INTRODUCCIÓN
Hace unas semanas caminaba en una estación de metro y vi el siguiente anuncio:
Día del Juicio Final, Mayo 21. La biblia lo garantiza
Al principio creí que era una obra de teatro, o alguna campaña de intriga. Pero no, a estas alturas es obvio que la cosa es literal. El grupo cristiano evangélico estadounidense Family Radio cree firmemente que ese día se acaba el mundo. Lo dice la biblia. Bueno, en realidad lo dice Harold Camping, y él dice que lo sacó de la biblia.
Puedes leer el folleto en español haciendo click sobre su título: DIOS DA OTRA PRUEBA INFALIBLE QUE ASEGURA QUE EL RAPTO OCURRIRÁ EL 21 DE MAYO DEL 2011
¿Cuántas veces han predicho el fin del mundo? Muchas ¿no? El mismo Camping, aparentemente, lo ha hecho más de una vez. Pero nada. Seguimos esperando. En sí mismo, buscar la certeza de cuándo se acaba el mundo, cuándo será nuestra muerte, es un hecho curioso. ¿De dónde surge esta necesidad? Pues alguna necesidad ha de satisfacer esta búsqueda incesante del «ahora sí, ahora sí que nos jodimos; ya no más mundo; nos morimos; todos; de una; a rezar pues…».
Freud dice en El Porvenir de una Ilusión (1927) que la religión es un intento infantil por encontrar una manera (fantasiosa) de controlar las fuerzas de la naturaleza. El vienés se remonta a cómo los fenómenos meterológicos – con el tsunami japonés como nuestro recordatorio más reciente – dan muestra de que los humanos, como dicen los borrachos cuando filosofan, «no somos nada». Así pues, cobra sentido buscar esa fuerza externa que nos va a proteger de la desatada madre tierra y sus coléricos embates. Por cierto, la Tierra ni es madre, ni es colérica. Es un planeta y le vale madre lo que suceda en su superficie, pues ella no tiene conciencia. Los únicos con consciencia y con una fantasía desbordada que atribuye intenciones a objetos inanimados somos los humanos. «Proyección» que me enseñaron en la escuela (de Psicología).
Precisamente por esa capacidad llamada fantasía, y tomando nuestra referencia más cercana -el padre- nos inventamos un ser superior que creó el universo y que rige los destinos «aún cuando no los entendamos». ¡Pero si no hay nada que entender criaturita desvalida! El asunto es ese, que como no soportamos el sin-sentido, nos inventamos lo primero que nos calma la angustia. En resumen, la idea de Dios ocurre por un desplazamiento, con su respectiva exageración de habilidades, hasta llegar a esas racionalizaciones conocidas como teologías. Los humanos nos inventamos las mentiras y luego pasamos siglos tratando de fundamentarlas.
Con este modelo, el de la neurosis obsesiva aplicado a la cultura, Freud concluye que la religión es una forma de neurosis cultural, y cierra el texto esperando que la ciencia reemplace su lugar. Pobre Freud; él también era humano; por eso necesitaba calmar su angustia y llenar el vacío que dejaba la religión con algo, ni mejor ni peor, pero sí más útil en términos de controlar muchos fenómenos. Eso nos lleva a la idea de la ciencia como saber absoluto; pero del cientificismo y demás yerbas no nos ocuparemos en este post.
Entonces, hay una cosa neurótica a la base de la predicción del fin del mundo. Al menos en principio, ese principio que tiene que ver con la necesidad de la religión. Necesitamos certezas, queremos saber, al menos para hacer los preparativos (v.g. ponernos histéricos, hacer algo de vandalismo, cumplir nuestros últimos deseos y, quizás, hacer el trance lo menos doloroso posible). Sin embargo, yo diría que estos profetas, estos personajes que indican fechas concretas para el día del juicio final, el colapso de las computadoras, la llegada del Armagedón, el impacto de Hercólobus, el fin del calendario Maya y demás fechas tope, introducen una forma de pensamiento que va mucho más atrás, en términos del desarrollo. Es decir, no son neuróticos sino francamente psicóticos. Locos de perinola. Planetarios, pues.
No quiero hacer esto muy largo. Quedan sólo once días y yo también tengo que pensar qué haré cuando ese terremoto global nos lleve a la chingada, como dicen mis amigos mexicanos. Así que les dejo una película que ilustra a la perfección cómo se predice el fin del mundo.
Así es. Igual que como se «quiebra» un código para una misión secreta que sólo está en la cabeza del personaje. Una mente brillante (A beautiful mind, 2001), es la historia de John Nash, un matemático con esquizofrenia quien, producto del trastorno, ve correlaciones numéricas que sólo tienen sentido para él, debido a las alteraciones propias de esta condición.
Si quieren conocer el método usado por Harold Camping, les recomiendo la película sobre Nash. Estoy seguro que ambos «métodos» son muy similares. Y bueno, por si acaso, que Dios nos agarre confesados.