No hay nada más acomplejado que un grupo de personas acomodadas con vocación de revolucionarios. Los revolucionarios suelen ser burgueses que crecieron traumatizados porque sus padres los llevaban a Mc Donalds a comer hamburguesas mientras los niños pobres morían de hambre. Por lo general esas personas, ya de adultos, creen que salvan al mundo metiéndose a marxistas y andan por ahí, como monjitas de la caridad, pendientes de “ayudar a los necesitados”. Son así como sifrinitos caraqueños jugando a que son Eminem. O mejor, son como esos peloteros multimillonarios que protagonizan las cuñas de Malta Regional, haciéndose pasar por muchachos de barrio que juegan caimaneras antes ir a tomar malta con sus panas.
Freud se daría banquete en Venezuela, analizando ese ánimo de nuestros revolucionarios por ponerle nombres rimbombantes a cualquier porquería que fundan. O estudiando esa curiosa tendencia a alabar lo militar, exaltar lo bélico y convertir cualquier acto cotidiano en una batalla épica en la que sus líderes se ensalzan a si mismos. Freud sería feliz evaluando las gigantografías, canciones, películas, libros, estatuas, pinturas, etc., que el líder máximo se manda a hacer para masturbar su ego. Más que culto a la personalidad, aquí estamos viviendo una falocracia de acomplejados del peor tipo. Un grupo de militares nos han convertido en víctimas de sus fobias, manías y complejos. Si la torre Eiffel es el símbolo fálico de los franceses, el pipí rojo (y torcido) que levantaron sobre la plaza San Jacinto deberá ser recordado como el güevo de ¿plástico? que simbolizó todas las taras de quienes nos gobiernan.
Y ahora podemos agregar una ficha más al expediente ficticio que Freud analizaría: la recientemente aprobada Ley Contra la Discriminación Racial. Un instrumento legal que apuntala ese discursito racista y discriminador con que ahora tratan de convencernos de que nuestros gobernantes no sólo han sido elegidos por la historia para regirnos, sino que también poseen una superioridad racial que los faculta y legitima.
Anteayer, luego de la aprobación de dicha ley, la diputada María León propuso la creación del —agarren— Ministerio del Poder Popular para los Afrodescendientes (MINPOPOAFRO). Dicho en criollo: el ministerio para los negros.
Venezuela conseguiría así retroceder unos ciento cincuenta y siete años en su historia desde que la esclavitud fue abolida. Acabaríamos también con el legado que para Estados Unidos y el mundo dejó el movimiento de los Derechos Civiles, cuya figura más notable fue el Reverendo Martín Luther King.
El gobierno venezolano crearía el primer ministerio dirigido sólo a las personas que tienen un determinado color de piel. Algo que, hasta dónde sé, es un hecho inédito en América Latina. No sólo es un acto de racismo insólito, también es un desprecio por el habla latinoamericana. Más que a los blancos, el gobierno discrimina a todo un continente por su forma de hablar.
Porque es sabido que en América Latina el sobrenombre extraído de las clasificaciones por nacionalidad o aspecto físico no forma parte de ningún ánimo discriminador o violento. Muy el por el contrario, suelen ser estas clasificaciones muestras de cariño, típicas del habla coloquial. Mientras en Europa decirle chino a un chino es considerado xenofobia, en nuestros países es usual decirle así a cualquier ciudadano oriental, sea este proveniente de China, de Japón, o simplemente un criollo que tiene los párpados un tanto caídos.
El genial Hernán Casciari, en un artículo publicado hace años, señalaba esa tendencia de cierta corrección política de censurar cualquier forma del habla coloquial suramericana. Señalaba Casciari, refiriéndose a un chiste de Rubén Fontanarrosa, que: “Este gran chiste será siempre muy festejado en el Cono Sur, pero mucho menos en culturas donde la palabra ‘negro’ no haya sido nunca un apodo cotidiano que se usa también (y sobre todo) con los blancos tostados, y casi con cualquier representante de la raza aria que tenga el pelo castaño.”
En efecto, los negros de Venezuela no son sólo esas personas de piel oscura, son especialmente esa mayoría de ciudadanos venezolanos que somos parte del mestizaje que desde hace más de cuatro siglos es signo indubitable de nuestra formación como país. Simplificando: en Venezuela no existe nadie de la raza aria.
También está el asunto de la raza. ¿Hay entre los seres humanos “razas”? ¿Como decir que un perro es dóberman y otro es pastor alemán? ¿Hay personas que son bulldogs y personas que son unos tiernos poddles, por algo racial y no por el mero carácter?
