Sin entrar en los detalles de su concepto de «fetiche» (que podrán encontrar en el libro), lo interesante es cómo Zizek utilizará dicho concepto para trazar dos ideologías contemporáneas: la cínico-permisiva y la fascisto-populista, ambas completamente impermeables a la discusión racional.
El cínico-permisivo fetichiza el estado actual de las cosas y arguye que no hay absolutamente nada que hacer para cambiarlas. El cínico-permisivo finge seguir una discusión para simplemente reforzar su fetiche, «yo sé, yo entiendo eso, pero actualmente es imposible…», por lo cual permite todo avance del statu quo en sus juegos de poder.
Estos dos extremos son impermeables a la política. No hay discusión racional que convenza a un fascisto-populista de que su fetiche no tiene la culpa de todos sus males. El cínico-permisivo, a pesar de fingir seguir la discusión, volverá a su posición cínica: «sí, pero no hay nada que hacer». Ambos están satisfechos con su fetiche.
El análisis de Zizek se prolongará para elaborar una matriz de cuatro «ideologías» contemporáneas: (1) neoliberal; (2) fetichista-cínico; (3) fetichista fundamentalista (o fascisto-populista) y (4) critico ideológico. El neoliberal y el crítico ideológico evolucionan a nivel del síntoma ideológico, el primero porque está en pleno centro del movimiento capitalista contemporáneo, el segundo porque se distancia de esta situación a través del análisis. Los otros dos evolucionan a nivel del fetiche mismo y no permiten una interpretación crítica de su ideología.
Después de proponernos este análisis ideológico, Zizek nos previene:
«De allí que, en lo que concierne a la lucha ideológica, esto significa que deberíamos considerar con profunda sospecha esa izquierda que defiende a los movimientos populistas, fundamentalistas musulmanes en su lucha emancipadora y anti-imperialista ya que están forzosamente «de nuestro lado», y que el hecho de que formulen su programa en términos expresamente anti-iluministas y anti-universalistas, rozando el antisemitismo en muchos casos, no es sino una confusión que aparece por la inmediatez de la lucha («cuando se dicen contra los judíos, lo que quieren decir es que están contra el colonialismo sionista»). Debemos resistir incondicionalmente a la tentación de «entender» el anti-semitismo árabe como una reacción «natural» de la triste situación de los palestinos. No debe haber «comprensión» en el hecho de que en muchos países árabes Hitler sea considerado un héroe y un gran hombre, o que el hecho de que en su educación se incluyan mitos antisemitas como el protocolo de los sabios de Sion o que los judíos utilizan sangre de bebés cristianos y árabes para sacrificios ritualísticos. Afirmar que tal antisemitismo expresa un modo «desplazado» de una forma de resistencia al capitalismo no lo justifica en lo absoluto. (…) Aceptar esta lógica errada del fundamentalismo equivale a dar el primer paso hacia la conclusión «lógica» de este argumento: ya que Hitler también quería decir «los capitalistas» cuando hablaba de «judíos», debería ser ahora nuestro aliado en la estrategia de lucha anti-imperialista global, con el imperio anglo-americano como enemigo número uno. Sería un error fatal pensar que, en un futuro más o menos lejano, convenceremos a los fascistas de que su enemigo «real» es el capital, y que deberían abandonar toda forma religiosa /étnica /racista particular de su ideología para asociarse a las fuerzas del universalismo igualitario».
Slavoj Zizek, «Primero como tragedia, luego como farsa» (sección «entre dos fetiches», final de la primera parte).