Voy al cine con La Mala.Última función del día en Centro San Ignacio.En la sala apenas hay ocho personas.Entramos,nos sentamos y empezamos a conversar pistoladas.
La Mala arranca con una de sus frases inesperadas y desarmantes:»Si la película fue producida por Alberto,editada por Alberto,musicalizada por Alberto y dirigida por un protegido de Alberto,pues no debería llamarse Samuel,sino Alberto».
Casi me atraganto con las cotufas y cuando puedo le respondo:»sí,también le podríamos poner Beto o el film de Beto».La Mala asiente,sonríe y bebe agua.Desde el título,la película mueve a la carcajada.Anotenlo,el 2011 no será mejor para la industria criolla.
Un señor solemne y serio nos ve con cara de pocos amigos,al otro lado de la fila.Es un neurótico y no le caemos nada bien.Yo le volteo los ojos y sigo en mi relajo.De repente,aparece el trailer de «Dudamel,El Sonido de los Niños» en la pantalla.Yo pienso:»Beto no quiero dejar para nadie,chico,es omnipresente como Gustavo y mi Comediante en Jefe».
De entrada,le descubro las omisiones y los defectos.De nuevo,se repiten las anécdotas,las imágenes,los referentes y las fotos fijas del Sistema en versión «Tocar y Luchar».
Salen los famosos alabando el proyecto de Abreu,las tomas de los amigos internacionales de la orquesta,los planos cerrados del joven conductor al estilo de la melena rebelde de Simon Rattle,las típicas historias del protagonista(cada vez narradas de manera menos espontánea) y los encuadres de los «baby mozart» de la partida.Estratégica manipulación de la conciencia paternalista,a costa del chantaje ternurista de la infancia rescatada.Un lugar común de la pedofilia mercadotécnica,publicitaria e institucional.
Los chiquillos venden la moto del maestro y también aceitan la estructura de su Misión Milagro,financiada con dineros de la renta pública.Ahora el género de la no ficción contribuye en el mismo sentido,cual trabajo de propaganda.El vampiro de Quincy Jones clausura el avance,en una referencia involuntaria a su conocida explotación comercial de pequeños ídolos americanos.En Venezuela sus imitadores son legión,a la hora de instrumentalizar a los retoños con el propósito de afianzar al cogollo de la cultura en Venezuela.El poder siempre se escuda detrás semejantes artificios populistas y altruistas.No es la única coindicencia con «Samuel»,alegoría de enormes imposturas gremiales,formales y caritativas.Sintomática de los tiempos retroprogresistas,políticamente correctos y dadivosos de hoy en día.
Por el contrario,Dogma 95 fue un movimiento de vanguardia experimental y deconstrucción de pilares de la sociedad occidental como la familia(«Festen») y el concepto de normalidad(«Los Idiotas»).En cambio,Cine Átomo funge de sostén de programas estéticos y éticos de la reacción conservadora,a camino entre el empaque de la telenevola y el prediseño moral de las cruzadas evangelizadoras del filón de la autoayuda.
Por ende,duerme en el sueño de la retaguardia y tampoco se despierta para cumplir con los rigores de su declaración de principios.
En «Samuel», la mentada austeridad es desmentida por el acabado qualité de la puesta en escena,cercana a la dirección de arte de cualquier miniserie costumbrista patrocinada por TVES.
Así,el protagonista luce una camisa planchada e impecable de color azul,mientras se aguanta los pantalones con una cabuyita para dizque «recrear el color local».A Trece lo maquillan de Doctor Caligari,de Chaplin en «La Quimera de Oro» y le ponen un relleno de mentira en la barriga.Su look es acartonado como el del resto del casting.Ni hablar de Marisa Román.Roba cámara por treinta segundos y después huye por la derecha.Mejor hubiesen puesto una foto de ella.Se habrían ahorrado el dinero y la molestia de trasladarla para la locación.Con Carlos Julio,ocurre lo propio.En algún momento,desaparece de la historia como un fantasma y al público se le describe un signo de interrogación en la cabeza.A propósito,La Mala afirma:»de repente aprovechó de matar el tigre con los simpáticos muchachitos andinos porque tenía un toque en el Vigia con los Tres Dueños».Incomprensible.
