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Arma y Desarma Tu Memoria:Elogio del vuelo de Carlos Castillo


Ensayo leído en “Conversaciones Cruzadas” de Centro de Cultura Chacao,a propósito de la exposición “Vértigo” .

En la actualidad, hay artistas banales por doquier, de izquierda a derecha,de arriba hacia abajo.
Se venden al mejor postor, hacen trabajitos por compromiso, exponen en galerías anodinas cortadas con el mismo molde y clonadas al por mayor, mientras la crítica aplaude o abuchea según sea el vínculo con el organizador de la muestra,donde el curador inevitablemente citará muletillas y términos manidos como “modernidad”, “ausencia de modernidad” o “posmodernidad”.
Cojan dato.Si quieren empezar en el mundo del periodismo cultural,nunca olviden el poder de convencimiento de dichos conceptos. “Modernidad, premodernidad, posmodernidad”. Es de un reduccionismo atroz.
En paralelo, los museos se van a pique, la censura puritana asedia a Uneartes,los coleccionista de marca se forran de plata entre Nueva York y Londres, el efecto Guggenheim de parque temático se proyecta como tabla de salvación para el gremio, y Damien Hirst triplica la fortuna de Picasso por fabricar calaveras de titanio con incrustaciones de diamantes.
La lista podría seguir hasta el fondo del abismo, pero no queremos aburrirlos con las malas noticias de costumbre.
De hecho, muy de vez en cuando, el Apocalipsis caraqueño nos depara la sorpresa de la llegada de una buena nueva, aunque lleva tiempo gestándose y desarrollándose como carrera.
Me refiero al regreso de Carlos Castillo a la palestra de la opinión pública, de la mano de su primera exposición individual, “Vértigo”, acto de justicia para uno de los grandes de la plástica criolla, en su estado menos empaquetado, solemne, vacío,conservador y despersonalizado.

A propósito,el título “Vértigo” me encanta porque me recuerda a las exploraciones y afinidades electivas del maestro del suspenso, afecto a los juegos de espejos, los laberintos de la soledad y los ejercicios subversivos de bajo presupuesto.
Verbigracia, las conexiones entre uno y otro, son evidentes y notables. Ambos quebraron y partieron el modelo clásico, al desnudar su entropía, sus limitaciones y sus estereotipos.
Sin embargo, también son claras las diferencias entre los dos autores. Hitchcock tuvo una relación amor odio con la industria, y eventualmente fue devorado por ella. Castillo jamás se doblegó ante las rodillas de los mecenas de turno y del Discurso del Rey del momento.
Se inspiró en el espíritu de la reconstitución del magma,para fundar un territorio y un capítulo inédito en el cine venezolano, al lado de sus incondicionales, sus amigos y sus compañeros de ruta.
Así reventaron la tradición criolla del conformismo, y le plantaron cara a las convenciones del medio nacional, como el relato canónico, la obligación de narrar una trama con orden cronológico, la exigencia de contar con un reparto de lujo y la impostura de taparse los ojos frente a una realidad de espanto y brinco.
Para Castillo,las pantallas eluden la normalización del desastre y prefieren ubicarse en un plano de interpelación del receptor, sacudiéndolo y removiéndolo de sus casillas.
Del “ready made” a la interacción audiovisual, el artista esquiva la zona de confort y derriba las barreras habituales del género.
En efecto, si les interesa conocer un antecedente de la técnica 3D en Venezuela, basta con rememorar un perfomance de Castillo de cara a un retroproyector.
En su caso, el objetivo dista de ser pedagógico o didáctico, a la usanza de la dieta infantil de las películas de la Disney.
Para él, la pantalla le queda pequeña al artista ,y por tanto, debe pasar adelante a desafiarla ,cual Bruce Nauman,Diego Rísquez y Vito Aconci en actitud kamikaze.
Desde su manera de vestir hasta su forma de pensar, Castillo es un personaje único e indivisible, digno de atender y de escuchar, al margen de ser un ciudadano humilde a quien no le gusta andar sentando cátedra y pontificando sobre cualquier tema ajeno a su campo de acción.
Interesados en la materia, les recomiendo estrecharle la mano sin pena, buscarle conversación, o en su defecto, rastrearlo por youtube, donde aparece junto con Iván Loscher,riéndose de sí mismo.Esquivo y ocurrente, allí lo vemos retratado como él sería en esencia: mordaz, irónico, deconstructivo, jovial,lúcido.