Decía un chiste que Chávez era igual a Miranda, porque ambos querían llevar a Venezuela al siglo XIX, la diferencia es que Miranda estaba en el siglo XVII y Chávez está en el XXI. Pretender catalogar a las personas por su raza en pleno año 2011, es algo alarmante. Increíble pensar que nos gobierna una gente que se caga sobre cientos de años de investigación científica y avance humanista que precisamente si a algo ha apostado es a eso que abre la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Pero bueno, ¿a quién le importan los argumentos? ¿Es que acaso Venezuela es conducida por gente racional? Al final, si el Presidente se entusiasma, como se entusiasmó con lo del voltear el caballo del escudo, no habrá quién lo detenga, y el fulano ministerio será creado.
Asumiendo que el ministerio en cuestión se encargará de lo único que se encargan las instituciones creadas por el gobierno venezolano: de asistir y repartir limosnas; debemos suponer que el MINPOPOAFRO recibirá peticiones de ayuda de los afrodescendientes. Sueña el gobierno venezolano con una larga cola de afrodescendientes censándose para obtener un placebo social que los mantenga contentos y ocupados. Eso siempre será más fácil que molestarse en atacar las razones que obligan a las personas a pedir ayuda. La política oficial del gobierno venezolano no es acabar con la pobreza, sino al contrario profundizarla e institucionalizarla.
Este objetivo entraña una serie de graves problemas para el futuro ministerio. El primero, ya lo señaló Luis, en un brillante artículo publicado hace dos años. Se refería Luis a un hecho antropológicamente demostrado: el hombre viene de África, así que todos, hasta la blanquísima Nicole Kidman, somos afrodescendientes.
Ahora bien, asumiendo la estrechez mental de quienes nos gobiernan, uno debe suponer que por “afrodescendientes” esta gente entiende que se trata de personas negras, que les recuerdan a África porque seguramente son de esos idiotas que lo único que saben del continente africano lo aprendieron viendo los canales de cable que pasan documentales de animalitos.
Un chiste muy cruel y racista decía que cuando una mujer rubia se desnudaba salía en la portada de Playboy, en cambio cuando una negra se desnudaba aparecía en la portada de National Geography. Ahora el chiste no me parece cruel, me resulta un chiste revolucionario, típico de cierta intelectualidad bienpensante con serias indefiniciones de personalidad.
El segundo problema está en clasificar a los beneficiarios de ese ministerio. Es decir, digamos una morenita clara, ¿qué ocurrirá con ella? ¿El ministerio tendrá un vigilante racista (como algunas discotecas de Las Mercedes) que determinará quién es lo suficientemente negro para entrar? ¿Puede un blanco pelo malo y bembón como yo ser atendido por el Ministro del Poder Popular para los Negros? Tal vez no, porque soy hijo de un español y tengo ese Silva allí, como un apellido que rememora todos los agravios que sufrieron nuestros ancestros (Mario queda exculpado de apellidarse Silva y ser blanquito). Lo curioso es que el apellido Chávez también es de raigambre Europea.
¿Y que pasa con una mujer como mi mamá, quién es merideña y rosadita, pero que por tener el pelo muy negro y brillante siempre ha sido conocida como “la negrita”? ¿Si el ministerio va a atender a una familia en la que el cónyuge es negro y la cónyuga (recuerden que esta también es una reivindicación histórica de la igualdad femenina) es blanca, se atiende sólo al marido? Si eso ocurre entonces tendremos la mamá de las contradicciones: por integrar racialmente al negro, se discrimina sexualmente a la blanca; e igualmente se aplicaría la discriminación infantil, porque los carajitos de ese matrimonio seguramente son unos morenitos café con leche a los cuales es imposible ponerles una etiqueta racial.
En otras noticias, el gobierno también emitió una ley especial, obligando a que los conserjes ya no sean llamados así, ahora deben llamarse: “trabajadores residenciales anteriormente denominados conserjes”. Dicen los que crearon esto, que la palabra conserje es despectiva. Lo que no comprendo es como una expresión despectiva es sustituida por otra que no es despectiva pero que recuerda la anterior expresión. Es como si se aprobara una ley que determinara que las prostitutas ya no deben llamarse así porque es despectivo, sino que deben llamarse: “trabajadoras sexuales anteriormente denominadas prostitutas o putas”.
A los conserjes no se propuso darles un ministerio. ¿Por qué? ¿Será que los creadores de estas medidas, en su mentalidad asquerosamente racista, piensan que la mayoría de los conserjes son negros y por tanto el MINPOPOAFRO ya los incluye? ¿Y si no es así? ¿Qué pasará cuando un conserje rubio vaya a solicitar ayuda al MINPOPOAFRO, le negarán la entrada, discriminándolo así por rubio y por conserje?
Siguiendo esta lógica, la perfecta excluida social sería una mujer negra, con ascendencia indígena y de profesión conserje. Y el perfecto incluido social sería un hombre pobre, que llegó a Teniente Coronel del Ejército, al que se le perdonaron sus crímenes contra la población civil durante el golpe de estado que encabezó, y que además llegó a Presidente de su país.