Para colmo,no escuchamos ni pío y nos sentimos como la parejita de viejitos de «UP»,a las puertas de perder el sentido de la audición por completo.La Mala sale a reclamar,con su bastón de súper abuela,y yo me quedo mascando el agua carbonatada del refresco piche de la Pepsi Cola.
Intento oir el ramillete de la cursilería de los diálogos,las sentencias lapidarias de los secundarios,las frases masculladas, las oraciones ininteligibles y los acentos de comiquita involuntaria.Parece una rueda de prensa de clones del extinto dinosaurio adeco de Gonzalo Barrios,parodiada por Joselo y Honorio.Insisto,la voz del señor cubano te recuerda al eco andaluz del hilarante felino Jinks detrás de los «malditos roedores».Hasta le hace la competencia a Antonio Banderas en «Gato con Botas».Los demás interpretan un concierto desafinado y desequilibrado,como lo expuso Daniel Dannery en su nota de «Samuel».
Al regreso de La Mala,le suben el volumen a los monitores y ahora el efecto es peor.Se le notan todas las costuras al cojín.Veredicto,la mezcla de sonido es pésima,plana,irregular y requiere de una sesión de cirugía en el quirófano de un verdadero profesional.Es una piratería estrenar un largometraje en semejantes condiciones.Un retroceso a la época,tristemente célebre,de cuando nuestras películas se escuchaban mal,como encajonadas y en mono,por un solo canal.Al especialista en la materia,Francisco Toro,le sangrarían los oídos al evaluar el despropósito técnico de «Samuel»,próximo a los derroteros de un trabajo estudiantil de fin de curso de la ULA.Y ni siquiera.Los hay mejores en cualquier universidad del país.
Posteriormente,Trece le vende o le regala un cochinito a Erich,porque el primero es propietario o así lo parece.Y en las películas de Beto,los propietarios son desalmados y bellacos de una sola pieza.No se les olvide el patrón maniqueo de «Una Casa con Vista al Mar»,donde un usurero le negaba unas botas a Imanol Uribe.Aquí se repite el cuadro binario del comunismo y el marxismo kistch de los diputados de la Asamblea.Doble moral por la calle del medio.
Criticamos la avaricia,glorificamos el idealismo de la vida dedicada al bienestar de los pobres.Sin embargo,convocamos en el reparto a los íconos del materialismo histérico y la farándula criolla,para engordar la bolsa de las recaudaciones.Es la típica hipocresía de la responsabilidad social de ciertas organizaciones no gubernamentales,apoyadas por gente famosa.Se toman la foto con los desheredados de la tierra y luego celebran con champaña en un salón del Country,a la luz de los flashes de la crónica de eventos.Me rememora el esquema antropológico de «El Chico que Miente».
En su complejo de identidad,los directores buscan representar y dignificar el lugar del otro,del marginado,del desclasado,del diferente.En teoría,es por una bonita causa de entrega y sensibilidad por el distinto.Por desgracia,acaban por encasillar a sus estereotipos en papeles inverosímiles,para de inmediato proceder a desdibujarlos y manipularlos como marionetas de un teatro sensiblero,en estricto beneficio del lucimiento del ego del realizador;satisfecho por destinar su talento a la reivindicación de la alteridad desamparada.En síntesis,es la filosofía «desinteresada» de los actuales defensores de las culturas,las razas,las tradiciones y las etnias originarias de Venezuela.
Por consiguiente,emerge la tendencia progresista del cine de minorías y grupos particulares,de pobres y discriminados de buen corazón,de niños y jóvenes rescatados del foso.Paradójicamente,la encabezan y la encarnan puras joyitas de la ciudad,de la urbe,del universo cosmopolita.Ninguno radica en el monte o fuera de la civilización,en comunión con la naturaleza.Ninguno es del barrio,pero sienten nostalgia por el ghetto.
