Si el actor Paul Betanny es el nuevo Rutger Hauer en toda regla, el director Scott Stewart,especialista en efectos especiales,dista de ser el último Ridley Scott de la comarca de Hollywood. Aun así, llegará lejos de seguir con empeño por el mismo camino de reivindicación de la serie “b”, no tanto desde un punto de vista iconoclasta, sino más bien según el enfoque neoclásico y revisionista de autores posmodernos de la talla de Carpenter y el primer George Lucas.
De hecho,lo mejor de “Priest” es su parecido razonable con “Vampiros” del realizador de “La Niebla”,al estilo postapocalíptico y retrofuturista de “THX 1138”,donde una distopía milenaria y religiosa ejerce el poder totalitario sobre el grueso del colectivo, a base de chantajes dogmáticos y represivos fundamentados en las sagradas escrituras.
No en balde, el largometraje del 2011 ostenta un impresionante arranque,donde nos sentimos en una versión contemporánea de la ciudad de “Blade Runner”, gobernada con puño de hierro por un Big Brother de hábitos oscuros, quien nos invita a obedecerlo de manera ciega.
Por cierto, un personaje secundario interpretado por el mefistofélico Christopher Plummer en la tradición de sus papeles ambiguos, un rato con dios y otro con el diablo.
Él es la representación del señor en la tierra, pero se comporta como una suerte de Papa electrónico y cibernético,cuyo reinado comanda a través de una cadena de televisión.
Su rostro aparece en confesionarios programados, mientras el protagonista le revela sus pecados para de inmediato recibir su penitencia de forma automática,como si estuviera en el cajero “express” de un banco.
Por semejantes detalles, “Priest” merece una segunda oportunidad y despierta la sana sorpresa del espectador avispado, a las primeras de cambio,cuando las citas y los guiños sacrílegos hacen augurar la llegada de un pequeño diamante en bruto,de una joya escondida de los géneros menores en fase de refrescamiento y deconstrucción autoconsciente.
Además,la secuencia introductoria nos ofrece un potente segmento animado, tipo “Kill Bill”, diseñado para explicarnos los antecedentes de la trama y su relación con la historieta original del coreano Min-Woo Hyung, salvando las distancias,porque la novela gráfica es el triple de radical y ya fue reconvertida en un video juego aun más hiperviolento.
Sea como sea, algo sale fuera de la común en “Priest” del típico bodrio insustancial de acción en la cartelera al uso.A propósito, la cinta puede vincularse con “Sucker Punch”, en el sentido de rendir tributo a los filones del manga, el tragicomic de metal pesado, el contenido de la MTV y el espacio mutante de los híbridos malditos,aunque deglutidos por la industria.
Así, regresamos a la puesta en escena de un relato de cazadores de “chupasangres”, inspirados en el sueño americano de redención y culpa de los antihéroes del viejo oeste, con ligeras modificaciones de envoltorio. Aquí los vaqueros son sacerdotes excomulgados y los forajidos lucen como bandoleros de Sergio Leone en “Por un Puñado de Dólares”.
Entonces, volvemos a probar la mezcla del spaghetti western con salsa de tomate de legiones de dráculas a la carta, propia de cocineros residentes de la gastronomía fusión de la meca y sus márgenes exóticos, como el platillo de Robert Rodríguez denominado “From Dusk Hill Dawn”. Una receta popular y popularizada por la globalización del trash,capáz de devenir y derivar en los festines gore menos digeribles o en los pastiches más apetecibles para los buscadores de rarezas.
Por ende, “Priest” oscila a caballo entre ambas tendencias. Por encima, despide olores frescos y es apetitosa a la vista,gracias a su empaque de teoría de la conspiración disfrazada de entretenimiento 3D de nulo alcance.
Uno goza de sus situaciones absurdas y disparatadas, de sus diálogos a golpe de frases lapidarias, de sus peleas de refrito de “Matrix” y de sus clichés asumidos con cierta dignidad.
Pero también lamentas el escaso vuelo de su pintura negra,el burocrático despliegue de medios por ordenador, y sobre todo, la falta de profundidad en el guión,lastrado por la repetición de argumentos trillados, maniqueos, desfasados, reaccionarios, infantiles y polarizados, a la orden de la agenda conservadora,post once de septiembre.
Al final, la venganza se rescata como la única cura de la enfermedad para sanear a la civilización y salvarla de la peste incubada por sus comanches, indígenas, bárbaros y pecadores, radicados al margen de la polis en reservas de esclavos manumisos, libertinos y rebeldes, en plan de grupo terrorista,facción de resistencia y plaga de Al Quaeda a erradicar a punta de ojo por ojo,sin derecho a negociación.
Con doble moral y un escepticismo fotocopiado de Kurt Russel en “Escape de Nueva York”, Paul Betanny encabeza su cruzada personal para limpiar las cloacas del cielo y el averno, ubicándose en un centro estratégico de identificación con la audiencia, más allá del bien y del mal. No obstante, su misión de purificación por la vía de la tortura y la muerte, carece de atributos y evoca el legado,tristemente célebre, de una vulgar inquisición de la alteridad discriminada y reducida a la condición de minoría subterránea.
Acá “Priest” adopta lo peor de sagas falsamente irreverentes como “Resident Evil”, “Underworld” y hasta “Crepúsculo”, con sus guerras binarias en pos del happy ending. Caldo de cultivo y justificación de las campañas bélicas de hoy en día.
En una lectura favorable, el subtexto admite y adquiere la dimensión de un ensayo punketo y anarquista, al nivel de “Mad Max” y “Sector 9”, con una relación de amor y odio por los desechos de la tecnología. Por supuesto, la visión pesimista del libreto se anula con la glorificación del andamiaje y la batería de fuegos de artificio.
En efecto,es una película de Scott Stewart,especialista en la materia y surgido de las catacumbas neobarrocas de “Legion”, en conjunto con Betanny. Los dos dicen y se desdicen a lo largo de su trabajo colaborativo, en un reflejo de las incongruencias de la época.
En suma, describen un universo cercano de degradación de la humanidad, a merced de una tiranía fracasada e inversamente proporcional a sus delirios de máxima prosperidad y felicidad, pues genera problemas internos y externos imposibles de depurar,como el espejo de un régimen de facto amenazado por la implosión y el motín de su apartheid.
Reverberación caótica de nuestro 1984 en la Venezuela del Gran Hermano.
Por desgracia, el desenlace es conformista y replicante, en sintonía con su plagio del cuento de “The Searchers”,recientemente imitado por “Drive Angry”.
Los cuatreros secuestran a una niña para obligar al ángel caído,al padre de la lolita, a impartir justicia por su propia mano. Metáfora y alegoría del machismo,de ayer y ahora, convencido de la necesidad de imponer su ley marcial a la luz del intervención de su patrio trasero.
Ahí “Priest” funciona como una simple y vulgar propaganda de la caricaturesca colonización del medio oriente en el tercer milenio.
Es el esquema revanchista de Tarantino en «Bastardos»,denunciado por Adrian Martin.
El desierto es así,como diría Mongin.Un terreno vacío donde se proyectan las fantasías de conquista de la hegemonía.
El monopolio continúa preocupado por la existencia de sus piratas,de sus opuestos.
Logra derrotarlos y vencerlos en la realidad virtual de sus salas.
En los verdaderos teatros de operaciones es distinto.
Prepárense para las secuelas.
Dios nos agarre confesados.