por ejemplo (v.g. «da lo mismo ir al médico que al brujo», «todos los sanadores tienen el mismo alcance que los médicos», «yo solo necesito homeopatía y no medicina alopática», «piensa lo bueno y se te dará»). El conocimiento, esto es lo que los desaforados no entienden, es bueno o malo, depende de cómo se use y para qué. Es decir, todo conocimiento es útil o inútil dependiendo del contexto: ¿quieres curar un cancer rezando? Mmm… mi sentido pésame. ¿quieres encontrar el sentido de la vida en las teorías científicas? Mira, te paso el número de este centro de rehabilitación porque el desespero te va a llevar a las drogas. No hay conocimiento universal, la verdad absoluta es simplemente imposible para los humanos, por estar dentro de las coordenadas de un tiempo, un espacio y sus propias limitaciones perceptivas. Por eso es bueno tener muchas herramientas, y usarlas de acuerdo a su función.
El segundo polo, la otra respuesta a las ansiedades contemporáneas es el de los temerosos de la libertad, es decir, el de los fundamentalistas. A ellos la idea de que no haya verdades absolutas les mueve el piso como a nadie. Se angustian, las tripas se les mueven y, por eso, salen corriendo a refugiarse en cualquier seguridad prefabricada que tengan a mano. La estrategia es:
- Encontrar un texto y considerarlo sagrado.
- Aferrarse a él y empezar a decir que quien no crea en eso está mal.
Noten que cualquier texto es bueno, no tiene que se sólo la biblia. Los musulmanes radicales, asustados frente a la interpretación de los textos, hacen lo mismo que los opusos y los extremistas cristianos, sólo que con el Corán. También sucede en el ámbito de la ciencia. Es muy típico en la psicología académica, por ejemplo. Un conductista se casa con una teoría específica y, a partir de allí, cree que los psicoanalistas están errados, inventando güevonadas; lo mismo ocurre al reves, psicoanalistas que se burlan de los empiristas porque «no ven más allá». Incluso en la física, por nombrar una «ciencia dura», puede ocurrir lo mismo. Los seguidores del «materialismo reduccionista», entre los más destacados, tienen unas ideas tan absurdas como las de cualquier grupo religioso extremista.
En definitiva, y valgan acá las consideraciones sobre los límites y los alcances del conocimiento que hice anteriormente, este segundo polo apela al autoritarismo epistemológico, en un intento por superar la falta de referentes objetivos. Ellos contienen la angustia creyendo que tienen una relación especial con un ente «objetivo» (v.g. Dios o la Naturaleza). Por eso terminan diciendo «yo se cual es la verdad» y, a partir de allí, empiezan a predicar.
La prédica no es inocente, por cierto. Tienen una agenda muy clara, convertir a los demás a su credo. Por eso cuando los otros cuestionan sus certidumbres ficticias, la rabia los lleva a las estrategias de dominación. En este sentido, el terrorismo de los radicales islámicos, los lamentos patéticos de Benedicto XVI cada vez que abre la boca, e incluso la presión económica de los seguros para reducir todo a la farmacología, deben entenderse como expresiones de ese autoritarismo epistemológico.
Así las cosas, lo que me queda por decir es que, a estas alturas del siglo XXI, la mejor solución parece ser el pragmatismo. Por un lado, sabemos que no hay vuelta atrás, que somos demasiado cínicos para creer en verdades universales y absolutas (con la excepción de los fundamentalistas del párrafo anterior). Por el otro, reconocemos que tenemos verdades individuales y que estas son evidentes para nosotros («yo creo en…» por la razón que sea, porque me cayeron a palos para ser cristiano, porque reflexioné por mí mismo…). Así que, reconociendo esta diversidad, lo que nos queda es ponernos de acuerdo. ¿Qué es lo mejor para nuestra sociedad en específico si reconocemos el derecho a la individualidad? ¿Cómo tener ciertos referentes lo suficientemente amplios como para dar cabida a TODOS los individuos? No se trata de encontrar una verdad compartida, sino de generar consenso. Mientras unos babosos crean que pueden obligar a los otros a seguir sus verdades, el conflicto será la marca de la dinámica social.
