¿Quién miente?¿El Chico?¿El Cine nacional?¿La directora de la película?¿Por qué la celebramos sin antes haberla visto?¿Cuál es el engaño?Seamos sinceros,el primer estreno nacional del 2011 es un retroceso ante el avance criollo del 2010.Pero también una reconfirmación del estancamiento audiovisual del año pasado,donde los esquemas agotados volvieron a ser la norma,aunque con ligeros cambios de empaque.
Para empezar,el film repite el formato de dos modelos vencidos:el viaje iniciático y el neorrealismo social.Del cruce de ambos sistemas, la película se queda rezagada a kilómetros de distancia de tres hitos del subgénero.Ellos son,en orden importancia,“Alemania Año Cero”, “Estación Central du Brasil” y “París-Texas”,cuyos periplos existenciales y colectivos se inspiran,a su vez,en el patrón de la Odisea.Por ende,no hay nada nuevo bajo el sol de la cinta de Marité Ugas,quien llega a destiempo a conclusiones superadas por la industria y la vanguardia.
De paso, lleva las de perder en la comparación con sus precedentes.A grosso modo,“El Chico que Miente” es un juego de niños al lado de la contundencia expresiva de las obras maestras y de las road movies de Rossellini,Salles y Wenders. La diferencia es del cielo a la tierra.
Donde antes había denuncia ante el estado de las cosas de la depresión y la crisis de posguerra,hoy solo persisten los escombros y los residuos de la desolación de Vargas,pero contradictoriamente fotografiados como una serie de “Postales de Leningrado”,a la cadencia de una grúa afectada por el complejo de culpa y la autocondescendecia sensiblera del seudopoético Beto Arvelo en “Cyrano Fernández”,dando vueltas con la cámara alrededor de la humanidad de Édgar Ramírez. Planos y formas pomposas ajenas a su contexto, a su objeto de estudio.
Insisto y me explico, no existe congruencia en el hecho de filmar la catástrofe y la devastación como una impecable publicidad de United Colors.Termina por ocurrir lo mismo de las campañas de Benetton. La estética acaba por engullir y normalizar al contenido fuerte, restándole potencia, frivolizándolo y convirtiéndolo en una viñeta de calendario impresionista,de porno miseria,fácil de digerir en el mercado interno y listo para la exportación.
Su entrada al Festival de Berlín constata la supervivencia de la mirada colonial de la vieja Europa,a la hora de decantarse por reivindicar el paisaje exótico del tercer mundo,como reafirmación de los prejuicios del enfoque etnocéntrico.
Incluso, dentro de su propio país, “El Chico que Miente” encarna y adopta la óptica forzada,naiff,kistch y epidérmica del antropólogo inocente,invasivo y en fuga.Por eso, la credibilidad de la puesta en escena brilla por su ausencia.Para colmo,la dirección de actores,el casting y las interpretaciones tampoco ayudan.
El resultado es el equivalente a grabar o a ver una exposición de dioramas costumbristas,despojados de su parte diablo y esterilizados para la ocasión,a la usanza del pabellón Mexicano de Epcot Center.Mejor dicho,en la tradición de una muestra folklórica curada y patrocinada por el gobierno en el Museo de Ciencias.
Por tanto, es una replica a gran escala del filtro turístico de la tienda de souvenirs del Hotel Alba Caracas, con una pequeño incremento en el precio de compra,porque “El Chico que Miente” costó caro.Sin embargo,el esfuerzo de la inversión es en vano.Verbigracia, al cliente le cuesta tragarse el sabor extraño del gato por liebre,así sea servido en bandeja de plata. Los niños ríen,cuando no deben,al momento de descubrirla en la pantalla multiplex.
Allí el trabajo encuentra su mayor resistencia y oposición.Lastimosamente, no sale bien librada de la prueba de fuego con el espectador de a pie,acostumbrado a otro régimen de visión.La falta de atención,la desconcentración general y el refugio digital en la cueva platónica del second life,denotan la incomunicación abismal entre emisor y receptor.La incomprensión es mutua.El tiempo cambió y a los realizadores les cuesta un mundo entenderlo.
En tal sentido, “El Chico que Miente” exhibe el perfil adocenado y demodé de una reliquia con fecha vencida de caducidad,tipo cargamento de PDVAL almacenado por años.
Sus imágenes acartonadas coinciden, no por casualidad, con los clichés y lugares comunes de “El Turista”,otro desfile de momias al uso. Para certificarlo, basta con escuchar las intervenciones leídas al caletre por el protagonista, obligado a asistir como testigo de un puñado de numeritos inverosímiles, por las costas del litoral y más allá.
