Ayer fuimos a ver «Líbano»,después de leer la crítica de Juan Antonio González,quien la recomendó(y no se equivocó).
Sin duda,es una película durísima,cuyo victoria en Festival de Venecia se justifica.Fue dirigida por el Israelí,Samuel Maoz,y narra el cruento conflicto de 1982,desde la perspectiva de unos soldados encerrados en un tanque,al servicio de una misión suicida.
Por tal motivo,guarda correspondencia con los ejercicios de estilo del pasado,a cargo de los maestros del suspenso,pero según los lineamientos y rigores de la posmodernidad narrativa,bajo la impronta de sus híbridos y mezclas.
El film despunta por su manera solvente de conjugar los criterios de la ficción y la no ficción,al adaptarse a la corriente experimental del falso documental,sin descuidar los resortes dramáticos de la tragicomedia.
Por ende,no es complicado establecer o descubrir la relación con la estupenda,»Waltz with Bashir»,también sobre la conflagración de marras y reconocida en Cannes.
Ambas forman parte de la misma corriente de revisión histórica y son celebradas por su compromiso de reconstrucción de la memoria,en una época de censura y corrección política,donde la guerra impone una agenda propagandística en blano y negro.Nada más alejado de la propuesta de «Lebanon»,capaz de reivindicar la humanidad no sólo de la carne de cañón de la armada oficial,sino del supuesto enemigo.
En una lectura simplificadora,la cinta puede ser malinterpretada y condenada al tacho de la basura del típico mea culpa etnocéntrico,en la tradición de Hollywood.
Sin embargo,la óptica de «Lebanon» esquiva las barricada de tirios y troyanos,para buscar su propio camino de expresión,en las antípodas de la demagogia y el discurso populista.
Cada personaje merece desarrollo y atención por parte del guionista, mientras la estética profundiza en la psicología de los antihéroes. Incluso, el autor nos obliga a identificarnos con el punto de vista del agresor y de la víctima, a objeto de hacernos copartícipes de su dolor.
De hecho, entramos con ellos al abismo del camión blindado, para no salir de allí hasta el irónico,abierto y alegórico desenlace,donde el encuadre del principio adquiere una connotación diferente al final,como bien lo dijo el colega de “El Nacional”.
Por encima, rinde tributo a los padres fundadores del género bélico.En un momento se revive al Marlon Brando de “Apocalipsis Now”. En otro, la puesta en escena claustrofóbica respira y transpira la tensión de las mejores secuencias de “Munich”, aquella obra maestra de Steven Spielberg ilustrada por viñetas de orden kafkiano sobre el desencuentro de árabes y judíos. El cineasta los enclaustraba en una habitación dividida a la mitad, para recrear el imaginario fronterizo y polarizado del medio oriente.
De igual modo, la escenografía de “Líbano” comprime la interacción dentro de los linderos oxidados y aceitosos de una máquina de destrucción masiva.Interesante metáfora de la cámara de cine y del proscenio del teatro.
Así,el alegato pesimista afirma un mensaje inquietante: el hombre de la cámara de cine deviene en el hombre de la cámara de la muerte, por efecto de la deshumanización de la guerra. Interesante respuesta a la glorificadora visión subjetiva de los video juegos de asesinato y matanza colectiva. Ahí jamás se cuestiona la moral del francotirador. Aquí sí como ya lo vimos en la pieza memorable de Michael Cimino, “Deer Hunter”.
En el campo de batalla, las imágenes golpean y sacuden la retina del espectador, al rememorar las cruentas texturas de la pornografía bélica en estado viral, aunque tampoco con la idea de brindarles falsa legitimidad. Al contrario, como en “Redacted” de Brian de Palma, somos testigos de la devastación en primera persona, a través de las miradas sorprendidas y sofocadas de la omnipresencia del caos y el terror. A propósito, las referencias al once de septiembre, son indudables ,a pesar de las distancias temporales. De repente, vemos un fresco de las dos torres pintado en una pared agrietada. Por consiguiente, hay vínculo directo e indirecto con el corto de Amos Gitai para el largometraje, “11’09»01”.
Ni hablar de la herencia neorrealista de “Paisa”,“Roma,Ciudad Abierta” y “Alemania,año Cero”.
Por último, “Líbano” anticipa la llegada de futuros experimentos audiovisuales como la discutida “Buried”, en el sentido de consolidar el esfuerzo técnico y ético de la galardonada, “Tierra de Nadie”. El abono de próximas investigaciones en la materia.
Para rematar, “Líbano” recoge tres patrimonios de la cultura hebrea,no del todo reconocidos :su humor negro, su capacidad de autocrítica y su alucinada interpretación de la existencia. No por casualidad, el hundimiento cochambroso y mugriento de “Líbano” recupera la caída al abismo de “Barton Fink” en un hotel de mala muerte.
Ojalá en Venezuela se hiciera una película como “Líbano”.
Fuentes de inspiración no nos hacen falta en el estamento militar.
¿Para cuándo una “Mash” o una “Jarhed” dedicada al fraudulento ejercito nacional?
PD: “Líbano” define una estructura de descenso a los infiernos y resurrección de los escombros. En el epílogo, se nos confronta con un alumbramiento a cielo despejado,alrededor de un campo de girasoles. Su poder semiótico nos invita a reflexionar y meditar. Si me lo preguntan, así percibo a Israel, al medio oriente y al resto del mundo. Es como un planeta de fertilidad transgredido y vulnerado de raíz por la mano del hombre.
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