Y me disculpan por el lugar común, pero Castillo a su edad es hoy más provocador e irreverente que la mayoría de los miembros de su generación de relevo,enamorados de su ego y de su imagen como una serie de narcisos formateados por la red social.
A contracorriente de la tendencia digital en boga, Castillo apuesta en la actualidad por sus caballos de batalla de siempre: los acabados imperfectos, las impurezas, las texturas tersas en vías de oxidación, los escombros, los chinchorros de cabuyita, los andamios,las instalaciones con tubos, los rompecabezas de dos dimensiones y las galerías de fotos cuestionadoras,bien incompatibles con la lógica de consumo apolítico de Facebook.
En palabras de Fredic Jameson, su estética “low tech” representa una declaración de principios, una manera de resistir a los embates del fashion,del imperio de lo efímero y de las modas after pop del famoso homo sampler.
En su obra contemporánea, la fuerza del discurso no radica en el populismo del espectáculo y en la demagogia del fuego de artificio, sino en la consciente recuperación de la memoria y en la conjugación del pasado con el presente, alrededor de técnicas de sensibilidad futurista y renacentista, como los bocetos del Ícaro de Da Vinci, las esculturas de Nam June Paik,los perfomances de la vanguardia europea,el movimiento Fluxux,el diseño industrial y las máquinas autodestructivas de Jean Tingely,cuyas implosiones ponen en jaque el significado clásico y canónico del objeto artístico.
Al respecto, cabe recordar la caída de la cámara de Súper Ocho de Parque Central, como una propuesta de profundas resonancias metafóricas.En lo personal, quise leerla según mi prisma pesimista y nihilista, al entenderla como un mensaje de anticipación sobre la muerte del súper ocho,y por extensión,sobre la muerte del cine.