En el campo inmediato de la política venezolana, queda claro que el chavismo es autoritario porque intenta imponer a la mitad del país una idea reducida de lo que es ser venezolano. El texto, obviamente, es la retahila de pendejadas que escupe el máximo líder de acuerdo al estado de su química cerebral; ese pasticho que puesto en un solo lugar se llamaría el «socialismo del siglo XXI». El autoritarismo es evidente: «si no estás de acuerdo conmigo, eres traidor a la patria y, por esto tengo derecho de aniquilarte». No mijo, cálmate, mi opinión es tan válida como la tuya y NO, NO QUIERO VIVIR TU IDEA BALURDA DE SOCIEDAD. La oposición no se queda detrás y por eso es que, a fin de cuentas, estamos tan mal. Los chavistas al menos son homogéneos, como salchichas de paquete, mientras que los líderes de la oposición quieren embutirnos una idea tan patética como la chavista, sólo que con más represiones (familia nuclear, devoción cristiana encubierta…). Simplificando el asunto, pareciera que estamos entre un evangelio popular chavista y el opusismo aristocratizante como el que se condensa en el sureste de Caracas y en las filas de Primero Justicia.
Solo puedo decir que, mientras sólo haya dos opciones igual de malas, tendremos a Chávez para rato. Por cierto, ¿notan que en el escenario venezolano no hay desaforados? El problema en Venezuela, si nos ponemos a ver, es el de un pueblo que busca desesperadamente una verdad que no existe; una verdad que, en todo caso, debe crearse por consenso.
Un artículo demasiado denso con el que estoy de acuerdo en miuchas cosas y en otras me reservo la opinión porque necesitaría repasar algunas definiciones y conceptos. Así que me limitaré a señalar un punto.
Al final concluyes en recomendar (¿prescribir?) el pragmatismo, basado en el reconocimiento de la existencia de múltiples, distintas y, añado yo, excluyentes verdades individuales; para, acto seguido pedir consenso alrededor de algunos elementos (lo mejor para nuestra sociedad individualista, referentes para dar cabida a todos), es decir, estás apelando a encontrar valores comunes (¿universales?) en una sociedad de valores atomizados.
Pero al fin y al cabo esto es solo una contradicción que pasa a segundo plano dentro del planteamiento realmente importante que quieres hacer. Por mi parte, yo concluiría que ese valor común tendría que ser «no te metas conmigo y yo no me meto contigo», o más exactamente el principio de no-agresión (física, se sobreentiende), y así todos pueden dedicarse a lo suyo.
Gracias Corbu,
Más que una contradicción te diría que es una paradoja. Hay un punto mínimo de consenso que, como bien dices, puede ser el de la no agresión.
No creo que prescriba el pragmatismo. Más bien lo propongo. Estamos hablando de debate y de consenso, ¿no? Ahora bien, hasta el diálogo tiene límites y a un tipo como Hitler, por ejemplo, lo tienes que cortar en seco, porque darle la opción es atentar con lo mínimo requerido para el diálogo.
En el ámbito humano, nada es perfecto o acabado.
¡Saludos!
Algo que he notado, no se si es desde ahora o no sé de cuándo, pero la gente se está tornando muy radical. A mi parecer, lo veo como un afán de encasillarse en un «ismo», citando nombres y frases encerradas en comillas. Fundamentalistas, los hay tanto religiosos como «modernillos», «alternativos», «vanguardistas» en variedad de ámbitos. En el fondo, es lo mismo, la actitud es muy parecida en todos. Ese afán, esa «necesidad», la veo como una búsqueda desesperada de un sentido de pertenencia. Y de que es inconcebible que alguien «no pertenezca a nada».
Por citar un ejemplo, están algunos de los usuarios de Linux (ojo, yo mismo soy usuario de Linux) que se molestan y arman un melodrama por una cosa tan trivial como el qué gestor de escritorio utilizas, o qué distribución tienes instalada (a algunos, nombrarles Ubuntu, ni hablar). ¿Y eso qué coño importa? La computadora hace lo que tiene que hacer, y lo hace bien. Punto. Luego te salen con que Richard Stallman y Linus Torvalds tuvieron un peo y bla bla bla bla que es irrelevante en tu relación con tu computadora. ¿Que usas Windows? El acabose. Blasfemia en HD. Y te salen con que Bill Gates y el software privativo oprime y bla bla bla. Por favor. Bien, no me gusta Windows, tengo mis razones, pero hasta ahí.
Estoy totalmente de acuerdo con proponer el pragmatismo. Y vamos, si llevamos la cosa más allá, a quienes inventaron cada corriente de pensamiento, no siguieron a nadie, nada más tomaron las cosas que observaron, las definieron, agruparon y pusieron nombre (en MUY resumidas cuentas). ¿Qué nos impide hacer lo mismo y ser pioneros, proponer un pensamiento nuevo con el que todos (cuando menos, la mayoría) se puedan sentir identificados? Y aunque hay ideas que han perdurado, los tiempos cambian y no se puede ser tan rígido, estático, siempre. Aquello que es hiperestático tiende a romperse.
