Foto extraída de aquí.
Primer día del festival. Llego en la mañana a recoger las entradas del día, tal como se nos había instruido el día anterior. Cuando llego me encuentro con la sorprersa de que en la sala de Alto Prado sólo entregan dos tickets por día, es decir, que no se pueden ver todas las películas en competencia. Le comunico a una persona de la organización y me señala que así se decidió para repartir equitativamente las entradas y que todos tuvieran oportunidad. Me dice, también, que en el Multicine Las Tapias puedo ver las demás películas de la competencia. El problema estriba en que en la mayoría de las películas de la competencia oficial llegaron en DVD y se proyectan en Video Beam; en Las Tapias sólo se proyectan las películas que llegaron con copia en cine.
Al final es parte de una organización que falló a la hora de hacer la distribución, tanto de la selección oficial como las secciones paralelas. Ya lo había advertido en mi primera entrega del diario: es imposible que en cinco días (que en la práctica son tres) se puedan ver todas las películas en competencia. En la mañana hubo un cierto aire de improvisación en todo el festival.
Lo tragicómico del asunto es que las conferencias y proyecciones no son ni la sombra de las colas que se vieron desde temprano para el accidentado retiro de tickets. Carlos Sánchez dio una buena conferencia sobre distribución y comercialización de películas, en una sala casi vacía. El foro «periodismo y cine», estuvo bueno en cuanto asistencia, pero duró breves minutos porque todos los foros se retrasaron y había que entregar la sala.
Jackson Gutiérrez dio las palabras introductorias de su película Iyawo, la Justicia de Olafi, en una sala que, según una amiga, estaba casi a la mitad de público, pero francamente, yo creo que fueron menos. Asunto de perspectiva, supongo. Esto, a pesar del esfuerzo de varios promotores, que desde temprano estaban repartiendo volantes y material P.O.P. para promocionar la cinta.
Cómo institucionalizarse.
La primera película de Jackson Gutiérrez incomodó a la autoridad, la puso a sudar y creó dos leyendas. La primera, fue la que llevó a Azotes de Barrio en Petare (2006), a convertirse en un verdadero fenómeno underground; probablemente la primera película de la historia del cine nacional en utilizar de manera exitosa los caminos verdes y la piratería para convertirse en un éxito. Esa leyenda aseguraba que un grupo de delincuentes se habían grabado a sí mismos cometiendo sus delitos y que habían hecho distribuir el video por toda la ciudad. Una vez que el rumor llegó a la autoridad, hasta se abrió un procedimiento a nivel de fiscalía contra la película, y su director, salió del anonimato para aclarar que era una ficción, realizada con un presupuesto absurdo y de manera totalmente independiente. Nacía así la otra leyenda: la del cineasta outsider, que de la nada realizaba una obra maestra y provocaba a todo el mundo. Nuestro Robert Rodríguez, para decirlo sin mucha paja.
Esa segunda leyenda puede haber ido muriendo con el paso del tiempo, y sin duda, Iyawo, la Justicia de Olofi, podría terminar de enterrarla.
Producida por Ávila Tv, el film narra la historia de Marina (la plana Daniela Di Pascuali) una abnegada y trabajadora chica cuyo «sueño» es entrar al CICPC, pero siempre es rechazada porque su hermano es delincuente. Para ayudarse, la joven recurre a la santería, específicamente a un extraño «padrino» llamado «El Chamán», quién le ofrece, por 25.000 bsf, bajarle el santo y hacerle el milagro de convertirse en policía.
De ahí se desarrolla una irregular película que abusa de los contrapuntos (cuando una escena es interrumpida por un flashback que nos muestra una acción previa que le da un nuevo sentido a la escena que estábamos a punto de ver), al límite de la obstinación. Gutiérrez se empeña en usar un recurso que termina por aburrir y quitarle fluidez a la de por si accidentada narración de la película.
Debo decir que el film no me había movido mucho hasta los últimos diez minutos, sin duda los peores que ha filmado Gutiérrez.
Cuando la historia ha avanzado, hemos visto a la protagonista rechazar una propuesta indecente, también ser víctima de la estafa, y luego ser auxiliada por una comunidad de «verdaderos santeros». Pero una vez ocurre esto, y a la joven la admiten en el CICPC, se viene una lamentable secuencia que recuerda las taras más reaccionarias de cierto pensamiento venezolano respecto al barrio. En la perspectiva de Gutierrez, el barrio es una cantera de holgazanes del peor tipo, hombres perdidos y con pocas posibilidades de rehabilitación que todo lo resuelven a tiros. Las mujeres decente sólo son dos, la protagonista y su mamá, porque las demás, o son putas y se entregan al jefe sádico para mantener su trabajo, o son las cómplices de los delincuentes.