La obra original data del año 1982 y el súper ocho falleció cristianamente en 1989, para la versada en la materia, la profesora Isabel Arredondo, fanática por cierto de la trayectoria de Castillo, por sus películas celebradas y galardonadas, de Caracas a Cannes.
Sin embargo, a pesar de mis fallidos intentos por encasillar el vuelo del creador, Carlos me reveló en una entrevista reciente, cuál es la interpretación de fondo correcta a la hora de contemplar el descenso de su cámara: se trata de una alegoría del ave fénix. Por tanto, sus posibilidades de resurrección son tan infinitas como las del propio artista, quien ahora renace de las cenizas de su legado. Y por ende, nosotros con él. De repente, así es Venezuela y la mentada modernidad,de la cual glosan los especialistas.
A lo mejor nos debatimos entre el salto al vacío, su filmación en directo y su repetición continúa en video loop.
Quizás no hay solución al acertijo del país en la obra de Castillo, sino precisamente la formulación de preguntas incómodas e inquietantes para el espectador avispado.
De ahí la enigmática pregunta desprendida de su hito audiovisual, “La Bandera”,cuya vigencia se pierde de vista en nuestra época de nacionalismo exacerbado por televisión.
Por su rica naturaleza polisémica,cada período le brinda y le aporta una interpretación diferente a la mencionada escultura, concebida originalmente por el artista para responderle a la ceremoniosa visión de los íconos patrios, al estilo de la fachada diplomática de las Naciones Unidas,donde según Castillo, “las banderas están totalmente plegadas a su asta,a un tubo y se ven sumisas y tristes”. Nada más lejos de la vitalidad y la gallardía de la pieza construida por el autor.
Desde entonces, el tema se convertirá en una obsesión para el creador, quien lo revisitará en no menos de cinco oportunidades,de las cuales caben destacar “La Vandera” con “v” pequeña y “La Bandera” portátil,expuesta en la selección de la caja de Chacao.
En ambos soportes, el artista sublima y resume su genio iconoclasta,al satirizar las modas y las manías alienantes en boga, a la luz de la masificación y la banalización del “amarillo,azul y rojo”.
Pero una genealogía de la carrera de Castillo, no puede reducirse al comentario estricto y exclusivo de sus obras maestras.
Por ende, si me lo permiten, compartiré con ustedes una suerte o una especie de resumen Wikipedia, hecho por mí después de entrevistar al videoasta. Espero no aburrirlos con la siguiente información, y asimismo, espero no caer en los peligrosos terrenos de la semblanza cursi y kistch.
Carlos Castillo nace en un entorno familiar,ideal para su desarrollo a futuro. Su papá pintaba y tocaba la guitarra, ejerciendo una fascinación temprana en la imaginación del niño. Su hermano mayor siempre le pedía ayuda para preparar postres y Castillo le rayaba el queso durante el proceso de la confección de sus tortas.
La gastronomía irá poco a poco orientado su sentido del gusto por el arte de la mezcla de ingredientes disímiles,en la tradición de las viejas recetas caraqueñas; a no confundir,por favor,con las ridiculeces de nuestros chefs de fotopose, como les diría el profesor,Alberto Soria.
A los siete años de edad, Castillo gana un concurso de manualidades en el colegio Santiago de León, por hacer su primera obra no registrada en los anales ortodoxos de los archivos:un porta lápices.
En su adolescencia,colecciona motos y carros, como un Marlon Brando,James Dean y Dennis Hooper de la posguerra,del babyboom en el tercer mundo. Por ello, se dedica con pasión a la metalmecánica en su propio taller,rodeado de cigüeñales, aceite y herramientas pesadas. Otro de sus lubricantes intelectuales a corto y largo plazo.
Gracias a sus conocimientos en la materia, opta por llevar sus obras al Museo de Bellas Artes y se las aceptan. Ahí descubre el alcance de una de sus vocaciones y llega a una conclusión: “yo no soy un simple mecánico, yo soy un escultor”.
Posteriormente, arriba el segundo aniversario del “Techo de la Ballena” y Carlos emprende la aventura de rendirle un homenaje a través de su reconocida pieza,“La Boca de la Ballena”, cuyo acabado fija y traza una línea por donde se desarrollará su trabajo en las próximas décadas.
No por casualidad, estudia Diseño Industrial en el Insituto Newman, cuna de rectores y tutores de la plástica criolla, como el caso del estimado, Jason Galarraga.
Al calor de los cambios de su época, Castillo se entera de la convocatoria de vanguardia de un Festival de Súper Ocho, organizado por colegas y miembros de su generación.
Entonces le pide una cámara a Julio Neri y realiza “Mátine 3:15”. Con ella obtiene el primer premio a nivel nacional y el segundo en el plano internacional,dentro del Palmarés del Festival de Súper Ocho. Allí deviene cineasta y muta en realizador experimental. De su testimonio, extraemos una confesión: “yo he ido cambiando el medio,el soporte y la herramienta con la que trabajo”.
Tiempo después, se topa con el formato Umatic de tres cuartos de pulgada, una reliquia a los ojos del etnocentrismo digital de hoy en día.
De cualquier manera, así arranca su aproximación a las pantallas de video, con el objeto de intervenirlas y transgredirlas. En consecuencia, alumbra una magnífica serie titulada “interacciones Super Ocho realidad”, en donde actúa en vivo contra imagen.
Irrumpe el concepto de “transdimensión”, cuando las teorías de Mchulan eran discutidas y reinterpretadas por autores occidentales como David Cronenberg en la película “Videodrome”.
Mutatis mutandis, la transdimensión de Castillo augura,como un relato de ciencia ficción, los universos utópicos y distópicos del ciberespacio,la realidad virtual, el second life y los juegos de video de Playstation,salvando las distancias.
Para Ángel Quintana, “todos estos universos ubicados al otro lado del espejo proyectan el deseo de vivir una doble existencia en la que las leyes de la lógica funcionan a partir de otra verosimilitud.El second life surgido a principios del tercer milenio es el paradigma del nuevo país de las Maravillas.”
Por consiguiente, Carlos Castilo evoca a un Lewis Carroll vernáculo, a un sombrerero loco en la hora del te,consagrado a la tarea de abrirnos nuevas puertas a la percepción.
Ya para los ochenta, emerge entonces “La Bandera” como una recapitulación de todas de sus concepciones precedentes, en función de un puñado de variables: el sentido de lo glocal, la crítica hacia el consumismo y la mercantilización de la obra de arte, una inquietud hacia el tema de la transformación y la contaminación del mundo, un cuestionamiento de la mutación de lo natural en artificial, y un profundo contenido de desacuerdo con las estructuras formales e institucionales del status quo.
También se lamenta de la descomposición y de la deshumanización del tejido urbano, en reflexiones de la talla de “alquila tu ciudad”, constituida por una sarcástica visión idealizada de la metrópoli,donde hay soledad y tranquilidad a pesar del caos.
Por algo, la obra se realizó durante la celebración de un censo.Acá distinguimos un paraíso artificial, un oasis inexistente, publicitado en las revistas del sector inmobiliario. Con humor negro, Castillo le ofrece una oportunidad de negocios a los rematadores de parcelas y a los magnates de la industria de la construcción.
Para no dejar títere con cabeza, el artista exhibe en “Vértigo” la pieza “Héroes patrios. Cincología Bolívar”, destinada a sembrar desconcierto y sorpresa en el espectador. Contemplamos a una estatua del prócer en ángulo de contrapicado, mientras es sujetada por una cadena sostenida por una polea. De inmediato, descubrimos un aire de desmitificación y desacralización, cercano al de Javier Tellez en su conocido documental del traslado del “León de Caracas”.

