Desde Foucault, lo sabemos. El poder busca cosificar la locura desde la racionalidad, pero siempre fracasa en el intento y la convierte en un estereotipo o en una justificación de su mirada etnocéntrica.
Por ello, el cine fue a lo largo de la historia, un laboratorio donde se experimentaron todas las fórmulas posibles para leer, comprender, evaluar e incluso ofrecer soluciones a la carta para el problema, desde el amor hasta el arte como formas de redención, aunque la esquizofrenia todavía sigue siendo la gran enfermedad incurable de la sociedad occidental,según la teoría postestructural. Verbigracia, los estudios de Guattari,Deleuze,Baudrillard,Maffesolli y Zizek, por mencionar algunos.
Por tanto, las películas del género hacen lo posible por superar el enorme reto de no caer en el reduccionismo y la simplificación. Sin embargo, muy pocas lo logran. Se pueden contar con los dedos del pie izquierdo.
En el ámbito documental, Frederick Wiseman y Joaquín Jordá se pusieron del lado de los supuestos “anormales” para reivindicarlos y analizarlos a la altura de la situación, como se debe: con rigor científico y al margen de la ingenua idealización de los retratos de Hollywood al estilo de “Rainman” y “Shine”, cuando el asunto se instrumentaliza en beneficio de la taquilla y la obtención de nominaciones al Oscar,según la tradición de “Silencio de los Inocentes” y “Atrapado sin Salida”.
Otra tentación es la del peligroso filón del “excéntrico ilustre”, desarrollada hasta sus últimas consecuencias por el realizador checo,Milos Forman. Gracias a ella, ascendió al Olimpo de los principales autores de la modernidad por títulos como “Amadeus”, “Larry Flint” y “Man of The Moon”.
Después vinieron su legión de imitadores dentro y fuera del mundo, a explotar su caldo de cultivo en biografías superficiales sobre el Marqués de Sade,Picasso y compañía,donde el amor parece redimir al protagonista de la función,como en una terapia de autoayuda.
Por eso, tiendo a ser escéptico ante la tendencia y a inclinarme por quienes reconocen su incapacidad de encontrarle una explicación didáctica al fenómeno.
Es el caso de Benacerraf(“Reverón”) y Ulive(“Basta”) en sus trabajos de no ficción. De igual modo, considero dignos de encomio los esfuerzos de Pialat y Kurosawa por ponerse en las botas de Van Gogh, para evitar transformar su obra y su vida en una colección de estampas melodramáticas y trágicas de dudosa procedencia.
De ahí mi reserva a la hora de asumir la visión de “Reverón”, cuyos minutos iniciales me anticiparon lo peor en su recreación “naiff” de una rumba de carnaval a la orilla de la playa, a la luz de la típica fiesta de procesión folklórica organizada por el estado para sus celebraciones de las fechas patrias o por la organización Miss Venezuela para desplegar sus concursos de belleza.
Por fortuna, el acabado visual y conceptual irá mejorando con el devenir del tiempo, al punto de albergar ciertas ideas, secuencias e imágenes para el grato recuerdo de nuestra memoria cultural.
Por ejemplo, son para el futuro la mayoría de las situaciones de tensión y diálogo entre el artista, sus mecenas, sus visitantes y los invasores oportunistas de su privacidad.
Allí Diego ajusta cuentas con sus demonios a través de los encuentros de Reverón con Gervasi, Yanes y Boulton, prestos a la discusión.
Con los tres asume diversas posturas. A Gervasi casi lo encasilla en un plano de caricatura, nada favorecido por el encargado de interpretarlo.
Con el secundario de Yanes alcanza el milagro de neutralizar y aplacar a la fuerza de la naturaleza de Héctor Manrique, para conducirlo a un estimable nivel de humildad y decoro.
A Boulton lo deconstruye con sutileza y lo perfila con una admirable gama de matices, entre el afecto y el desprecio del protagonista. De seguro, los maniqueístas de costumbre esperaban acá una vulgar satanización del amigo “oligarca” del pintor.
Pero nada más lejos de la realidad. Igual el realizador extrae de Pakriti Maduro su lado más noble, sobrio y convincente, en un registro impecable.
De cara a la Manterola, tengo sentimientos encontrados. Por un lado, reconozco sus increíbles dotes para la actuación. En el gremio le llama la “verduga”, porque no es necesario repetir con ella muchas tomas. Por el otro, considero debatible su contenido y su forma.
Primero la encajonan en un corsé de mujer sumisa y abnegada, funcional a los intereses de la dominación masculina. Posteriormente, la aprovechan para practicarle una suerte de liposucción, de “lifting” y de cirugía de reconstrucción corporal a la Juanita entrada en carnes de las fotos en blanco y negro. Se le va la mano de Osmel Souza al responsable del casting.
Me imagino a los sesudos entendidos en la materia, sufriendo convulsiones delante de la pantalla, al descubrir a la hermosa modelo encargada de resucitar a la esposa del mártir. En el mismo sentido, aquejo dolencias oculares al atestiguar la conversión del Castillete en una especie de bungaló tropical, de Posada de diseño cool, de refugio de la nostalgia kistch por lo primitivo, de diorama de Museo, de montaje de exposición de cartón piedra a lo Da Vinci, de escenografía de miniserie telefílmica, de Rancho de Chana decorado por Diego.
