EL BICENTENARIO RECIÉN COMIENZA Y CELEBRARLO ES INSUFICIENTE

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EL BICENTENARIO RECIÉN COMIENZA
Y CELEBRARLO ES INSUFICIENTE

                                                                           -POR CARLOS SCHULMAISTER-

Al contrario de lo que el gobierno argentino y la gente parecieran creer, el recientemente celebrado Bicentenario Continental de Mayo no finalizó al comenzar la hora O del lº de enero de 2011, ya que la Revolución no transcurrió entre el 18 y el 25 de mayo de 1810, como se enseñó masivamente hasta ahora, sino entre 1806 y 1825. En consecuencia, el Bicentenario abarcará de hecho y de derecho, por lo menos, la presente década.

El Bicentenario es mucho más que la mera expresión de una magnitud de  tiempo astronómico. Fundamentalmente representa las formas y contenidos que asume la encarnación concreta del tiempo histórico en el presente de las naciones americanas paridas por la Revolución. Es decir, representa su tejido sociocultural actual.

Un proceso histórico de tamaña dimensión, riqueza y complejidad no puede ser dimensionado correctamente mediante celebraciones y homenajes mecánicos, reproducidos a intervalos regulares del ciclo administrativo del Estado.

Más que para rendir culto al pasado y oficiar liturgias improcedentes, hitos de esta clase son propicios para instalar procesos colectivos de evaluación societal que no pueden quedar acotados a los arbitrarios, estrechos y exactos límites cronológicos de horas, días, meses y años.

Es al interior de marcos temporales más ricos y flexibles, llámense períodos, épocas o coyunturas donde se podrá caracterizar con mayor profundidad y riqueza los procesos históricos desencadenados en aquella época revolucionaria.

No obstante, en este primer año del Bicentenario las naciones hispanoamericanas apenas sí se han dedicado a celebrar y homenajear actores, épicas y narrativas fundacionales sin poner en marcha procesos evaluatorios de las trayectorias recorridas.

¿Cómo es posible esto?, se preguntará más de un lector desapercibido recordando haber leído en la facultad los libros de Fulano, Mengano o Perengano, clásicos incuestionables considerados el non plus ultra en la cuestión.

Ocurre que la clase de evaluaciones a que me refiero son prácticamente inéditas en Argentina y en los países latinoamericanos. Tampoco son el resultado del trabajo intelectual individual de los estudiosos, por más profundos que ellos pudieran ser, ya que son procesos colectivos abiertos, participativos, democráticos, dialógicos, llenos de renovado interés y voluntad de inclusión y pertenencia a un colectivo común que puede llamarse de diferentes maneras: la nación, el país, la patria, la Argentina, con el propósito fundamental y declarado de corregir, reparar, mejorar, ser y transformar colectivamente el proceso histórico bajo determinadas inspiraciones para de ahí en más conquistar niveles más altos y continuados de desarrollo como sociedad y nación.

Por lo tanto se trata de evaluar para transformar; ello supone una acción colectiva subsiguiente: la implementación de un proyecto histórico. Más que una tarea académica es, pues, una grandiosa tarea política.

Desgraciadamente, la sociedad hispanoamericana no ha pasado de ofrecer a través de sus académicos de ciencias sociales diagnósticos generales, enciclópédicos tratados, relevamientos eruditos del estado de cualquier cuestión. Algo que pareciera ser su especialidad.

La diferencia entre eso que se ha hecho y lo que se debería hacer, o la que presentan un diagnóstico y una evaluación proactiva es la misma que existe entre mirar atrás, hacia el pasado, a lo que ya sucedió, para describirlo, explicarlo e interpretarlo, o por el contrario mirar hacia adelante, al futuro, a lo desconocido, a lo que está sin hacer, ¡y hacerlo!

En el primer caso el observador erudito se estaciona en su puesto de observación y mira hacia atrás, pero permanece allí sin moverse en su propio tiempo pues éste está anclado en los dilemas del pasado sin poder escapar a su poder coercitivo y paralizante. En suma, como no se puede desandar el tiempo transcurrido no hay escape posible.

En el segundo caso los observadores, académicos, políticos, sociales, institucionales, agitan el presente apuntando hacia adelante, hacia lo por venir, a lo inédito, a la creación de algo que por primera vez pueda establecer algún grado de control sobre el futuro para encarar la construcción de nuevos presentes sólidos, firmes, viables.

Se trata entonces de una oportunidad histórica que se despliega operando aquí y ahora, que es como verdaderamente se construye el futuro.

Después de dos siglos de identidades nacionales en construcción eso debería ser corriente y constante. Pero no, sigue siendo una utopía, un inédito posible.

Por lo tanto, los mayores y más urgentes desafíos intelectuales de la Región no son de orden historiográfico sino político. No alcanza con resignificar los sucesivos pasados una y otra vez, generación tras generación y bajo opciones ideológicas polares pues hasta ahora esa modalidad sólo nos ha conducido a callejones sin salida.

