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Filven 2011. Menos lluvia, más tristeza

Tenía buenas razones para dejar lo de la Feria Internacional del Libro 2011 (Filven) de ese tamaño. Primero, Sergio dijo todo lo que podía decirse, en una extraordinaria crónica, publicada hoy en la mañana. Segundo, honestamente, no estoy de ánimo para recibir mensajitos de autoayuda.

La crítica pierde sentido en el momento en que uno intenta sacudir y generar discusión, y la respuesta son las justificaciones de siempre. Es aburrido ser el único que dice algo, especialmente cuando esta mañana, antes de salir rumbo a la sede de la Filven, hice una breve búsqueda en Twitter, intentando sondear la opinión de los asistentes a la primera jornada.

Como siempre, la reacción era positiva. Unos alababan los precios, otros quedaron encantados porque les regalaron una revistica, otros estaba felices porque en medio de las miles de biografías del Che, encontraron un librito de algún personaje de tendencia opositora, y esto, era prueba suficiente de la diversidad de la feria.

Es desmotivante leer esas cosas, ver que Venezuela no es comparable con 1984, la obra maestra de George Orwell, sino con Un Mundo Feliz, la también magistral obra de Aldous Huxley.

Los venezolanos no sufrimos la revolución, la disfrutamos, nos drogamos con ella. La Filven es una alta dosis de Soma aplicada directamente sobre el bulbo cefalorraquídeo de la conciencia venezolana.

Tal vez, el reto del país, no sea acabar con el gobierno, sino despertar a una sociedad drogada y sonriente que aplaude cualquier güevonada.

¿Qué decir?

Llegué a la 01:30pm, llovía un poco menos que el año anterior, pero el ambiente era peor. Incluso, mi acompañante, la misma optimista de la última feria, me recibe con un: «esto está chimbo, no me provoca comprar nada».

La distribución del espacio es torpe, uno tiene que adivinar hacia donde van los stands y a quién pertenecen. Los mismos guías parecen desorientados. El Stand de Monte Ávila es el único que parece tener vida. Aunque, una mirada cautelosa, permite detallar que nos encontramos con una oferta descafeinada. Atrás quedaron los días cuando el incómodo Carlos Rangel publicaba sus agudos ensayos con Monte Ávila, aunque fueran despiadados con los adecos, aunque el Presidente quedara muy mal parado en sus páginas.

Ahora, se consiguen sendas re-ediciones de los libros de Carlos Noguera, yo aprovecho para comprar a cinco bolos Juegos Bajo la Luna. Ese Noguera me gusta, era valiente, escribía contra el poder, señalaba, denunciaba, ponía su pluma al servicio de la crítica y la disidencia. Nada que ver con ese señor vendido al poder que desde hace años ocupa la presidencia de la editorial del estado.

Luego, damos una vueltica y lo único que vemos son imágenes del Che, de Fidel, de Marx, de Trostky, de Chávez.

Pasamos por un stand de Café Venezuela, y no tienen café.

Pasamos por otros stand dedicado a «lo mejor del cine venezolano y mundial«, y me acerco con ilusión, movido por un afiche de Jericó, la obra maestra de Luis Alberto Lamata. Cuando voy a comprarla, me dicen que no la tienen, lo único que tienen es el bodrio La Clase, el pésimo encargo de José Antonio Varela, a instancias del capo Farruco.

Encima, vale 30 lucas. ¡¡¡No gracias!!! Yo no pagaría ni los cinco bolos que me cobraría un buhonero por ver esa porquería.

– ¿Tú crees que las iraníes se dejen tomar fotos?

– ¿Ah?

– Mira para allá…

Cuando volteo observo un aterrador stand forrado de fotos de Ahmadinejad, atendido por dos señoras con velo. La vaina da miedo, y forma parte del habitualmente irresponsable discurso de nuestra izquierda caviar. Así como hicieron con Kaddafi, nuestros izquierdistas bien pensantes apoyan -desde lejitos, sobra decirlo- la tiranía de Ahmadinejad. Después, salen a darse golpes de pecho en nombre de la paz.

De hecho, mientras observo el stand iraní, suena de fondo la canción: «Un canto a favor del paz» de Dame pa’ Matala. Yo pienso en Mahammad Rasoulof y Jafar Panahí, cineastas iraníes condenados a prisión por su arte, quienes a diferencia de buena parte de los presentes, no aceptaron convertir su cine en propaganda barata.

Tanto Panahí como Rasoulof son la antitesis de José Antonio Varela y Roman Chalbaud. Mientras en el mundo se solidarizan con estos disidentes encarcelados, en Venezuela le hacemos la ola a sus represores, Venezuela se pone del lado del poder e ignora a los perseguidos.

La vaina da asco.

Me entero de que una joven y brillante autora está presentando su primer libro en la Librería del Sur, como realmente quiero leerlo porque llevo rato siguiéndole la pista a esta escritora, decido acercarme. Me hago de una copia y me acerco para pedirle que la firme. Ella es todo lo que debería ser esta feria. Se trata de una chica humilde, dedicada desde hace mucho a trabajar en lo suyo sin esperar prebendas de ningún tipo. Me siento bien de compartir con ella unos minutos y le deseo éxito, prefiero leer gente así que a los adocenados autores que abundan en todos los rincones de la Filven.

Ya de salida, paso por el stand de libros usados. Compro una copia de Rant, de Chuck Palahniuk y nos vamos.

Cuando emprendemos el camino de salida nos encontramos con un afiche de Fidel, ya entrando a mi compañera le regalaron un horrendo afiche de Chávez, y a mí uno de Bolívar. Cuando creo que me van a regalar el afiche del dictador cubano, el tipo que lo enrrolla nos dice: «tomen, son veinte lucas».

No mi pana, que feria tan mierda. Y más loco aún, que haya gente que no se dé cuenta.

Cuando atravesamos la puerta nos regalan un libro de Bolívar. Miro hacia arriba y ya no llueve, pero todo es más decadente, y sí, más triste.

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