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La implosión de la izquierda europea: su fracaso y sus consecuencias

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izquierdaSi realizamos un análisis crítico de los representantes y los postulados de los partidos políticos «de izquierda» en Europa, ¿cuál ha sido la memoria y cuenta de sus logros en los últimos diez años? ¿Quiénes conforman, hoy en día, «la izquierda» europea? ¿Quiénes se identifican con su discurso, y cuáles son las diferencias con el electorado tradicional de estos partidos? Intentaré afirmar lo siguiente: el auge que viven los partidos nacionalistas de ultra-derecha en Europa puede entenderse a partir del fracaso del discurso de los partidos de izquierda y su pérdida de credibilidad en el electorado.

Por «electorado tradicional» me refiero a los sindicatos obreros, los movimientos de base y las minorías (entre otros) que buscaron –y lograron- imponer reformas de vanguardia a través del siglo XX, utilizando, en la mayoría de los casos, un estructura político-partidista «de izquierda». La reducción de los horarios de trabajo, los planes de retiro, la igualdad entre hombres y mujeres, los derechos de los homosexuales y más, fueron luchas llevadas a cabo desde esa esquina, y esto lo podemos afirmar sin juicios de valor. Lo que me interesa acá no es argüir si el salario mínimo es una buena idea desde un punto de vista económico o si Milton Friedman tenía razón en querer abrogarlo. Lo que me interesa es trazar, a grandes brochazos, la tela de las relaciones de poder y los movimientos entre el discurso y la acción en el siglo XX, para tratar de entender la situación actual.

En ese sentido, teóricos como Zizek afirman que uno de los triunfos más importantes del neoliberalismo fue la instauración de una ideología fin-de-la-historia (Fukuyama) que dinamitó los conceptos políticos y debilitó las nociones de Estado-nación. Las consecuencias de esto han sido la disolución de los tradicionales militantes «de izquierda» en tres bloques inconexos, muchas veces en conflicto entre ellos.

Es decir, de un lado tenemos el bloque obrero, o el lumpenproletariat marxista llamado a tomar las riendas de la historia y todos los etcéteras.

Del otro lado, tenemos los intelectuales de izquierda, autores que teorizarán sobre la fuerza de las bases sin jamás interactuar con ellas, a menos que sea con la curiosidad de un antropólogo estudiando una tribu barbárica.

Finalmente, están los marginados, el bloque de gente excluida de la sociedad (los inmigrantes ilegales, por ejemplo), quienes tradicionalmente veían sus posturas reivindicadas por los partidos de izquierda.

Entonces, la pérdida de fuerza de estas variables «conductoras de la historia» (para utilizar la terminología marxista) viene dada, no solamente por la acción ideológica de dinamitar este supuesto proletariado en tres bloques inconexos, sino en hacerlos pelearse entre ellos. La revolución no será televisada, simplemente porque la revolución no llegará mientras la «antitesis» hegeliana esté constituida por un microcosmos fragmentado y débil.

Dicho de otra manera: ¿Se reconoce el «bloque obrero» en el discurso de los «intelectuales de izquierda»? El Partido Socialista Francés, por ejemplo, ridiculizado –y no sin razón-, como «la izquierda caviar» de niñitos de salón capaces de pronunciar discursos polisilábicos incomprensibles para el bloque obrero, no representa hoy en día los intereses de dichos obreros. La implosión de la izquierda y el aumento de la desconfianza en los políticos viene dada, entre los sindicatos y los trabajadores, por la sensación de ser utilizados por ese «bloque intelectual» como carne retórica para que ellos lleguen al poder y se olviden de nosotros.

La izquierda europea se ha hecho el harakiri al lanzarse por las vías del discurso populista, que promete el cielo a los trabajadores, mientras chupa el juguito de las ostras y campanea el champán en un salón Luis XIV.

