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Manchas

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El sonido que brinca en la pata de la oreja, ¿es virtud o se trata de mi tía Teresa? ¿y qué de las manchas que aparecen en mi espalda? suben por ella como si se tratase de rosas rojas que me clavan sus espinas, sin compasión. Espinas que hacen brotar la sangre, hoyuelos rasgados de luz, fuentes de agua viva por donde se me escapan las ideas, fluyen sin cesar, trato de contenerlas, de evitarlas y de recogerlas… intento fallido.

No importa, nada de eso importa. Lapidado pasado de lo que nunca pasó, ideas sublimes que recorrieron futuros que no sucedieron, que no llegaron a ser otra cosa que pensamientos e imágenes engañosas. Y es el diablo, que danza, que tirita tomado de la cola, que es egoista y que teme. Y frío se vuelve caliente, juegos de la ida y la venida y se trata de no ser demente. Espacios abstractos de lo irreal, despierto del sueño y miro la vida a través de mi cristal, maravilloso, maravilloso… tengo el poder y eso es hermoso.

¡Tiririrín, tiririrín!…

Presente en la crónica del deceso, la história se escribe comiendo un trozo de queso, ni nos damos cuenta de cuando se va haciendo hasta que decidimos voltear y vomitar la mentira. Así es, así soy, éste es mi imperio. Más riguroso que nunca, alejado de los enemigos que envidian al poeta. L’Art c’est l’azur, así que hemos ganado sin haber comenzado.

¡Tiririrín, tiririrín!…

Vuelvo a mirar las manchas de mi espalda, secas están las costras de un juego banal, el cuerpo humano cicatriza, es la máquina por excelencia creada por la naturaleza, el engrane del todo y el objeto donde viajamos. Por siempre el poeta vive en la torre de marfíl, la vida es el cisne y mi sueño es la realidad. Bella y preciosa, llena de las joyas de Ormuz.

Los ritmos se prostituyen, se cantan los lunares de las mujeres, y se fabrican jarabes poéticos, decía mi maestro.

¡Violá!

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