El guión describe sus peripecias con trazo grueso y justifica sus decisiones a los trancazos. Las imposturas y costuras del libreto saltan a la vista de cualquiera.Los personajes son monigotes al servicio de la tesis unidimensional del argumento.
El padre es un amargado total e irredimible. Los secundarios viven de la trampa, de la estafa, de la traición y del embuste, pues el subtexto se quiere una lectura moralizadora de la Venezuela contemporánea.
De entrada, la idea no era mala. Todos aquí nos caemos a cuentos y a charlas para subsistir. Por naturaleza, el país se sustenta y se alimenta de sus mitos, de sus engañifas, de sus estafas. Ahí la película da en el clavo, sobre todo al ubicarse diez años después del desastre del deslave.
Por desgracia, la ejecución y el tono políticamente correcto del largometraje, conspiran contra su estimable intención original. La de ser un retrato de nuestro Apocalipsis Now,desde la perspectiva primigenia de un niño inmaduro,como el país,como nosotros,negado a crecer,tras la huella de “El Tambor de Hojalata”.
Por defecto, el conjunto adolece de consistencia. De la recreación de una fiesta de San Juan, nos debemos conformar con sus vestigios autocensurados y amordazados.El pudor marca la pauta del desarrollo dramático y de la ilustración del problema.
La sangre,el sudor y las verdaderas lágrimas de la vaguada, se disimulan y disfrazan a través de la ostentación de las bellezas de la naturaleza, de la glorificación del color local, por medio del lenguaje populista en boga.
La pacatería asoma un cuestionamiento del tema de los refugios construidos por el oficialismo. A la postre, las dudas y polémicas se diluyen con el bálsamo de la iconografía costera y el mensaje tranquilizador de la mala conciencia. Hasta un afiche del presidente figura en el entorno, como posible comentario de doble sentido. Una tendencia del gremio.Recuerden “Libertador Morales”.Sin embargo, la crítica es nula y se la traga la panorámica del complejo habitacional coronado por la valla de “Ahora Venezuela es de Todos”.
¿Mensaje subliminal,alcabala fija,compromiso,complacencia,cariñito para el mecenas de la movida?
El desenlace nos promete un futuro abierto a la reconciliación, el perdón, el reencuentro y la esperanza.
Después de todo,nos advierte la conclusión, Venezuela sigue siendo un país de oportunidades,a pesar de la tristeza,la traición,la soledad,el desamparo,la inseguridad,el darwinismo,la precariedad y el abandono.
Siempre existe la ocasión de conseguir albergue y comida caliente en el hogar dulce hogar del compañero de turno.Las caraotas y las empanadas de la abuela aguardan por nosotros como en una cuña de Aripán,de Maltín Polar.
Unos siguen buscando a sus muertos entre los escombros,porque quieren. Otros pueden montar su negocio de ostras en la acera de enfrente,gozar de los privilegios del mar de la felicidad,reinventarse y escurrirle el bulto a la pobreza. Es una cuestión de actitud. Al final,serán recompensados con la aparición en la portada de la revista “Estampas”. Vaya corolario,vaya guinda para la torta.
“El Chico que Miente” comparte una ideología de pare de sufrir,como de reseña al logro de “Todo en Domingo” al emprendedor de turno,de la semana.
Así Marité Ugas se toma un “Té en la Habana” con su colega Fina Torres.Las dos cierran con una exaltación al mérito de la mujer en una era de dificultades,en la vía hacia el comunismo.
A eso se le llama mentir con sofisticación.
Bienvenidos a la hipocresía del siglo XXI,con su capitalismo socialista(de sálvense quien pueda).
Se solicita muchacha con buena presencia y empresa propia.
Abstenerse maridos deprimidos.
Para películas sobre el deslave, prefiero los documentales “Falta un Pequeño Detalle” y “Venezuela Subterránea”.
Acá Los Corales fungen de cortina y escenario para un melodrama de opereta,de televisión.
Un unitario trágico,aburrido,monótono y descafeínado.
La dirección de arte contribuye a la desconexión con el espacio.
Es como llegar con unas cámaras a un edificio semidestruido para representar una mala obra de teatro.
Muy pretencioso,falso y esnobista.
Es como una operación alienígena.
El choque de dos mundos apartados,separados al nacer.
Se mata la autenticidad desde el aterrizaje.
De hecho,una doña,una anciana canta delante del lente y el oportunismo aniquila la espontaneidad del instante.
Así ocurre en los reportajes de explotación de los tristes trópicos.