En efecto, Castillo es referente ineludible y fuente de inspiración para muchos artistas jóvenes, propensos a continuar su legado de forma consciente o involuntaria.
Yo pienso en Castillo, cuando observo una videoinstalación de Angela Bonadies, Juan José Olavarria, Juan Carlos Rodríguez,Iván Candeo, Luis Molina Pantin,Alexander Apóstol,Andrés Duque, Nayari Castillo, Yucef Merhi y Alexandra Meyer(que en paz descanse).
Ni hablar de la incipiente descendencia amateur surgida del código genético de internet. Los cortometrajes de Carlos Castillo presagiaron el advenimiento de plataformas como youtube,a la sazón de las premisas de “el hazlo tú mismo”, la inteligencia colaborativa, la ruptura de cánones y la emergencia de un sistema de producción independiente, autónomo,doméstico,casi individual.
Los films de Castillo son como “home movies”,son como cintas caseras y artesanales, rodadas con menos de 50 bolívares de los de antes,incluyendo presupuesto, catering y revelado.Aun así, lo invitaron a los Festivales más relevantes del mundo. No es poco mérito.
Lastimosamente, nos asevera, el afán de esnobismo tecnócratico,sepultó a la infraestructura del “Súper Ocho” en Venezuela, al desecharlo por razones de rentabilidad y adaptación de mercado.
Paradójicamente, el grano de “Súper Ocho” conserva un alto grado de especificidad, y su aura vintage resulta difícil de replicar en video de alta definición. A principios del siglo XXI, vuelve a renacer por la nostalgia de su calidad analógica, en oposición a los modelos imperantes de los cruzados de James Cameron y Hollywood,a favor del “pan y circo” de “Avatar” y sus secuelas.
Carlos tampoco se parcializa por ninguno de los bandos en disputa, porque considera a la tecnología un medio para lograr sus fines, para decantar su vena de crítico cultural.
Maya Oloe,Mimí Lazo,Mariano Álvarez,Evio Di Marzo,Yordano,Lupe Gerenbeck,Diego Rísquez y Julio Neri fungen eventualmente de cómplices del realizador, al participar y debutar en su repartos de cine guerrilla.
Títulos como “Matiné 3:15”, “Hecho en Venezuela”, “ T.V.O”, “Manos Arriba,esto es un asalto”, “Rubén Blades,un Rey de la Salsa”, “Ciudad versus Arte”, “50-90,Era Jugando” y “Uno para Todos y Todos para Todos”, incorporan el grueso de su insólita filmografía, con visos de atentado a la moral y las buenas costumbres.
A menudo, sus cortometrajes adoptan el tono de la farsa grotesca y goyesca, rozando y traspasando las fronteras de la ficción y de la no ficción, en una sátira esperpéntica y cruel de filones como la telenovela, el melodrama, el folletín, el noticiero, el publireportaje y el soft core de “loco persiguiendo a lolita”.

