Como Jack Nicholson antes de morir,cada quien tiene su pequeña o gran Bucket List.En la mía,por ejemplo,hay un apartado dedicado a la música,donde figuran bandas y leyendas musicales como ACDC,Daft Punk,Rolling Stones y tantas otras.Ojalá pudiera verlas y conocerlas a todas.Pero parece una tarea imposible.
Con el tiempo y en el contexto de Venezuela,tiendo a pisar tierra,a olvidarme de muchos de mis sueños absurdos y a conformarme con la realidad de disfrutar de un buen concierto de metal,a la altura de Megadeth,Iron Maiden y Metallica.
De igual modo,me siento afortunado de poder gozar de un show de Aerosmith y Kiss en vivo, a pesar de ser formaciones de rockeros quemados y condenados a tocar como zombies por el mundo para sobrellevar su estilo de ricos y famosos.
Es una ecuación materialista bastante conocida,en plena oposición al espíritu original de tales artistas y fenómenos.En pocas palabras,devienen en copias y en las mejores parodias de sí mismos en la tercera edad,con el simple objetivo de ganar dinero y conservar su estatus de superestrellas del firmamento cultural.
Así nos hemos acostumbrado en el primer y tercer mundo,a la imagen de ídolos de la contracultura de los sesenta y setenta,devenidos en señores domesticados de la bohemia burguesa de la rebeldía en venta,en caballeros con acento de lores al servicio de la corona inglesa, en meros señuelos de los explotadores pragmáticos del tercer milenio para hacer negocios a costa del mercado de la nostalgia.
Por ende,en un giro maquiavélico de la historia,los hippies de ayer fueron vencidos por los yuppies imbéciles y tarados de hoy,al contratarlos como sus carnadas de lujo para un público de consumidores de entradas carísimas a precios de subasta esnobista.Paradójicamente,son adquiridas por quienes,en su mayoría,asisten por mero trámite o por el conocimiento superficial del repertorio del cantante en cuestión.Compran el boleto desde la ignoracia para después llenarse la bocota por redes sociales y publicar a los cuatro vientos:»yo fui,yo lo vi»,aunque de seguro no debe haber escuchado o entendido ni papa.
En medio de un panorama desolador de fin de mundo,se inscribe entonces la nueva llegada de Jethro Tull a Venezuela,bajo el escepticismo general de sus verdaderos fanáticos.
En efecto,comparto la siguiente opinión de estimado,José Manuel Guilarte:Te felicito, en cuanto a calarse el anfiteatro del Sambil se refiere. A Deep Purple lo vi para no terminar mi vida con remordimientos insoportables. A Jethro Tull tuve la dicha de apreciarlo en el Teresa Carreño, un sonido difícil de repetir.
Por consiguiente,arribamos al centro comercial con pocas esperanzas acústicas, pero con el compromiso moral de saldar una deuda pendiente y personal con nuestra humilde Bucket List.
En el pasado por diferentes problemas y razones,no tuvimos la suerte de escuchar a Ian Anderson de gira por Caracas.En consecuencia, era imperativo aprovechar la última oportunidad de apreciar su talento. La vida es corta y azarosa. Mucho más en la capital del miedo,donde nadie sabe si sobrevivirá para contarla el día siguiente.Además, el mundo se iba a acabar.Por tanto,no había opción para nosotros.
Si Lars Von Trier quiere morir escuchando música clásica en su “Melancholia”, yo me siento feliz de despedirme del planeta tierra con Ian Anderson tocando su flauta a cinco metros de distancia.Te guste o no,así es el Apocalipsis Now en el 2011.
Con mucho esfuerzo,alcanzamos a costear las peores localidades del evento.No obstante,a falta de quórum,fuimos reubicados en la zona de la gente importante,nariz parada y estúpida. A veces el sistema corporativo se practica el Hara Kiri por su codicia, y el juego de la economía especulativa juega a favor de uno,del asalariado,del proletario,del plebeyo.
En franela,con birras en la mano y pegando gritos, nos sentamos entre una fila de ejecutivos con cara de cañón, quienes nos veían,a través de sus ridículos vasos de Whisky,como la chusma coleada a su terapia de autoayuda para gerentes deprimidos.
