Madres e Hijas: del Realismo Mágico al Melodrama for Export

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Alejandro Gónzalez Iñárritu funge de productor. Sí,el mismo de “Amores Perros”, “21 Gramos” y “Biutiful”. Responsable de convertir al melodrama de vidas cruzadas en una de las mejores inversiones del “mercado alternativo” e “independiente” del cine latinoamericano,para bien y para mal. Por ende,se pueden imaginar por dónde vienen los tiros de “Madres e Hijas”, dirigida por Rodrigo García, hijo del premio Nobel de Colombia. A propósito, me permito hacer la siguiente comparación.

Sin querer queriendo, el Gabo fue la excusa ideal de las empresas editoriales para inventar el negocio del realismo mágico e imponérnoslos como canon de corrección política a la colonia de escritores y lectores del tercer mundo sureño.

A la larga, fue casi una maldición según el lúcido punto de vista del estimado Jorge Volpi en “El Insomnio de Bolívar”, libro clave de la sociología posmoderna.

Allí el autor afirma: “arrinconar a los escritores del llamado tercer mundo en reservas de identidad es una práctica neocolonial más peligrosa que respetar su libertad a la hora de elegir sus temas,sin obligarlos a tomar en cuenta las condiciones especiales de sus países(es decir su marginación y pobreza)”.

Así, la defensa de lo nacional pasaba entonces por la exclusiva reproducción mecánica del fenómeno del boom, hasta cuando llegó Bolaños y reventó la tradición. Pero después, por desgracia, el sistema nos volvió a acorralar con el sistema descentrado de Roberto, y luego la academia nos clavó la última estocada con la reafirmación de Vargas Llosa como modelo ejemplar a imitar por los siglos de los siglos.

Por cierto, me gusta la literatura de Don Mario. Solo me molesta la idea de reconfírmalo como lugar único de encuentro de la diversidad de nuestro continente.

De igual modo, salvando las distancias, considero la avanzada de Rodrigo, El Negro, Memo y “Cha-Cha-Cha” en las industrias culturales del siglo XXI, como una suerte de nueva ola prefabricada en Hollywood, para servir de caballo de Troya, zanahoria y anzuelo de la apetecible demanda latina en Occidente, constituida por millones de espectadores ávidos de conseguir identificación en la pantalla, mientras también le consentimos el ego a los vecinos del país de las oportunidades, bajo una lógica de complacencia audiovisual centrada en el reparto equitativo de las culpas y la distribución demagógica de las indulgencias.

Por consiguiente, surgía el paradigma global de “Babel”, donde unos y otros eran condenados y redimidos por semejantes virtudes y defectos: el abandonar a los niños, el reconciliarse con la alteridad, el descubrir la humanidad en el contacto con el diferente, el aceptar las cargas personales y el ir en busca del perdón de los pecados.

Por tanto, “Madres e Hijas” comparte los pros y contras del formato aludido, al remedar sus clichés, planteamientos,derroteros, patrones estéticos y conclusiones moralistas de golpe de pecho en segundo acto de calvario, rematado en un sonrojante final feliz de consuelo, resurrección, rehabilitación y rescate de valores conservadores, como la maternidad consecuente, el elogio del sueño americano y el encomio de las facilidades del melting pot.

En un diálogo verbalizado como sermón, una madre regaña a su hija por quejarse de su bebé, recién nacido. La doña le dice a la joven: “sé una mujer”. Las demás lecciones y aprendizajes del film, son de un corte parecido.

Con el megacombo racial y afectivo de Samuel L. Jackson, Naomi Watts, Annette Bening y un Jimmy Smits sacado de una teleserie de origen dudoso, se nos enseñarán clases didácticas de ética para amador y superación de la adversidad, con el objetivo de alcanzar la madurez y la plenitud interior, en una especie de terapia de autoayuda rodada y puesta en escena como un programa seudofeminista conducido por Fabiola Colmenares,a la manera de “Necesito una Amiga”,inspirado en casos de la vida real.

La fotografía es plana, postalera, edulcorada, aséptica, publicitaria y carente de la mínima idiosincrasia. En el desenlace bonito, adopta los colores y las texturas de un comercial falso de pañales, con abuelas orgullosas y babeadas por sus nietas, al calor de unos jardines brillantes como de cuadro kistch de Norman Rockwell. Vulgares estereotipos del baby boom de los cincuenta,anclados en la nostalgia por las utopías de ayer, satirizados y deconstruidos por David Lynch en “Terciopelo Ázul”. Incluso, Sam Mendes los derribo y los confrontó en “Revolutionary Road”.

Paradójicamente, Rodrigo García nos vende su fresco hipócrita de la comunión de los géneros disímiles y las tribus desconectadas, cuando las fronteras se repliegan para adentro y directores chicanos como Robert Rodríguez estrenan declaraciones de guerra al apartheid y a la discriminación de la talla de “Machete”. Pieza discutible, aunque preferible a la mentira llorona de “Madres e Hijas”.

Si les explico el argumento y su definición, no me lo creerían. Es como el “Derecho de Nacer” o un libreto de Leonardo Padrón,revisitado por un pana, por un tipo con serios complejos de narrador qualité y artie. Por su apellido, supongo, y por su tono concienciado, goza de la estima suficiente para arrastrar a las estrellas,de capa caída, devenidas en paladines de causas filantrópicas,acciones positivas y banderas retroprogresistas.

Ahí los padecemos en el circo romano,de gritos y corazones rotos, ofrecido por el heredero del trono choronga.

Lo lamento mucho, Gabriel García Márquez.

Hijo de gato no caza ratón.

Me quedo con tus obras maestras: “El Coronel”, “100 años”, “El General”, “Relato”, “Noticia”.

En dos platos, “Madres e Hijas” es como la pésima versión contemporánea de “El Amor en Tiempos de Cólera”.

Una cursilería fallida y atroz.

Apenas le reivindico un par de situaciones y tres monólogos de la protagonista,la abogada,pues.

Para el olvido, las secuencias eróticas censuradas,con ropa o debajo de las sábanas.

Para el recuerdo,el desnudo de la Watts.

Para el tacho de la basura, los conflictos binarios de Annette con su mucama. Tampoco te tragas lo de las cartas, lo del matrimonio con el hispano, lo de su cambio de actitud, lo de su transformación apresurada.

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