PREÁMBULO
Creo que las películas, en general, deben verse como un concierto de Madonna, es decir, como productos de consumo masivo provenientes de la “industria del entretenimiento”. De hecho, en inglés, Madonna y los actores de Hollywood se ubican en la categoría de entertainers (que literalmente significa entretenedores o, en correcto castellano, animadores). En español no se hace la distinción, de manera que, para beneplácito de misses y modelos, a todo el que sale en una pantalla se le dice artista, algo impensable en inglés (Is Gabriela Spanic an artist? Yeah, right! Whatever!).
Para encubrir este hecho, que entretenimiento no es necesariamente arte, existe lo que para mí es una especie de eufemismo, usada por los creativos publicitarios para justificarse: la noción de “arte aplicado”. En pocas palabras, el arte aplicado es el uso de cualquier forma expresiva como medio para otro fin; casi siempre venderle algo a alguien. La belleza real de Dove es un ejemplo de esta idea pues, entre otras cosas, esa “reivindicación de las mujeres” es la estrategia creada por la misma agencia que difunde el mensaje machista y misógino de la línea AXE. Arte aplicado: medio, mensaje y masaje dentro de los parámetros ideologizantes del mercadeo y la publicidad. ¿Y qué tiene esto que ver con el cine? Muy sencillo. Cuando vienen de Hollywood, las películas siempre tienen más de “industria” que de “séptimo arte”.
De manera que bien podría devolvérsele la crítica a los sesudos que se empeñan en desarmar películas porque se comportan como productos venidos de Hollywood. Pretender que las películas comerciales vengan con una crítica al sistema o con nuevos mundos posibles es casi como objetar una caja de jabón por no tener la calidad artística de, digamos, un cuadro de Picasso (o como buscar literatura en los libros de Pablo Coehlo, “a quien leen los que no leen”). No se le pueden pedir peras al olmo, y por eso quienes quieren hacer cine alternativo se mantienen al margen, en los circuitos de cine independiente.
Dicho esto, lo interesante de la crítica cinematográfica es nos permite ver ese funcionamiento del aparato cultural; la relación entre texto y contexto, cómo las películas reeditan y refuerzan los mensajes culturales que predominan en cierto momento de la historia. Es como hacer antropología dentro de ese ámbito de la cultura llamado cine. La crítica nos permite ver el mundo que vivimos. Criticar una película, más que decir lo que no es, consiste en señalar lo que es, en sí misma, en tanto puesta en práctica de ciertos discursos. La crítica nos permite ver la película con espíritu reflexivo, como la cachetada que necesitamos para que podamos despertar y hacer cambios en nuestra vida. Al menos, así la entiendo yo.
¡CUANDO YO SEA GRANDE YA VERÁN!
Con el segmento anterior, lo que intento es mostrar que a una película se le puede abordar en distintos niveles y que, además, el énfasis de la crítica puede estar en una de varias dimensiones.
A mí en lo particular me interesan los procesos de encubrimiento de nuestras verdades; la manera en cual las películas dejan ver aquello que no nos atrevemos a decir(nos). Como dice Slavok Zizek, al tomar la frase de los expedientes secretos X, “la verdad está allá afuera”: nuestro inconsciente se expresa en nuestros productos culturales, especialmente en las películas.
Con esto estamos listos para abordar Limitless.
En general, la película es buena; es un producto de calidad, donde destaca la fotografía y la musicalización. Criticar la actuación no es mi fuerte, así que dejo esa materia para quienes enfatizan más en ese aspecto. Ellos podrán hablar de Cooper y DeNiro. Yo a lo mío, diciendo, en todo caso, que podríamos rastrear el origen de este film hasta enraizarlo en La Venganza de los Nerds (1984) y la saga subsecuente. Claro, la figura del desadaptado social con talento ha evolucionado, para bien, hacia la figura del geek pero Eddie Morra, el protagonista de Limitless no se caracteriza ni por lo genio ni por sociable (cualidad del nerd la primera, y ambas características potenciales en un geek). Él es sólo un perdedor, que se transforma por el consumo de cierta sustancia química milagrosa. En resumen, el fantasma patético de quienes no pudieron llegar a ser parte de la generación post-google (no en vano, la cualidad mágica del personaje es identificar trends y sacar provecho monetario de ellos).
