Días de Poder: El Precio de la Ambición de Chalbaud

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Chalbaud ya no es el mismo de antes. El Román de hoy es una caricatura de sí mismo, cual Ed Wood involuntario al servicio de la Villa del Comediante en Jefe.
Desde allí construye la peor y la mejor autoparodia de su cine en forma de testamento fílmico, de delirio del Chimborazo, de farsa grotesca interpretada por actores de barraca de feria, por reencarnaciones burocráticas de los mimos del circo de Melies, quienes se limitan a posar o hacer muecas exageradas, mientras deben recitar,con una locución penosa,un parlamento mal digerido e ininteligible para ellos.
Por algo, confunden el singular con el plural, el masculino con el femenino y los tiempos verbales durante el ejercicio de la declamación del texto. En consecuencia, provocan risa sin proponérselo y despiertan la vergüenza ajena del respetable.
Por ello, “Días de Poder” tiende a ser el nuevo “Réquiem por el Sueño” del realizador, bajo la sombra de un suicidio creativo,de un efecto boomerang disfrazado de largometraje revolucionario sobre la corrupción del partido del pueblo,“Acción Demócratica”.
Por ironías de la vida, también puede funcionar como espejo inconsciente de dos traiciones en proceso: la del autor a sus propios ideales y la del PSUV de cara a sus causas fundacionales.
De hecho, no parece haber mayor diferencia entre la élite mafiosa denunciada por la película y la boliburguesía condenada a pervertirse en el fango materialista de la degradación moral. Caso de los arquetípicos ricos y millonarios advenedizos surgidos al calor de la Quinta República.
Por desgracia, la estructura binaria del film solo se conforma y contenta con exhibir el deterioro ético de su principal rival político de la era del pacto de punto fijo. La cinta detendrá el camino de la historia en la descripción satanizadota del vano ayer, para dejar fuera de campo las relaciones con el actual proceso de supuestos cambios.
Aun así y quizás por defecto, la contundencia del subtexto de José Ignacio Cabrujas logrará colarse hasta el presente, a pesar de las enormes fallas en la dirección.
De ahí la supervivencia de la gran idea rectora del guión Gatopardiano. Es decir, el choque de lo viejo con lo nuevo, la permanente sustitución de los cuadros de las clases dirigentes y la automática inversión roles en el baile de máscaras de la política criolla, donde se danza al compás del eterno “quítate tu para ponerme yo”. Obsesión conceptual del cineasta desde la época de su obra maestra, “El Pez que Fuma”, radiografía de un país convertido en prostíbulo, cuyo regente y macho dominante era relevado por otro de corte similar, aunque diferente en apariencia.
Mutatis mutandis, el argumento original de “Días de Poder” narra el progresivo declive de un héroe de la resistencia en la época de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, devenido posteriormente en el testigo del envilecimiento de su generación romántica, al asumir las riendas del estado y adoptar las maneras represivas de sus antecesores, a objeto de preservar su red de privilegios adquiridos.
De tal modo, la tiranía apenas modifica su rostro, al degenerar con su toque de Judas a cualquiera ingenuo destinado a conducirla. En pocas palabras, sería un trasfondo como de “Fausto” , “Mephisto” y “El Fantasma del Paraíso”, al estilo de “La Caída”, “Señor Presidente” o “El Padrino”.
El patriarca vive el otoño de la existencia en su lecho de muerte, extraviado como el general en su laberinto. Postrado en una cama busca exclamar sus últimos “Gritos y Susurros”, a la luz de los recuerdos típicos de un personaje crepuscular como de ”Fresas Salvajes”, salvando las absurdas distancias.
El protagonista agoniza y es visitado por sus seres queridos como los enfermos terminales de “Invasiones Bárbaras” y “Mar Adentro”. Clásica tragedia con visos de melodrama mesiánico. Obvios los parentescos con las pasiones de Cristo y con la tradición pictórica de los cuadros de Bolívar al borde de la expiración.
Lamentablemente, los deseos y los referentes intrínsecos del papel no preñan un resultado óptimo en la pantalla, de la mano del pintor de brocha gorda de “Cuchillos de Fuego”.
Por ende, somos obligados a contemplar el bochorno de un aborto audiovisual, de un calvario bufo y ridículo, en la tradición de “El Exorcista” conoce a “Reposeída”, todo entrecortado por flash backs de escaso vuelo estético y todo centrado alrededor de la insólita figura del ex galán de “Bienvenidos”.¿No es una tremenda escuela? Por favor.Y encima es el emblema de una divisa cultural del socialismo del siglo XXI.Vaya falta de memoria y cordura.