En un momento inquietante, la protagonista le suelta un soliloquio sobre el «respeto que se debe la mujer» a una de sus compañeras de trabajo, la que presumiblemente si aceptó acostarse con el jefe para conservar el puesto.
En otro momento, Ambar Díaz, en una lamentable participación especial, denuncia una agresión sexual por parte de «El Chamán», y lo que sigue da miedo. Una secuencia final con la protagonista transfigurada en una especie de Harry el Sucio (no, no es broma, ni exageración) que saquea el barrio, liquida a todos los malandrines amigos de su hermano (que, como es de esperarse ha muerto por sus fechorías), y utiliza a las perdidas del barrio para infiltrarse en los grupos delectivos y acabarlos a plomo limpio.
Incluso, y tal vez aquí sí exagero, la cinta tiene un extraño subtexto racial. Los negros del barrio son todos seres salvajes a los que sólo hace falta castigarlos o dejarlos que mueran en su propia decadencia; mientras que la esperanza viene de manos de la chica blanca, ahora policía, que hace justicia y ejerce venganza.
No miento si digo que el film es despreciable en ese aspecto.
Técnicamente no hay mucho que decir, la fotografía sigue la estética del video, el sonido es aceptable para el tipo de producción del que hablamos. Y un detalle, del cual también adolece la penúltima película que comentaré en esta entrega: siendo una película que se vende como «guerrilla» y «popular», las actuaciones son afectadas, los intérpretes no respiran espontaneidad alguna. Incluso, el segmento de «bloopers» proyectado al final, resulta más agradable que el resto de la película.
La tragedia de Delia.
Poética e intimista, dramática y trágica, dura pero al mismo tiempo esperanzadora, El Rumor de las Piedras de Alejandro Bellame, sigue la estela marcada por su excelente ópera prima, El Tinte de la Fama (2007), al contar otra historia sobre personajes marginados, echados a su suerte y obligados a sobrevivir al límite de la pobreza. Aunque ahora, el discurso de Bellame se muestra más arriesgado y comprometido.
Delia (una excepcional Rossana Fernández) es obrera en un matadero de pollos, también es madre de dos hijos: William (Christián González), de 17 años; y Santiago, (Juan Carlos Núñez), de 10 años. El primero es vago y coquetea con la delincuencia; el segundo, es buen estudiante, inquieto y, además, le ayuda con su trabajo alterno vendiendo almuerzos. Los tres viven en una depauperada casa en el barrio La Esperanza, junto a su abuela, casi ciega (Aminta de Lara, por lo general correcta, aunque a veces peca de teatral). Se trata de una familia venida de Vargas luego del deslave del 99, quienes tratan de rehacer su vida en Caracas, a pesar de la falta de vivienda y la violencia acechante.
Lo que sigue son dos historias con la madre como eje de las mismas. Por una parte, la lucha de Delia por mantener a su familia unida, evitar que William tome la violencia como forma de vida, y educar al inquieto Santiago, a quién también deberá alejar de los caminos del crimen. Por otra, Delia, junto a su compañera de trabajo (Verónica Arellano, para mi sorpresa: convincente), luchará por obtener una vivienda, usando los favores de El Fauna (Laureano Olivares en su línea habitual), una especie de gestor del instituto de vivienda, novio del personaje de Arellano.
La cinta evita los estereotipos y construye personajes creíbles, humanos. Bellame no practica la pobrefilia, ni la explotación de la miseria, sólo quiere contar esta tragedia, sin necesidad de explotarla hasta el absurdo. Sólo en breves momentos, en parte gracias al excesivo trabajo musical de Daniel Espinoza, pareciera que la cinta se excede en el drama lacrimógeno.
Pero la contundencia del film es tal, que este detalle puede pasarse por alto. Varias cosas para el recuerdo: Santiago realizando la exposición en clases luego de perder a su mejor amigo. El extraordinario momento en que Delia va a la cancha a reclamarle a William por el revolver que esconde en el cuarto. Los momentos de humanidad a cargo de un gigantesco Alberto Alifa, en una de sus mejores actuaciones. Todas las secuencias en el matadero. El enorme trabajo de fotografía de Alexandra Henao. Y especialmente, el recital interpretativo del pequeño Juan Carlos Núñez, cuyo papel conmueve, divierte e impresiona.