En general, las brechas son enormes,del referente a su redefinición contemporánea,en cuanto la modesta morada de Reverón acaba por ser engalanada y embellecida por la dirección de arte y la fotografía, a cargo de Cesary Jaworsky.
Al respecto, comparto la inquietud de La Mala Requena: el período blanco se plasma de manera obvia por medio del abuso del recurso del fundido y de los filtros publicitarios al uso.
Por ende, la película pierde credibilidad en la comparación con las fotos durísimas del Castillete de ayer y hoy.Bien por rememorarlo para resistir a la destrucción de su memoria. Mal por evocarlo como una postal playera de calendario turístico. Así traicionamos el legado de incorrección política, del profundo enamorado de la mierda y sus proyecciones heterodoxas.
A propósito, el libreto insiste en el tratamiento edulcorado de la terrible existencia del arquetipo de nuestro infierno colectivo, al obligarlo a resucitar la tonada trillada del folletín romántico de tres centavos,al calor de las cancioncitas amelcochadas de Devendra Banhart.Demasiada concesión para la grada. Reverón la despreciaría.
Él era consciente de la miseria del espectáculo y le gustaba parodiarlo para desnudarlo y volverlo ñoña. Por consiguiente, implantarle música de relleno,ajena a su entorno, es como alterar su medio ambiente. Es un trastorno similar al de sus vampiros, colonizadores y usurpadores de su firma, de sus sello semiclandestino.
En aquel entonces, cambiaron espejitos por sus joyas de la corona, por su vibrante patrimonio de lienzos, muñecas y objetos dadaístas. En la actualidad, controlan su colección con puño de hierro de especulador del mercado de subastas, en beneficio de sus compradores y negociantes,al servicio de los enemigos naturales del artista. Es decir, los estados, las franquicias y las corporaciones.
Ergo, la película se amolda a un curioso momento de efervescencia mediática y comercial por la obra conjunta del artista, erigido en pretexto y excusa para extraer réditos económicos y políticos,a corto y largo plazo.
Al mercado del cine le ayuda el film para fingir demencia y mostrarse hipócritamente como defensor de la cultura nacional, con el propósito de ahuyentar el fantasma de la expropiación.
A los promotores de la empresa, les proporciona un aval y una garantía maravillosa, para continuar pidiendo créditos privados y financiamientos públicos.
“Reverón” es inofensiva, transcurre en décadas precedentes, no molesta a nadie y genera adhesiones inmediatas. Es la fantasía consumada de los creadores del consenso en la Quinta República.
En su absoluto descargo, la cinta se aprecia y se valora más allá de sus conjuras y componendas. El recital de Luigi es de una elocuencia y una entrega, abrumadoras y aplastantes. Desciende a los avernos, goza de lo lindo, inyecta sus corneas de verdadera sangre, se desviste, se masturba, se llena de estiércol, brama, deja en ridículo a sus interlocutores, interpela al espectador, incomoda a la platea e increpa a la Venezuela conformista de su época y de ahora, al condenarla por su apatía, su indolencia y su falta de compromiso.
Ahí me reconcilio con Diego, con lo mejor de su cine y con su película. Recuperamos al Rísquez ácido y humorista negro escondido en sus largometrajes de los ochenta y noventa. Diego estalla en mil pedazos y se aferra a la dinamita de Luigi en fase de Reverón, para sembrar el terror y el pánico a diestra y siniestra.
El Diego subversivo y ocurrente sale finalmente del closet, para decirle las vainas en su cara a los políticos(Gervasi),a los parásitos(La Tropa de Élite de Boulton),a los periodistas(Yanes),a los mediocres, a las autoridades incompetentes, a los psiquiatras y a las damas encopetadas de la high (vecinas suyas, por cierto).
Diego toda la vida se sintió como un extranjero, como cucaracha en el baile de las gallinas del Country Club, y desde allí arremete con furia de la mano de Reverón, identificándose con él y su batalla quijotesca.
En la aventura lo acompañarán sus cómplices, panas de rutas y colegas de generación, como Luis Britto, El Príncipe Negro y Jorge Pizanni, tres fieles y leales contribuyentes de la plástica vernácula. Los tres perfectos en sus respectivos cameos. El del Príncipe, por supuesto, es un chiste oscuro.
Lamentablemente, a la cita acudirán estrellas de la farándula como Luis Fernández. Un lastre de la etapa menos feliz de su carrera reciente. La del díptico conformado por “Manuela” y “Miranda”. Ojalá se termine de olvidar y de desprender de dichos lugares comunes de la caja boba.
En síntesis, me quedo con el “Reverón” hermético e implacable dispuesto a pintar contra viento y marea, echando mano de un carboncillo en un manicomio.Es su manifiesto de guerra y paz para cancelar los planes de los represores de la libertad de expresión.
Un claro mensaje de rebeldía e inconformidad, en oposición a los manipuladores y programadores de cerebros del 2011.
El “Reverón” de la complacencia estética y ética, prefiero borrarlo de mi archivo. Es el de las baladitas, las composiciones qualité,los vicios del lenguaje demagógico, las redundancias de manual, los sofismas y las taras del teatro solemne.
Ni hablar de las estampas eróticas.Son como de serie «softcore»,tipo «Emmanuel».Diosa Canales debe andar cogiendo dato para su próximo calendario blandiporno.A kilometros de distancia de un tributo a la pintura del «loco de macuto».Diego se quedó pegado en la nota de los homenajes manieristas de «Sinfonía»,»América» y «Karibe».
Es cuando su cine se estanca.