“Uno para Todos y Todos para Todos” es una revisitación malsana y fascinante del cuento de la caperucita roja, según la óptica sacrílega del Pulp Fiction, con no menos de cinco finales alternativos. Quentin Tarantino llegaría después.
“T.V.O” asume la óptica de un hilarante sketch pornográfico, lleno de zooms disparatados y música disco,a la gloria del encuentro sexual de una chica con un chico contenido en una caja boba. Imposible no conectarlo con la tesis de la nueva carne de David Cronenberg.
Además, nos remite a la caricatura bizarra de Russ Meyer y a la tragicomedia XXX de Gerard Damiano en “Garganta Profunda”.

“Manos Arriba,esto es un asalto” y “Matiné 3:15” imprimen un sello semiclandestino, a emparentar con el radicalismo underground de Warhol,Morrisey,Maya Deren,Jonas Mekas,John Waters y el satánico, Keneth Anger.
A su vez, Castillo pertenece a la misma familia latinoamericana del tercer cine, la estética de la violencia del hambre, las óperas bárbaras de Gluber Rocha,el “Miami Nuestro” de Carlos Oteyza,”Las Cotorras” del Príncipe Negro y las franjas recónditas de Jorge Sánjines.
En “Ciudad versus Arte”, Castillo confronta nuestra tradición paisajística, delante de vidrios sobre los que pinta encima del Río Guaire y del Ávila, como un Manuel Cabré filmado por George Cluzot en “El Misterio de Picasso” o un “Reverón” filtrado por el lente de Margot Benacerraff.
Con Rubén Blades, obtiene otro instante mágico,poético y lírico, del gusto de Werner Herzog, cuando hace cantar al vocalista el tema “Tiburón” en una sola toma.
En sus parodias demuele a placer a la publicidad, como después lo harán los niños terribles de Saturday Night Live.
En un supuesto comercial, una apología del Graffiti de protesta, Castillo dice textualmente:”para una nitidez impecable al escribir los muros,no olvide el Spray de la Peinkle Corporation.Recomendado por todos los subversivos tercermundistas”.
En una cuña de una cámara de Super Ocho, tampoco le rinde pleitesía a los de su gremio, al aseverar: “ el arte al alcance de todos con Súper Ocho.Usted logra hacerse artista con solo ver y apretar.Adquiera hoy su equipo y participe mañana en un Festival”.
Por último, para mí, su joya de la corona se llama “Hecho en Venezuela”, consumada en un desenlace aterrador, dadaísta y devastador, bajo la sombra de un basurero atestado de zamuros al acecho de un muñeco identificado con los colores de la bandera:amarillo,azul y rojo.
Una anti-tarjeta postal de nuestro calendario corpoturístico.
El rostro sombrío y la cara fea disimulada por los hipócritas y fariseos.
Viendo sus películas en la actualidad, Castillo asegura sentir tensión al constatar como las cosas siguen marchando igual en el país, e incluso hasta peor.
No en balde, la exposición de Castillo culmina con la imagen inquietante de la destrucción de un patrimonio cultural:el del teatro de Caracas.
Sin embargo, para Castillo, no todo está perdido. Para él, nuestra única esperanza de redención a futuro, radica y reside en la recuperación de la memoria.
Ello me recuerda el título de aquel famoso libro de Walter Arp: “Las Brasas del Terruño”. Basta con soplarlas para activar una chispa de creatividad y emotividad en nosotros. A tal efecto nos hemos reunido el día de hoy.

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