A propósito, prohibido olvidar la foto,recientemente publicada por Vasco Szinetar en Facebook, donde Román aparece sonreído al momento de ser condecorado por Jaime Lusinchi.
Chalbaud siempre recibió respaldo y apoyo de los gobiernos de Acción Democrática, para desarrollar su obra. Ahora finge demencia, reniega de sus orígenes y se vende como el Eisenstein a la orden de su Teniente Coronel.
Su impostura es idéntica a la de su alter ego, Gustavo Camacho, el fetiche de la dominación másculina de Miguel Ángel Landa. También sufre de amnesia. Pero yo le voy a rememorar su legado. En el período de esplendor de su programa cómico, avaló y legitimó la guerra declarada a la mujer, al reducirla a la condición de objeto, estereotipo y anzuelo de la explotación sexual.
Por consiguiente, me cuesta creérmelo en su imagen contemporánea de ícono del sistema rojo rojito, ufanado por su lucha redentora y puritana a favor de los derechos de las minorías, los excluidas, los afrodescendientes y “las féminas”.
Ni hablar de los demás integrantes del reparto. Meras momias de relleno similares a un reparto disfuncional con tintes de reservistas de la tercera edad. Hay carne de cañón a diestra y siniestra, intentando encubrir las deficiencias congénitas del reparto.
O nadie serio quiere trabajar con Román(para no rayarse), o Chalbaud se peleó con medio mundo en el gremio, o se complace con disponer de las fichas leales de la nómina de la Villa, para evitarse conflictos con sus mecenas.
El pésimo casting de “Días de Poder” es ejemplo del desastroso alcance del apartheid y de las listas negras instauradas por la cacería de brujas de Farruco Sesto y compañía.
Como daño colateral y colorario del asunto, descubrimos montones de secuencias desperdiciadas por culpa de la inexperiencia de los integrantes del elenco principal y secundario.
A la retaguardia, filas de estatuas de carne y hueso emulan paradas y numeritos de protesta, como una serie de funcionarios y asalariados invitados para aplaudir en “Aló Presidente”. Muchos lucen como la plantilla carenciada de un talk show de “Laura en América”, con sus rutinas de mentira. Evidente instrumentalización de la miseria, la pobreza y la necesidad.
Son un coro y un público de galería del tipo “Sábado Sensacional”. A veces sucumben a la parálisis del pánico, quedándose fríos como venados delante de un reflector de luz.De repente, flotan y pretenden pasar desapercibidos como fantasmas asustados. En última instancia, levantan brazos,declaman y estallan sin control.
Los demás son barajitas repetidas de los naipes marcados y descoloridos de la sacrosanta industria criolla. Incluso desaprovechan a la joven revelación de “Hermano”.Por su parte, Carlos Daniel Alvarado le propina un paseo a Theylor Plaza,el retoño de Fernando Quintero. Insisto, las diferencias son abismales. Luego Paula Woyzechowsky acaba por hundir la tripulación del barco,a merced de las mañas del lenguaje de la televisión teatralizada.
Paradójicamente, en un par de segmentos,asistimos a la burla y a la sátira de la grabación de un comercial de Jabón y de una culebra anticuada, según el modelo importado de la Cuba de Batista.
El chiste es redundante y aspira a desenmascarar a la frivolidad de “la canalla mediática”. A la postre se vuelve una morisqueta aleccionadora y desfasada, incapaz de distinguirse del resto del decorado de zarzuela y de unitario chavista en clave de “Amores de Barrio Adentro” y “La Clase”. Muy lejos de la deconstrucción de Fellini en “Ginger y Fred”. Cerca de las tesis anacrónicas del profesor Sartori en relación a la caja boba. En cristiano, una declaración hipócrita de principios, pues Román también hizo “culebras” kistch de evasión por encargo.
En paralelo, vislumbramos la fotocopia de “Muerte en Alto Constraste”, al replicar el mensaje conductista de las ejecuciones sumariales de los grupos comando de la era de Betancourt y sus mutaciones en la Cuarta República.
Presenciamos una galería de clichés formateados y escaneados de un programa o de un documental de VTV dedicado a la “violencia” de las décadas de oro del paradigma de “dispara primero y averigua después”. Joyas de la corona de la cadena de Mario Silva. Los reportajes conspirativos de la CIA en Venezuela, al uso del canal ocho.
El autor plagia y remeda las fórmulas del mainstream y de Hollywood para caracterizar el espectáculo de la tortura, el atentado, el homicidio y el asesinato, a punta de fuegos de artificio y pólvora mojada.