Aunque estamos de acuerdo en casi todas las ideas, encuentro algo simplista tu resumen dicotómico de la realidad venezolana. Además es falso. La oposición es cualquier cosa menos opusa. Ni siquiera es cristiana. Han abusado de cierto imaginario católico en algunos momentos, pero supongo que sea una corriente minoritaria.
La oposición tiene un problema: las Doñas. Es un problema de larga data. No son muchas, pero cómo joden. Para ser «Doña» ni siquiera hay que ser mujer ni tener edad avanzada. He conocido Doñas de 15 y además hay doñas de sexo masculino, como también conozco señoras de edad avanzada cuyo espíritu es muy joven. Las «Doñas» son gazmoñas, beatonas, cuadriculadas. Sus alcances intelectuales son muy cortos aunque tengan un postgrado en Harvard, porque no tienen imaginación. Su idea de lo que es ser un «buen ciudadano» no sale de la Plaza Altamira (y desde que los gays tomaron esa vaina andan indignadísimas). Las Doñas abogan por un mundo sin conciertos de rock, sin patineteros, sin discotecas. Las Doñas asesinan un árbol para que no les llene la acera de hojas secas. Las Doñas quieren una ciudad que muera a las siete de la noche y que no sea demasiado ruidosa durante el día. A una Doña siempre le incomoda un colegio o una cancha deportiva porque «trae colas, bulla e incomodidad».
El «doñismo» es abusador, coercitivo, represivo, intolerante. Porque además las Doñas hacen lo que les sale del forro: desde estacionar carros en doble fila hasta pintar falsos rayados frente a su edificio, hasta fiestas ruidosas con reguetón hasta las tantas de la madrugada (como todo el mundo baila reguetón, el doñismo no lo ve tan mal: el borreguismo de lo socialmente aceptado es muy importante dentro del comportamiento doñil).
Hay una concepción errada y es que el comportamiento doñil es devoto y cristiano. Mentira. Por lo general se acerca más a la conducta de los fariseos en tiempos de Jesús.
También hay que decir que no necesariamente es culpa de ellas/ellos. Es jodido vencer al sistema y su trabajo de zapa en la psique de las personas mediante eso que llaman educación.
El tema da para escribir largo y tendido. Como para que lo asuma alguien con talento.
Saludos.
¿Existe realmente la posmodernidad? Para mí no hay manera de saberlo, pero algo viene sucediendo sin duda; como un hombre del siglo XV asombrado ante la gestación de nuevos valores en una vuelta a los ideales clásicos, lo cual -a grandes rasgos- en su conjunto llamaríamos luego Renacimiento; de igual manera quizá no pertenezca a este tiempo otorgar sentido(s) a la «transición» que muchos insisten en definir con una solidez ficticia. Su entendimiento, y la magnitud de su alcance, habrían de ser a posteriori. Tenemos efectos y síntomas, sin embargo cada vez más rápidos, percibidos en los límites de una sola generación: caída de grandes sistemas políticos (U.R.S.S.), biogenética, Internet, radicalización religiosa (Islam), multiplicidad de los relatos históricos, etc.; que sin un referente sistemático, de los absolutistas de antaño, se desvanecen siempre en un mar interpretativo. Pienso que nada de esto es intencional.
Aquéllos que llamas «relativistas» suelen serlo a pesar suyo. Lo he comprobado en diversas ocasiones; en el contexto venezolano muchas de sus acciones parecieran ser inconscientes, pocos reflexivas, sin el elemento voluntario como buenos hijos de su época. Mezclan la descreencia con residuos de valores familiares (catolicismo light, por ejemplo) sin enfrentar las naturales contradicciones de tal actitud e ir hasta el fondo. Un escenario así me impide ser optimista: todo indica que una parte importante del país necesita de mitos, y sobre todo necesita creer en ellos. Hugo Chávez y su parafernalia, su explotación de las figuras independentistas, los discursos de protagonismo histórico y fatalidad revolucionaria, cualquiera que haya estado en una oficina estatal, rodeado de ampliadas fotografías y «frases célebres» del actual mandatario, lo habrá evidenciado: estamos ante la construcción de un hombre-mito en vida. ¿Que ya somos demasiado cínicos para volver a una inocencia (e ingenuidad) primaria? Eventualmente, yo no descartaría un nuevo obscurantismo. Y que valga esto para una buena parte de nuestras sociedades.