Lo que está en juego es la creación real de un nuevo futuro con improntas realistas, viables, sustentables, que susciten adhesión entusiasta del consenso democrático y la voluntad comprometida de la mayor cantidad de habitantes del espacio argentino y aún más allá.

En consecuencia, el Bicentenario de Mayo continúa desafiando intensamente a la inteligencia hispanoamericana a revisar el pasado histórico heredado, especialmente en los campos político, sociológico y cultural, desterrando relatos, mitos y axiomas negativos que nos han conducido políticamente a contradicciones y crispaciones que parecen insalvables dentro del sistema republicano y la democracia, en tanto las vías alternativas imaginadas e incluso probadas constituyen atajos probadamente antiéticos y antiestéticos.

¿Qué es lo que falla entonces? ¿El instrumental técnico o la inspiración creativa? Para mi fallan ambos. Pero del primero deriva sin duda el fracaso de la lectura y comprensión de la realidad, más importante que la misma construcción del pasado ya que es únicamente en su seno donde éste último adquiere sentido.

Simultáneamente causa y consecuencia de ese fracaso es el acelerado proceso de corrosión de significados de palabras otrora nobles y elevadas, reducidas hoy a la condición de pálidos fantasmas del pasado. Desde ya, la responsabilidad no le cabe a las palabras en si sino a los fracasos sociales recurrentes, a la consiguiente pérdida de fe en el valor de la unión nacional, y al consiguiente proceso de deformación idiosincrática resultante, por un lado, de la ignorancia a secas, fruto del crecimiento de la pobreza, y por otro lado de la culta ignorancia desparramada sistemáticamente desde las más altas jerarquías del poder político, edconómico y social, todo lo cual sirve para legalizar y cohonestar las prácticas sociales más desviadas, aquello que las mismas palabras ya no pueden designar.

Hay palabras que ya no sirven, o que sirven para producir más mal que bien, que están enfermas, distorsionadas y desnaturalizadas por causa de discursos oportunistas, falsos e hipócritas y por prácticas perversas, de modo que los significados oficiales socialmente distribuidos no se compadecen  con la verdad más imparcial y más socialmente abarcativa en cada presente, único ambiente donde se puede pasar de la tesis a la experiencia.

Tal es el caso de los términos revolución, liberalismo, capitalismo, socialismo, nacionalismo, democracia, federalismo, patria, política, solidaridad, pueblo, oligarquía, militancia, etc, etc.

Conste que no estoy postulando el regreso a un purismo terminológico propio de manuales introductorios a la ciencia política, sino a señalar la hipocresía con la que ésas y muchas otras palabras son manipuladas y deformadas -entre otros procedimientos- por la introducción de planteos esencialistas e irracionalidades múltiples (algunas de milenaria trayectoria) que sumadas y potenciadas parecieran configurar una suerte de metafísica política, en correlato con el creciente desarrollo de un espacio metapolítico que va sustituyendo cada vez más rápido al degradado campo de la política actual.

Insisto en señalar como obstáculos para la ciencia y el arte políticos los sesgos ideológicos y las prácticas reactivas de una función social intelectual de académicos y divulgadores de todo signo, carentes de autonomía intelectual y reducidos por la pérdida de fe en sus herramientas científicas y en sus propias capacidades, en el contexto de la decadencia antes señalada, a la condición de meros entretenedores oficiales, sin importar si lo son de minorías o de mayorías, ya que en todo caso representan ingentes valores económicos en circulación que asegurarán su instalación, persistencia y reproducción.

Desgraciadamente, ello ha generado un  crónico miedo colectivo al futuro, pese a utilizarse constantemente este término en la escuela, en los medios y en el libro con fanatismo utopista; y pese a la instalación de la suprema mentira que hoy vocean los intelectuales “progres” para la gilada clientelar, repetida urbi et orbe por los perritos falderos (¡a sueldo, vamos!) en todas las jurisdicciones: ésa de que el ex presidente Kirchner reinstaló el valor de la política (¡Dios nos libre y guarde!), cuando justamente lo cierto es lo contrario: nunca ningún gobierno en Argentina degradó tanto la política, y por ende la sociedad, como lo hizo Néstor Kirchner. Y como continúa haciéndolo su viuda, la presidente Cristina Fernández.

En consecuencia, el Bicentenario nos muestra como sociedad acostumbrados a “avanzar” llevando en nuestros ojos el espectáculo que nos brinda un espejo retrovisor representado por tantas contradicciones emblemáticas y obsesivas, insolubles de la forma en que han sido y continúan siendo históricamente percibidas, formuladas, aprendidas y reproducidas.

Pero al Gobierno, a los clientes y a la gilada eso no les importa. Sólo les interesan las celebraciones y homenajes masivos.

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 http://www.elansiaperpetua.com.ar/?p=1241

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