Es tiempo de ser políticamente correctos. Tiempo de sopesar en demasía las respuestas. Tiempo de afrodescendientes, procesos reivindicativos, expropiaciones a favor de la masa oprimida. Tiempos de callar pues hablar sería (pareciese) hacerle el juego a la polarización, al absurdo, la rabia, el vertedero de clichés, la carencia de sentido del humor.
Hace unos días salimos de copas, por fin. Sí, finalmente: sin querer armar el drama del inmigrante explotado y subempleado, es bien cierto que los tiempos en esta casa tampoco dan para la fiesta y el trasnocho.
4 am del viernes: San Telmo poblado de turistas. Par de Quilmes. Desde la mesa de al lado un chico con acento que no logramos descifrar (se trata de un local dominicano, La mesita de noche retumba desde las cornetas) nos pregunta si somos venezolanos. Resulta que él es un compatriota. Mi pareja y yo manifestamos sorpresa: la voz que llega filtrada por el ruido no permite distinguir bien el acento; la piel blanca, la apariencia nos engañan.
El primer paso en falso nos golpea como pregunta:
– “¡Ah! ¿Es que son racistas?”, increpa el otro venezolano con cara de prime time en el canal del pueblo.
Risas nerviosas desde este lado. “.Alerta. Contente. Sopesa”, me digo. Un malentendido, no pasa nada.
Somos invitados a la mesa, tal y como se estila en estos casos (de encuentros fortuitos entre paisanos, no de malos entendidos). En cuestión de segundos ya vislumbro la necesidad del diálogo fríamente calculado. Estás rodeada. No lanzarás una palabra en falso.
La chica haitiana vuelve con más cervezas. Preguntas indispensables en la rutina de los extraños lejos de casa y una primera aclaratoria por parte de nuestro anfitrión:
– “Yo no me vine huyendo de Chávez, como hacen muchos. Estoy estudiando y pienso volver a mi país”.
Así, el maestro de ceremonias nos da el pie para el silencio y, de paso, agradezco infinitamente la discreción de mi amado; si pudieses leer mi mente te pediría que me llevases de la mano a ver las estrellas, a beber por las calles empedradas; a olvidar esta rutina y la anterior, la que pensábamos dejar olvidada cerca del Caribe y evidentemente, siempre regresa de maneras insospechadas.
Sigue el guion que indica rememorar el barrio con corazón henchido. Se es mientras se sea del barrio. Mi chico es de Cotiza: tenemos chaleco salvavidas en estas lides. Yo sigo callada, porque nací en el centro de Porlamar. No tengo nada que agregar sobre historias que ignoro. (En este renglón siempre resulto medio humana, desnuda. Madre: debiste quedarte en Punta Araya, con sus ranchitos de bahareque y piso de tierra, para que yo no naciese así casi animal, grotesca, sin materialismo histérico)
El resto es trámite; conversación inocua; matar los cigarros. Ver morir también la ilusión de levedad que auguraba la noche.
5 am: el compatriota estudia. Esta pareja de profesionales trabaja subempleada y debe cortar por lo sano (el chico, inclusive, labura todos los domingos de la vida y cada día hasta las 11: 30 pm)
Vamonós, dicho en venezolano. No hay que armar jaleo, que quejarse por ciertas condiciones me haría sentir materialista histérica a mí también y el cobre del inmigrante ya sabemos todos cómo es que se bate. Pero bien pensado, (la hora, las birras) no quisiera perder oportunidad para señalar que había en esa mesa un elefante rosado vestido, cómo no, de contradicciones.
5 pm del sábado: la compañera kirchnerista de la oficina lanza sin anestesia:
– ¿Ya viste lo que está pasando con Vargas Llosa?
“Cuidado”, me digo. Aquí hay regalito escondido. Y soy parca en mi respuesta. Pero en estos tiempos minados, ya ni eso sirve.
La expresión facial se tensa, los brazos se cruzan sobre el pecho. Veo llegar todos los síntomas de golpe (¿de contragolpe y de contramarcha?) Ya está aquí, es inevitable.
– ¿Qué pensás vos de la Presidenta y de Kirchner?
(Ese vértigo en la columna. Un cielo azul, una playa cristalina para reposar aliviados. Al menos, me deleitaría con un lugar y un tiempo sin estas preguntas, sin estos giros de guionista macabro y reiterativo)
Con la certeza de la fría y afilada hoja sobre mi cabeza, respondo:
– No puedo (no quiero) emitir ningún juicio positivo o negativo porque no correspondería. Puedo, eso sí, decirte lo que observo y no me gusta, según mi experiencia como venezolana: me da mala espina el populismo y la idea según la cual quien no está conmigo, está en mi contra. En Venezuela, los no chavistas somos tildados de pro-yanquis, golpistas, fascistas. Nada bueno sale de ahí. Es peligroso. Ésa es mi experiencia.
Llegados a este punto, querido lector, ya Usted conoce el desenlace del melodrama barato:
La kirchnerista no puede ocultar su indignación: habla sobre el pasado político, las reivindicaciones y el pueblo oprimido. Una tensa calma (licencia poética) invade el espacio laboral. La venezolana, asiente a todo, no está en posición de refutar ciertos argumentos. Algo se ha quebrado y es evidente la incomodidad.
– Vargas Llosa es un tipo de ultraderecha. No tiene, además, por qué decir lo que dijo sobre los argentinos. Yo sí la banco a Cristina.
Alguien pregunta:
– ¿Vargas Llosa de dónde es?
La camarada kirchnerista comenta:
– Eeeh… No sé… creo que es peruano, ¿no?
– Sí, es peruano. (Dice la venezolana).
10 am del domingo: el muro de Facebook me muestra gran cantidad de videos sobre la historia política argentina; videos sobre la maravillosa obra del gran Néstor Kirchner y, por último, el video con las declaraciones de Vargas Llosa con un comentario como título:
“Para Vargas Llosa… Argentina es un galimatías indescifrable (lenguaje complicado y casi sin sentido) Nosotros nos hacemos cargo de nuestros errores y horrores… Ahora venir a decirnos que nos gusta vivir en dictadura, en pobreza y en mercantilismos baratos… Creo que la política que él mismo aplica de ultra derecha… no va con lo que pensamos la mayoría… Y no es populismo, sino derechos logrados al fin”.
Soy claramente la destinataria y no es justo, porque el paso en falso no lo he dado yo: esta vez me arrinconaron.
Son tiempos para medir consecuencias. Caminamos en vilo, a tientas. No disientas. Colecciona eufemismos, diplomacia, que ya no hay quien salga loco de contento: donde quiera te espera lo peor.