En un momento estelar, el personaje de Arellano acude al instituto de vivienda, y un vigilante le dice: «señora, ¡¿usted no ve que aquí desde hace años no se construyen ningunas casas?!», Arellano sale de la oficina, se sienta en las escaleras y la cámara muestra a los damníficados que han normalizado su protesta, tal vez a sabiendas de que nunca obtendrán respuesta. Es un momento contundente, y a contracorriente de las cuñas institucionales firmadas por varios mercenarios del cine, siempre dispuestos a hacerle publicidad institucional al gobierno a cambio de financiamiento. Bellame no mete la cabeza bajo la tierra, sino que prefiere señalar, apuntar e incomodar, de manera sutil pero precisa.
De hecho, el personaje de Olivares, en otro momento grandioso, dice: «Aquí, todos saben quién es el poder», acto seguido se pone su cachucha verde oliva, y le pide plata a las obreras para «agilizarles» su casa.
Incluso, a pesar de que el final no es particularmente rudo, sino al contrario, bien esperanzado, la película no permite crear falsas expectativas: los pobres en la película siguen siendo pobres, desantedidos por el estado, estafados por personajes como La Fauna, y luchando por sobrevivir.
Bellame convenció con su segunda cinta, y al menos hasta ahora, nadie parece hacerle sombra en la competición oficial. Al terminar la proyección, a sala casi llena, el público recompenzó al director con el único aplauso honesto de la jornada. Rossana Fernández, visiblemente conmovida, también fue aplaudida de manera espontánea por los asistentes.
El Chico que Mintió
Otra película trata el mismo tema de la anterior: las secuelas psicológicas y emocionales que sufren los sobrevivientes del deslave, y como estos tratan de rehacer su vida. Incluso, lo hace de un modo similar, porque ambas son protagonizadas por un niño. Me refiero a la primera película en solitario de Marité Ugas, luego de haber co-dirigido con Mariana Rondón la débil A la Media Noche y Media.
Mecánica, y qualité, El Chico que Miente es una cinta que se pretende popular y realista, pero falla completamente.
Desde los diálogos caletreados de todos los actores, pasando por un guión que cae en demasiados clichés y que no desarrolla ninguno de los personajes, quedándose en la superficie de una postales pretendidamente preciosistas, que no aportan nada, más allá de resaltar el buen trabajo de fotografía de Micaela Cajahuaringa, que aunque sea excesivamente publicitario, resulta efectivo, al menos en las secuencias de viaje.
Yo creo que Marité Ugas no se atreve. No se atreve a hablar de las heridas del deslave. No se atreve a hablar del estado y su papel para con los sobrevivientes. No se atreve a profundizar en la psiquis del pequeño mentiroso que cambia su versión dependiendo del interlocutor que tenga enfrente. No se atreve a profundizar en las secuencias documentales, como la preciosa aparición de una anciana que canta sola en una mecedora en un pueblo costero, porque la mentada espontaneidad de la cinta es una impostura y apenas y si se percibe en breves momentos. No se atreve siquiera a profundizar en el despertar sexual del chico. No se atreve a nada, y por eso su película es anodina y vacía.
No sé que tan buen actor sea Iker Fernández, pero aquí, en parte por el personaje, y en parte por la mala dirección de actores de Ugas, no logra conectarse con el público, siendo esto vital en una película que lo tiene metido en practicamente todas las escenas.
A favor, aparte de las ya citadas secuencias documentales y algunos momentos del trabajo fotográfico, rescataría cierto aire a crítica respecto al caracter tramposo y pillo de los venezolanos, especialmente los abusos que el chico recibe a manos de saqueadores de tuberías y de su despreciable padre. La vida es dura, parece leerse en letras muy minúsculas. Pero de inmediato, el mensaje se anula, con un final lleno de demagogia, con una sobreviviente del deslave convertida en exitosa vendedora de ostras, lo suficientemente importante para salir en la revista estampas.
La autobiografía de Román Chalbaud
«Proyección», lo llaman en el psicoanálisis. Es el arte de atribuirle a los demás los defectos propios. Como si yo me la pasara burlándome de todos los gordos dientones que me pasan por enfrente.