Una vez más nos acordamos de la espontánea y radiante Ninah Mars, al ganarle la partida a los empeñados en discriminarla.
Okey,señores de Evenpro,de Solid Show,de Water Brother,vamos a divertirnos.
Entramos los feos al sector “A” y venimos a cobrar.
Para la próxima,piensénlo dos veces antes querer quitarnos un ojo de la cara por acceder a uno de sus espectáculos.
Nos sentamos,no vimos señales de Mojo Pojo por ningún lado y tampoco las extrañamos.Al respecto comparto un mensaje en 140 caracteres:@GabyPolicarpio que tiene que ver mojo pojo con eso!
Por enésima ocasión consecutiva, la banda telonera es seleccionada de manera gratuita y arbitraria. La alternativa ya la propuso Fibonacci,pero sus demandas cayeron en saco roto,por los momentos.Veremos si se cumplen en el futuro.
De repente,sale Anderson con sus músicos y empieza el toque en un escenario austero,desnudo y sobrio.Lo básico y lo indispensable. Lo importante aquí es la música,no la parafernalia pirotécnica.
Por eso, los jóvenes asomados se aburrirán de lo lindo a lo largo de la función,hasta abandonarla a las primeras de cambio.
Para nosotros fue un completo éxtasis,una hora y media de inmenso placer,alegría,bonitos recuerdos y momentos Kodak inolvidables. Yo andaba como un gafo con la baba afuera y las lagrimas a flor piel, mientras La Mala se paraba, gritaba y exclamaba “bravo” delante de las insensibles y mezquinas poses de solemnidad de los miembros de la grada.
Ellos insistían en reprimir el instinto y aparentar seriedad,como si estuviesen en un concierto privado de Chivas Regal o en una gala de beneficencia con Plácido Domingo.
Nosotros comprábamos cervezas como en el estadio y celebrábamos como en una barra brava del Caracas Fútbol Club o la liga especial de baloncesto. La Mala y yo somos fanáticos de Panteras y Guaiqueries respectivamente, y nos las pasamos en el Parque Miranda tomando Soleras y apoyando a nuestros equipos,a golpe de alaridos,chiflas y consignas.Es nuestro ambiente natural.
De inmediato, el Anderson se tira un solo de flauta,nos deja boquiabiertos y se despide dando sus típicos pasitos de duende agachado. Yo no lo podía creer ,me pellizcaba como un idiota y pensaba en los noventa, cuando el incombustible melómano de Francisco Toro me introdujo en la obra de Jethro Tull, desde Aqualung hasta su perfomance mítico en Rock and Roll Circus de 1968, organizado por sus majestades satánicas.
Obviamente, es imposible la comparación con aquellos años de furia,explosión y energía optimista por el arribo de las banderas de la vanguardia y los movimientos heteredoxos,sepultados por sus propias contradicciones.
La voz de Anderson aquejaba los achaques de la edad, perdía potencia y revelaba la inevitable decadencia de su brío como personaje.Con todo, el genio,el carisma,la inteligencia y la ironía permanecían intactos,al interpretar sus clásicos de manera sentida, romántica,poética y entrañable,como si aferrándose a ellos pudiera ganarle la partida de ajedrez a la muerte. Para mí fue un concierto neta y plenamente crepúscular, previo al retiro, de cierre de un ciclo humano y generacional.
El final de la velada lo anticipó la emocionante, vibrante y extendida ejecución del tema favorito de la banda.Me refiero a Aqualung,en una generosa versión de diez a quince minutos como de jamming de la Fania.
Antes y después,fuimos deleitados con los solos de los músicos viejos y nuevos de la banda de Ian Anderson.
En lo personal me encantó el trabajo del chico de la guitarra,un virtuoso del instrumento.
En un abrir y cerrar de ojos,el reloj de arena de Jethro Tull se vaciaba rápidamente y anunciaba el desenlace de la faena.
Ian Anderson se despedía de nosotros con afecto,cariño y modestia.
El mundo no se había acabado,pero sin duda,por hora y media,se había hecho mejor para nosotros.
Ahora entiendo gráficamente cómo se puede explicar el concepto de felicidad,al margen de los manuales de superación de la adversidad y las malas noticias de costumbre.