Sea como sea, el autor jamás es convincente y supera su registro maltrecho de la ola de crímenes de “El Caracazo”. Por enésima vez, retrocedemos para observar y juzgar los abusos cometidos en el contexto del ascenso del cogollo blanco de Don Rómulo. El propósito es desviar la atención del terror social y la inseguridad en boga.
Al respecto, cuidado con la próxima cita extraída del blog, Cine 100% Venezolano: José Antonio Varela, considera que “se inscribe en la memoria contemporánea venezolana”; refiere a hechos de la década de los sesenta que fueron escritos hace 50 años y que según Román Chalbaud presentan una gran diferencia respecto a la actualidad pues “en este proceso no hay muertos como esos que vemos en la película”.
Por lo visto, José Antonio Varela tampoco lee la prensa e ignora el expediente oscuro del Cicpc en su violación de los derechos humanos de víctimas inocentes, aplicando la vieja metodología adeca de los porrazos, las humillaciones, las cámaras de tomento y las sillas eléctricas improvisadas. Es el reflejo del 2011 del panorama sombrío de “Días de Poder”.
En general, de un gag saltamos a un recuerdo y de inmediato regresamos al punto de inicio. Las transiciones son gratuitas y arbitrarias, al ritmo de una edición con pretensiones de montaje intelectual.
Por minutos, un video clip seudoexperimental con relojes de por medio, anticipa y acentúa lo elemental,mi querido Watson. Los minutos se le agotan al protagonista, aquejado de dolores de pecho por su sentimiento de culpa. Se resiste a trasladarse a la clínica y prefiere aguantar con estoicismo ,a la espera del colapso. Nadie se toma la molestia de explicarnos por qué y cómo adquirió su afección pulmonar. Menos resulta verosímil el look de pollo sudado y hervido de Fernando Quintero,bañado con gotas de rocío y pegado a una bombona de aire.
Su martirio resucita el suplicio prolongado,estirado y dilatado del inconfundible capítulo cumbre de un folletín del horario estelar. Un signo desgastado por su reiteración, un símbolo de la tautología de la retórica hueca y vacía.
El arte de Asdrúbal Meléndez gira en torno al eje de una tienda de antigüedades del Hotel Tamanaco, y la cursilería cunde de decorado en decorado. El vestuario es impecable y levanta sospechas razonables gracias a la fotografía de publicidad de detergente. La personalidad de Román brilla por su ausencia, detrás de cámara.
Los planos, como diría la profesora María Gabriela Colmenares, invocan el acabado plástico del cine primitivo, al ceñirse a una lógica frontal y bidimensional, donde los actores entran y salen. No hay imaginación y agudeza para resolver las situaciones,las composiciones y los encuadres.
Chalbaud parece dirigir desde un chinchorro o desde la comodidad de su oficina. Deja muchas cosas al azar y se desentiende del rigor. Es fácil para él trabajar en su condición de súper estrella,de niño mimado de la Villa del Cine. Pero le tengo noticias. Cualquier estudiante universitario le brindaría una clínica de dirección en la actualidad.
Por eso, despide la faena a los trancazos y atropelladamente en el agotador tercer acto. “Días de Poder” culmina así como un sintomático tránsito hacia la extinción,hacia el ocaso de un ídolo enfebrecido por su culto al egocentrismo, por su descenso a los infiernos, por sus desvaríos, por sus pecados íntimos y colectivos. Sus pancartas de candidato perfecto de Acción Democrática cierran y clausuran la función.
Me gustaría entenderlo como un guiño de lucidez impreso por Chalbaud para aludir a la figura del presidente en campaña. Lastimosamente es una estampa para demonizar a la oposición, a los llamados escualidos, bebedores de whisky, parranderos, infieles y para colmo,malos padres.
Nuestra salvación entonces radica en votar rojo para siempre, según Román. Los chavistas son unos angelitos y no toman ni cerveza. Dígalo ahí, Calixto.
En definitiva, es la constancia de la autopsia del cine de Chalbaud.
Su terapia intensiva llena de códigos ocultos y cifrados.
Acá los develamos para ustedes.
Es el precio de la ambición(por la riqueza de los pozos de petróleo).
Más gasolina para la hoguera de la inquisición,de la polarización.
Por fortuna durará un suspiro en la cartelera.
La audiencia no es tonta y sabe detectar a leguas el engaño.
Tercera bancarrota al hilo para Román.
Y la pagamos nosotros.

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