Hay cenizas en el viento, dejan rastro en tu andar.
El mundo camina con la mirada perdida en sus pies, en sus temibles sombras.
Y tú no puedes bajar la cabeza, estas condenada a sentir la tristeza perpetúa
de todos los que lejanamente te rodean.
Hay lluvia y llovizna atizando la melancolía de los que caminan.
Y tú no consigues dormir con su recuerdo que actúa como un invertido atrapasueños,
no olvidas las profundas huellas de sus querencias, de su calido abrazo,
de su pequeña sonrisa, de sus lágrimas que parecen estar enclavadas en tu memoria.
El es cada persona que pasa a tu lado y roza tu hombro,
cada olor familiar que ronda a tu alrededor; el café, el ron, la primavera,
unas manos magulladas, unos labios partidos por el frío, la noche, el vino barato.
Desde tu ventana miras como siguen andando bajo la lluvia, desahuciados
y con un paso lento, sintiendo en cada gota el alarido furioso de la soledad
reclamando su esencia. Tu cuerpo enfermo duerme en el marco de esa ventana,
tu espíritu se diluye y forma parte de la lluvia, tus lagrimas lo buscan
para que el sienta la inmensidad de tu pesar.
El pasado ya no esta, se ha ido. Y con el, una vida que hoy es solo ceniza.
El recuerdo lejano es imperecedero, siempre nos pertenecerá.
Es el recuerdo perenne imposible para el olvido. Tu rostro se asienta sobre el frío ventanal y su presencia producto de una alucinación por exceso de pastillas,
crea el vapor entre tu boca y la de el.
Las caricias son mutuas y su imagen nace en la tormenta pluviosa e inmediatamente desaparece.
Hay una borrasca endemoniada que se cierne en tus ojos, tus manos tiemblan
y sabes que el no volverá. Nunca conseguiste su adiós ni el, el tuyo.
El amor pudo haber sido solo ficción, pero el dolor allí esta,
respirando con la ventana abierta, con la tenue llovizna salpicando sobre tus lagrimas. La sensación de su calido abrazo es palpable atravesando la brisa
que descansa arriba del pavimento.
Hay un cuerpo desnudo y enfermo que yace derruido en la calle
con un apacible gesto de olvido y paz en la cara.
Con una belleza, inolvidable para todo hombre.
Ella yace a los pies de el, que con un racimo de rosas rojas en una mano
y el rosario del perdón en la otra; la ve y llora,
deslizando sus gotas sobre el cadáver y uniéndose al riachuelo de mágica lluvia.