Este mismo populismo la ha llevado a alzar banderas ambiguas, carentes de programa o de propuesta pragmática, como el espinoso tema de la inmigración (el otro bloque antes mencionado). Con esto quiero decir que el discurso populista y ramplón hacia los inmigrantes, lleno de eufemismos baratos sobre la libertad y la justicia y carente de proyecto, ha alienado al electorado obrero. ¿Podemos entender esto de otra manera si, ante el miedo de la pérdida de sus trabajos ante la apertura Europea, la izquierda, en vez de apoyar al bloque obrero, le da la espalda para recibir a brazos abiertos una ola indiscriminada de inmigración que amenaza directamente los trabajos de los obreros? ¿Cómo es posible que la izquierda europea haya dejado de lado todo trabajo de integración, comprensión y diálogo entre estos dos bloques en conflicto, para lanzarse por la vía del populismo: en la fábrica apoyo a los obreros, en la frontera prometo papeles para todos? ¿Dónde está el trabajo de deconstrucción que solía hacer la izquierda, dónde esta la explicación de que la lucha no es nosotros (obreros) contra ellos (inmigrantes), sino todos juntos contra un sistema de exclusión?

¿No explica esto el apoyo reciente a partidos radicales: el partido «anti-capitalista» de ultra-izquierda de Olivier Besancenot y el Frente Nacional de Le Pen? No es de extrañar que ambos extremos planteen lo mismo: una salida de Europa, el cierre de las fronteras, el rechazo del euro y la vuelta al franco.

Ni siquiera hablamos del «fracaso» de un proyecto político: hablamos del cinismo más abyecto, de un partido envuelto en sus propias contradicciones e hipocresías al punto de no representar sino los intereses de la clase política «caviar» con un discurso de izquierda. A Segolène Royal nadie le cree, porque «la vaca que ríe», como le dicen los franceses, es una caricatura de sí misma. Segolène propone un «impuesto a los ricos» para «ayudar a los pobres» y al día siguiente, aprendemos que Segolène Royal es una de las políticas más ricas de toda Francia.

No es de extrañar entonces que el electorado que se siente traicionado por esta dirigencia «de izquierda» se voltee hacia quienes les hablan directamente, con un discurso nacionalista basado en el fetiche del inmigrante capaz de vehicular el odio generado por tal impresión de hipocresía en los partidos de izquierda.

En este sentido, la «izquierda» como noción partidista y política, ha muerto en Europa, ahogada en sus propias contradicciones. Incapaz de sorprender, revolucionar u oponerse a nada; incapaz de avanzar algo más allá de los discursos grandilocuentes que nadie cree; incapaz de proponer, a su propio electorado, una praxis política que tenga sentido. La izquierda, otrora capaz de amalgamar el descontento de los excluidos del proceso globalizador, es hoy en día percibida como parte integral de dicho proceso, como defensora del statu quo. Es por eso que todo este «malaise de la cultura» contemporánea ha sido capitalizado por los partidos radicales y extremos, cuyas filiaciones democráticas son sospechosas, por decir lo mínimo.

Si la «izquierda» no logra refundarse como propuesta de acción política, será el discurso chauvinista y xenófobo quien reúna la cólera generada directamente por el movimiento capitalista global contemporáneo. Los síntomas empiezan a aparecer: la brecha entre ricos y pobres se acentúa en los Estados Unidos, ergo aumenta el discurso irracional y anti-político populista de la derecha, conocido como Tea Party. Si seguimos así, las opciones en el futuro se dividirán entre el fundamentalismo teológico (en su versión islámica iraní o cristiana norteamericana) y los sistemas mixtos de dictadura interna, capitalismo económico externo (como China). La conclusión es que es probable que vivamos los últimos momentos de libertad en muchas partes del mundo, los vestigios de lo que se logró en el siglo XX, ya que en ninguna de las opciones antes mencionadas el acceso libre y sin control a la Internet es deseado, sin hablar de los derechos laborales o la lucha contra la discriminación.

Paradójicamente, será la izquierda quien abone el camino a la destrucción de todo lo que logró en los últimos cien años.

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