Así pues, la película hace eco de dos temas importantes, el individualismo radical y la esperanza en la química. Ésta, por supuesto, bajo el modo de producción de los laboratorios farmacológicos, con comercialización en escala masiva y callejera, en un intento por encontrar respuesta a las angustias de los machos fracasados. Todo esto en una sociedad que, al final, recuerda a la presentada en The Manchurian Candidate (el remake de 2004), pero con agradable sedación narcótica. No más tarea de vivir, sino la confianza plena en la neuroquímica estandarizada. Genoma pa’lante, con los psiquiatras como simples mensajeros de la buena nueva farmacéutica. Muchos de ellos, tan importantes que se creen, pero tienen, como muestra la película, la misma altura de un dealer. Son necesarios para el trabajo sucio, pero no indispensables para el sistema.
Por cierto, a muchos, estoy seguro, esta película les recordará a su prima lejana Choke (2008). No se dejen engañar; Limitless pretende ser una historia seria, no una burla cínica de sí misma. En este sentido, Victor Mancini, de Choke, tiene una densidad existencial que no se percibe en las necedades adolescentes de Eddie Morra.
Así pues, la trama va por el lado de uno de esos tipos que todos conocemos; esos hombres que, negándose a madurar, se mimetizan con ese arquetipo de la sociedad globalizada encarnado por Bradley Cooper: el pana grandilocuente, inteligente en apariencia, que pretende ser radical cuando sólo es desaseado y se encuentra preso de la mala fe; de la capacidad de engañarse solo a sí mismo; de hablar y hablar paja acerca de planes que nunca concretará.
El que me tocó a mí cuando empecé Psicología decía venir de la UCV, de aburrirse de Matemática Pura, de ser más inteligente que sus profesores de Física, de practicar lucha grecorromana y de mantener su sobrepeso en señal de rebeldía. También era desaseado hasta la insalubridad, por cierto. Intentó ser presidente del Centro de Estudiantes, pero repitió hasta que lo botaron de la Universidad. Sin destrezas específicas pero con muchas ideas acerca de universos paralelos que decía originales (pero que sacaba de libros de ciencia ficción), luego montó una empresa donde su novia hacía todo. Luego le perdí la pista y me lo encontré de nuevo con su flamante tarjeta de C.O.O. (Chief Operating Officer que en español significa Gerente en Jefe de Operaciones, la cabeza de una empresa u organización grande). No era este el caso, pues su corporación era él y una computadora abriendose camino en el excitante mundo de la programación web. Creo que por fin se ha expandido un poco, pero siempre es difícil saber qué tanto está en la realidad o cuánto en su fantasia.
En fin, estoy seguro que todos conocen a un Eddie Morra. El de la película, al menos, logra “resolver” sus problemas con una salida mágica, bajo la forma del psicotrópico. Como todo niño, y si la película continuase unos minutos más, logrando su sueño de ser presidente.
A tono con los tiempos que corren, el final sorprende, pero por lo estereotipado. Es casi paradójico, pero desde Natural Born Killers (1994), Hollywood acepta de manera descarada la moral del capitalismo económico, sin importar esos valores previos que servían a los fines de la censura. Como diría una doña, esta película refuerza “antivalores” (lo que sea que eso signifique).
El asunto es que luego nosotros salimos de la sala y nos topamos de nuevo con el pana, mintiendo aquí y allá para mantener una fachada que pretende ocultar unas trabas emocionales que están a la vista de todos. Se cree rebelde, pero es evidente que lo único que quiere es encajar y ser querido. Así, Eddie Morra quiere pertenecer, y ser admirado por esas cualidades que le han vendido los medios: belleza, fama y fortuna.
En fin, disfruten la peli, pero recuerden que esa droga no existe, ni va a existir. Los flojos de espíritu puede que no quieran hacerse cargo de su existencia, pero igual seguirá ahí, como dice Sartre, siendo un peso, teniendo el peso mismo de la libertad. Mucho antes ya Freud había notado que la droga sirve de escape, de lenitivo para esta carga. La neurociencia avanzó y los laboratorios siguen tomando el terreno de la salud mental. El resultado es siempre el mismo. «Pacientes» sin síntomas e igualmente infelices, adormecidos en su capacidad de hacerse cargo de su vida y de mover el culo para cambiar sus circunstancias. Por eso dice Sartre, también, que la libertad es eso que hacemos con lo que nos han hecho. No es el caso de Eddie, quien depende de la droga para ser alguien, incluso para vivir.
Veo a Eddie Morra y pienso lo mismo que frente a los participantes del Extreme Makeover. Tú no necesitas cirugía, ni una droga, sólo una buena psicoterapia. Por supuesto, entiendo por buena psicoterapia aquella que en corto tiempo te devuelve la energía de estar vivo, y la canaliza en acciones que se devuelven para transformar el entorno que, en principio, fue el que limitó nuestras capacidades.