Vamos a empezar con los datos: a partir de enero de 2008 entró en vigencia un aumento de sueldo del 30% para todos los profesores universitarios. A partir de ese momento un profesor titular a dedicación exclusiva («titular» es el rango más alto en el escalafón universitario) pasó a ganar 5.166 Bs. F. mensuales. Un profesor instructor, también a dedicación exclusiva («instructor» es el otro extremo del escalafón) quedó con sueldo de 2.382 mensual. En el medio se mueven las otras categorías: asistente, agregado y asociado, en orden ascendente. Esos salarios eran exiguos incluso para la fecha en que comenzaron a cobrarse nominalmente. Añádase que no se han incrementado ni un céntimo durante los últimos tres años y que por los vientos que soplan no van a aumentar en el futuro previsible. Con una inflación acumulada de casi 70% en el periodo a considerar, está claro que el sueldo de un profesor universitario no vale ni la mitad de lo que valía hace tres años.
Pero eso no es nada: hace diez años, un profesor titular a dedicación exclusiva, equivalía a más de diez sueldos mínimos y hoy en día gana 4,22 veces el mínimo.
Un profesor universitario a dedicación exclusiva trabaja mucho más de lo que percibe el estudiante promedio. Cada hora de clase impartida tiene o debería tener al menos una o dos horas de preparación detrás. Luego está, por supuesto, el dar la clase, lo cual supone un esfuerzo físico (aunque no parezca) y corregir los exámenes que no suelen ser pocos. Por ahí tenemos unas veinte horas de trabajo semanal, únicamente en labores docentes.
Pero un profesor universitario «de verdad» debería además investigar en el área de su interés y competencia. Idealmente debería publicar al menos un artículo científico (un paper) cada cierto tiempo en una revista arbitrada (cosa que es más o menos difícil dependiendo de la revista y del área). También debería participar en conferencias nacionales e internacionales, dar charlas frecuentes de nivel variable (algunas de divulgación para el público general, otras más avanzadas para especialistas), participar en seminarios de investigación… y cuando uno cuenta todo ese tiempo, da mucho más que cuarenta horas. Yo diría sesenta-ochenta horas semanales. Y me quedo más corto que mangas de chaleco.
Además, para llegar a titular (que ya vimos es el grado más alto en el escalafón) es necesario tener un doctorado y alrededor de 12-15 años de experiencia. Sacar un doctorado no es nada trivial. Más aún: para ser profesor asistente (el segundo peldaño del escalafón) hay que tener por lo menos una maestría, y con todo y maestría un profesor asistente gana menos de 2.900 bolos al mes. Métale los cestatickets a la cuenta (los que tengan) y a lo mejor llega a 3.500 ahí, apurado.
Como usted verá, eso de ser profesor universitario deja menos dinero que ser vendedor de CD’s y DVD’s piratas, menos plata que un taxi, muchísimo menos que un carro de perros calientes.
Estamos de acuerdo en que se puede vivir sin CD’s «quemaos» y sin perros calientes. Posiblemente también sin taxis.
¿Y sin universidades? ¿se puede salir adelante sin universidades?
¿Capta usted, querido lector, la magnitud del drama?
La Universidad venezolana se está quedando sin personal. Durante los últimos diez años se ha ido una cantidad impresionable de gente, de la mejor gente que teníamos. Así, la Educación Superior va palo abajo… eso por no contar las brutales carencias de los jóvenes bachilleres, sean de colegios públicos o privados.
Tenemos también un profesor universitario completamente desmoralizado, que no puede cubrir las necesidades más básicas, que no puede brindarle un techo a su familia, que no puede ni siquiera hacer un mercado decente, vestirse diferente de un pordiosero o ir al cine de vez en cuándo. ¿Libros? ¡Ja! ¡No me haga usted reír! El profesor universitario, actualmente, vive en condiciones infrahumanas. A menos, claro, que antes de esta debacle, de este genocidio económico, haya logrado situarse bien y comprar una vivienda decente. Pero ciertamente esas no son las condiciones de la generación de relevo.
Resulta verdaderamente desconcertante que los gremios se mantengan tan pasivos frente a esta situación. Más incomprensible todavía si consideramos que los gremios administrativos y obreros, tan combativos en otras épocas, también están pasando por lo mismo. La Universidad, tal vez amedrentada por el paro de PDVSA, no se atreve a ir al paro general indefinido que la situación amerita.
Y no es nada, que esto, según todos los indicios, va a peor.
Mi diagnóstico: con el profesorado pasará lo que ya ocurrió con los profesores de bachillerato y con los maestros de primaria, que actualmente se hallan completamente marginalizados. Los maestros de primaria y profesores de educación media eran profesionales relativamente bien pagados y bien considerados socialmente hasta hace más o menos cuarenta años. Hoy en día nadie quiere dedicarse a eso y los pocos que todavía estudian esas carreras lo hacen porque no les queda más remedio. Bueno, lo mismo va a pasar con los profesores universitarios a la vuelta de, no sé, cinco años. Si es que no es menos tiempo.
El remedio: un aumento sustancial de sueldo, no menor del 400%, para todos los trabajadores administrativos, personal obrero y personal docente de las universidades nacionales. Menos de eso sería prolongar la asfixia. Por supuesto, no estoy hablando acá del serio deterioro en las condiciones de trabajo. Ese es otro tema, y para resolverlo es necesario también aumentar en un porcentaje similar el presupuesto de las universidades.
Pero estoy muy claro en que eso no va a pasar, ni ahora ni con el próximo gobierno, aunque sea éste de oposición. De hecho, los flamantes 65 jarrones chinos diputados opositores no han dicho ni «esta boca es mía» sobre este tema, y eso que muchos de ellos, o bien son profesores universitarios, o bien se formaron en universidades públicas (aunque esto último es más bien una raya para la institución). No cabe esperar nada de esos monigotes.
Así que parece que lo único que todavía se puede hacer, es salir corriendo.