En el 2009 pretendí publicar una serie de cuatro artículos del escritor colombiano Efraim Medina Reyes que me parecieron interesantes y quise compartir con ustedes. El primero fue Animales Mitológicos, que habla sobre la hipocresía de algunas figuras públicas colombianas. Hoy, saturada de tanto refrito y déjà vu político, me acordé de aquella iniciativa y decidí continuar con este artículo. Las próximas dos entregas serán sobre rock y boxeo.
A veces, merecemos salir un rato del Parque Jurásico y disertar sobre asuntos universales.
Supercoño
Día y noche los hombres se matan unos a otros en nombre de los más disparatados fines; las ambición de poder y riqueza parecen llevar la delantera. Sin embargo, lo que hay en el fondo de toda guerra o en cualquier anhelo de paz es un suave, acolchonado y peludo coño. Los hombres hablan de bondad, honestidad y justicia porque se saben crueles, traidores y mezquinos. Recurren a la fuerza porque se sienten débiles y desconfían hasta de su propia sombra porque en realidad nunca han dejado de ser un montón de pequeñas y bulliciosas criaturas perdidas en ese enorme coño sideral que es el universo. Para nadie es un secreto que debido a un coño nos echaron del paraíso, quizá por eso nuestro único contacto con el paraíso sigue siendo un coño.
Por eficaz que sea la clonación, y otros futuros inventos de la ciencia en su estúpido afán de traer aún más gente a este mundo, dudo que exista algo más seguro y divertido que aterrizar desde un cálido y respetable coño materno. A diferencia del sexo masculino cuya mecánica es obvia y en extremo pretenciosa, el coño es un océano de misterio. A una mujer le bastan tres o cuatro sacudidas para borrar la arrogancia del más macho, en cambio no existe todavía un hombre capaz de colmar las expectativas que encierra hasta el más tierno y delicado coño.
Aunque contar sus hazañas con las mujeres sea un deporte muy común entre los hombres y la mayoría crea que tener esposa, dos amantes y revolcarse de vez en cuando con una puta los convierte en verdaderas máquinas sexuales la verdad es que frente al coño la tenemos perdida. Y si por tirar con dos o tres mujeres al tiempo o echarse cinco polvos en una jornada algunos se ufanan y exigen diploma como sementales hay que recordarles que en 1995 una diminuta y frágil mujer se embocó a 251 tipos, de todos los estilos y tamaños, en menos de diez horas imponiendo con ello una marca mundial de la especialidad y ganándose un merecido espacio en el Record Guinness.
Annabel Chong, la autora de dicha proeza, nació en China y creció en Singapur. Su verdadero nombre era Grace Ouek; siendo una adolescente se trasladó a Londres para estudiar filosofía y derecho, sus profesores dicen que fue una estudiante brillante hasta que una noche una pandilla la secuestró y la retuvo en una bodega donde fue violada hasta el amanecer. En su declaración a la policía Annabel contó que la habían ultrajado nueve hombres y mientras lo hacían alardeaban de su virilidad y la llamaban «zorra amarilla».
Al poco tiempo abandonó la universidad e inició una carrera como actriz porno que la llevaría después a Estados Unidos donde se convertiría en la reina del gang-bang y, como ella misma ha declarado en varias ocasiones, un símbolo del movimiento feminista. En una entrevista, previa al encuentro con los 251 voluntarios, Annabel dijo que hacía aquello para «Mostrar el lado más agresivo y políticamente incorrecto de la sexualidad femenina». Y luego agregó: «No soy una puta, disfruto lo que hago. Quienes violan a una mujer pretenden que se sienta culpable por disfrutar del sexo. La violencia de los hombres nace de su incapacidad de expresarse sexualmente porque son funcionales y poco imaginativos».
En Colombia los niveles de violencia sexual contra la mujer son alarmantes y parte de esa violencia nace, como bien explicaba Annabel, del temor al coño; los hombres intentamos por todos los medios negar nuestra condición de coño-dependientes. Ninguna ofensa es más terrible para un hombre que ver profanado por otro el coño del que se siente dueño. La retórica del amor tiene como objetivo el coño; el coño nos domina. Hasta para vender una licuadora hay que ponerle un coño encima. Vivimos en el reino del coño, hasta el universo virtual está invadido por ellos; cuando abres una página para saber cómo va la guerra en Irak enseguida aparecen de la nada decenas de avisos de los coños.com que bloquean el sistema y se quedan flotando en la pantalla. Deseamos controlar el coño pero es imposible, el coño nos supera, nos aprisiona, nos devora.
Annabel Chong, alias Supercoño, acepta que su vida fue marcada por aquella salvaje violación y considera el gang-band una forma didáctica de enseñarles a los hombres el poder sexual de las mujeres. Sin duda que, junto al secuestro, la violación es de los peores crímenes que existen. Según las estadísticas el 90% de mujeres violadas prefieren mantenerlo en secreto por temor a las consecuencias sociales; en otros casos porque el agresor era un pariente cercano (el 50% de las violaciones ocurre en la misma casa de la víctima). Por supuesto que no toda víctima de una violación se convierte en actriz porno, pero un ataque de esa naturaleza dejas huellas imborrables y la justicia en países como el nuestro sigue siendo muy blanda en ese aspecto.
Los hombres no podemos imaginar lo terrible que es para una mujer ser forzada a tener sexo, algunos incluso creen que cuando una mujer niega su coño lo que quiere es provocarlos. Hay que tener claro que cuando una mujer dice No significa No y hay que olvidarse de ella. Sé que no es fácil, a todos nos ha pasado, pero antes que obsesionarte por el coño que te niegan es mejor pensar en todas los coños que te esperan con una sonrisa.
Un sector de la física sostiene que todo empezó en un agujero negro a lo que siguió el inmenso estallido del big-bang, esto hace posible que todo termine en un agujero negro. El origen y futuro del universo se asemeja mucho a nuestra vida, y más que tristeza para mí es un consuelo pensar que si empecé a rodar desde un coño por qué no acabar allí; cerrar los ojos respirando por última vez el profundo aroma que en buena hora nos sacó del paraíso.
Efraim Medina Reyes