Por eso,fallan al instante de retratar y recrear la existencia del ente ajeno,desde su visión etnocéntrica y colonial.Yo les recomendaría quitarse la careta de Lévi-Strauss en los tristes trópicos o de Alejandro González Iñárritu extraviado en el medio oriente.
Entonces,el cochinito de Trece llega a la casa de Erich para provocarle una enfermedad extrañísima a su hijo.La Mala se pregunta:¿tiene la gripe porcina?El padecimiento del chico es la excusa para estirar la trama del segundo al tercer acto,cuando todo se pudo resolver en el tiempo de un corto.Pero hay empeño de hacer un largo,a pesar del poco o nulo aguante del guión,diluido en cuestión de segundos a través de la reiteración y la redundancia de los clichés del cine contemplativo.Un signo agotado por su estéril repetición.
La historia mínima,a lo Carlos Sorín,se desvanece por medio de situaciones entrecortadas,lacónicas y disparatadas,como el desmayo de Erich en una terapia de espiritismo,tras verlo parado y en trance durante el lapso de un encuadre bochornoso e incómodo,tipo remedo escolar del clímax de «Terciopelo Azul» en el apartamento con el zombie mantenido en pie por la electricidad de una lámpara.
El conflicto se inspira en hechos reales aunque a huele a trampa y a copia de miles de argumentos universales de la tragedia y el melodrama.El desenlace es previsible y comulga con el manierismo amelcochado de Clint Eastwood en «Hereafter»,salvando las distancias,también sobre un personaje confundido y debatido entre renegar de sus dones o ayudar al prójimo.En Estados Unidos,es una metáfora apropiada para leer el mea culpa por la indolencia y el individualismo de la posmodernidad americana de las generaciones de relevo.
En Venezuela,el epílogo de «Samuel» despide un olor sospechoso,tras resucitar y redimir al protagonista de su período de dudas y faltas como hombre,padre de familia y buen ciudadano.Se le rescata de una temporada en el infierno del alcohol y la soledad narcicista para justificar su renacimiento en el happy ending,donde dejará la botella a un lado y tomará las riendas de su casa,de su futuro bonito,ingenuo e idílico en el páramo.
Será el salvador mesiánico de la enfermedad y de los males incurables de su comunidad.
Tal sofisma de cuento chino,de alegoría barata,de cuento de hadas,evoca el relato evangelizador de un reportaje de Vive Tv dedicado a las personas recuperadas por las misiones del gobierno.
Lo peor del caso reside en la metodología de trabajo de «Samuel».El pana es curandero y te atiende con ramas y hierbas.Ergo,su oscurantismo y anacronismo debe multiplicarse por dos.Uno como reafirmación de la mitología oficial de Barrio Adentro y compañía.Dos,como refutación y negación de la importancia del legado de la medicina profesional.
Para terminar y concluir,La Mala y yo nos formulamos la última interrogante de la jornada:¿si César Lucena y sus amigos se llegan a enfermar,acudirán en grupo a la casa de un curandero del Páramo,a un hospital,a un santero devoto del culto de María Lionza o a una clínica?
Al menos Michael Moore tiene la respuesta clara en «Sicko»,más allá de sus desvaríos habituales.
En resumen,»Samuel» no es la cura sino la enfermedad del cine nacional.
Un film del pasado a superar.
Una película de las cavernas y no precisamente dirigida por Herzog.
No le crea a «Samuel».
Vaya con su doctor de confianza.
PD:se me pasó lo del Fusil de Erich(para más señas,ver afiche).¿Sublimación erótica del sexo reprimido?¿Falocentrismo en clave de censura?¿Machismo de armas tomar?En Cine Átomo,las mujeres son adornos,anzuelos o madres.
Ellas son pasivas y dóciles.
Ellos donde ponen el ojo,ponen la bala(y aciertan en la diana del óvulo).
Si estos creadores fueran sólo deshonestos, uno no diría nada en su contra. Pero es que también, y sobre todo, son malos creadores, autores incompetentes, propagadores de bodrios y aprovechadores de un público que por su poca instrucción no podrá criticarlos.
Saludos