Durante el último viaje a Venezuela percibí el deterioro de calles y autopistas, no sólo en Caracas sino en el interior del país. Las lluvias, pero sobretodo la ausencia de inversión o el trabajo mal hecho pueden ser algunas de las razones para el estado de semi-bombardeo de las vías de comunicación.
Pero también las casas antiguas en los centros históricos de algunas ciudades se sostienen por obra y gracia del espíritu santo, y el hecho de que una edificación alcance cincuenta años o los tres cuartos de siglo merece la categoría de milagro y éxtasis divino. Construcciones sencillas, que podrían ser parte de un programa de conservación del patrimonio, de una ruta turística de bajo impacto, permanecen a la deriva, sin dolientes, sin Estado ni Instituto de Patrimonio que diga presente.
Aquí no se diferencian gobierno y oposición, que se llenan la boca con sus propagandas altisonantes.
Y me queda la duda planteada una vez por José Ignacio Cabrujas: ¿tenemos como sociedad vocación de “derrumbadores”?