Días de Poder, sería la delicia de Freud, analizando como Chalbaud hizo una especie de autobiografía, de proyección psicológica de su propia historia. No por nada, Chalbaud se reserva un cameo en los primeros minutos, en que lo vemos despeinado en un carro, celebrando la caida de la dictadura perezjimenista. Despeinado y celebrando lo veremos también en la lamentable entrevista que le concedió a El Universal.
Son tantas las cosas malas que se pueden decir de este bodrio:
La estructura televisiva.
Los patético errores de racord (algunos, realmente infames).
La fotografía, al peor estilo «vómito» de la horrenda 13 Segundos (2007, Freddy Fadel).
La clase de actuación que Carlos Daniel Alvarado le da al insoportable Theylor Plaza (pocas veces deseé tanto que torturaran a un personaje como le pasa a este pana cuando lo detiene la policía y empecé a aupar a Dimas González para que le diera sus coñazos).
La risa involuntaria del público cada dos escenas.
Ver al sabrosón de Gustavo Camacho, luego de una vida de sentar en sus piernas a La Beba Rojas, encorbatado, tratando de actuar y fumando como loco (la película es una promo antitabaco, ya saben: Venezuela es territorio 100% libre de humo, fumar da cáncer, el fumador muere en un final ridículo).
La música atroz de Francisco Cabrujas.
La verdaderamente lamentable aparición de Julio César Mármol.
Los proletarios en el balcón del ¿Alcalde? ¿Ministro? con cara de perritos regañados.
La demagogia vomitiva de los campesinos engañados por el político adeco.
La ropa ace blanco limpio insuperable de los actores.
Los actores de los programas cómicos que Tves sacó del aire, haciendo de extras borrachos en la fiesta de celebración por el triunfo de Rómulo Betancourt.
El discursito reaccionario y moralista, según el cual todo el que bebe y monta cachos es un decadente moral que debe ser excecrado porque le hace daño a la patria.
La representación del político uredista, como un oportunista que habla moviendo los brazos como chango.
La cara inflada de Gladys Prince, con los ojos puyúos antes de dizque llorar, y un larguísimo etcétera.
Pero más allá de comentar eso, quiero ver Días de Poder como el reflejo de la película que, en algunos años, alguien hará sobre estos tiempos que vivimos. Imagino a Chalbaud como uno de los personajes, el típico cineasta pragmático y sin escrúpulos vendido al mejor postor y negándose a sí mismo (¿Chalbaud no dirigió un montón de culebras como las que critica en esta película?). Aunque les duela a algunos, a José Antonio Abreu, Román Chalbaud, Luis Britto García y tantos otros, le sale que los increpemos igual que a Quintero lo increpa su hijo, con cara de estreñimiento: «Papá, ¿qué defiendes tú, ah?».
Nada más que agregar, ver esta película, justo después de haber visto la de Bellame, fue casi un insulto. Al final de la proyección hubo un aplauso de consolación y estampida de la sala, nadie quería cruzarse con Gustavo Camacho, quién había presentado la película, a sala medio llena.
Party II
La mayoría de los asistentes a las fiestas post-proyecciones, son chamos. Los estudiantes de la ULA y otras universidades. Ayer, la cosa fue en El Hoyo de Queque. Todo normal. El colectivo «Mérida Suena» se tiró un tremendo set de música venezolana, el cual escuché con un whisky en la mano, a pesar de que odio el whisky, precisamente porque los chavista y los adecos lo putearon demasiado; pero lo hice para matizar la arrechera de haber cerrado la jornada viendo el desastre chalbaudiano. Fue una pequeña venganza contra Román.
A la 01:00 am apagaron las luces del local, nos echaron y nos regalaron un vasito de plástico a la salida para llevarnos la bebida. En Mérida, los locales deben cerrar a la una por ordenanzas municipales. Aún sobrio y medio arrecho, regresé a mi habitación.
Hoy se supone que es el día más duro del festival. Mañana lo comentaré.
Así se escribe una crónica. Una gozada.
Festival del video venezolano.
Otra vez encuentro uno de esos tics del cine venezolano: los personajes «especiales» con nombres «especiales» y exóticos: «La Fauna», «El Chamán», «La Parca», «La Garza», etc. Apuesto a que también se vio el tic clásico de la presentación de la película con tomas de Caracas acompañadas con una salsita de fondo.
Esperemos que los nuevos realizadores estén tomando notas.
01:40AM Esta cronica estuvo mordaz y buena (van 3 y faltan 3) Yo sabia que R.Clbd no iba a ser nada bueno rayos lo sabia, deberia «no escupir pa’arriba».