Diario desde Gochywood #3

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Siguieron las fallas de la organización, aunque al menos ya no hubo salas vacías. De hecho, Los Pájaros Se Van Con La Muerte, fue exhibida a sala llena, con varias personas que quedaron fuera. La calidad de las copias dejó mucho que desear, particularmente la de la primera cinta que comentaré a continuación. Se trataba de una copia en DVD que cada cinto minutos mostraba en letritas rojas: «Esta copia es propiedad de XXXXXX sólo para ser exhibida en festivales». ¿No hubo forma de conseguir una copia decente? Igualmente, Sangre en la Boca, fue prmocionada como una película, y resultó ser un corto de breves minutos, inspirado en el relato homónimo de Milagros Socorro, que apenas y si pude ver al final, porque además la hora anunciada no era la misma del ticket.

Por razones de tiempo no puede llegar a ninguno de los foros. Lamentablemente, hoy tampoco será posible acudir a Desde el Cascarón, la muestra de cine amateur que se realiza en el Teatro César Rengifo. Los organizadores deben considerar para la próxima edición, no volver a concentrar las programación del festival en tres días: ¡es imposible cubrirla completa!

Pacifismo y humor colombiano.

Como parte de la muestra de cine iberoamericano, ayer presentaron Los Actores del Conflicto, comedia de Lisandro Duque, miembro del jurado.

La cinta sigue la estela de La Vida es Bella (1998, Roberto Benigny) y Jacob The Liar (1999, Peter Kassovitz), al presentar a los típicos payasos pobres y de buen corazón, atrapados entre bandos en guerra. En este caso, se trata de tres depauperados mimos callejeros, quienes reciben de parte de su mecenas el cuidado de unas cajas, que al final resultan llenas de armamentos. Los mimos, necesitados de dinero y ahora sin mecenas (detenido en España por laado de dinero), deberán decidir qué hacer: ¿entregar las armas a la policía? ¿venderlas a uno de los grupos en conflicto?

La inteligente solución del guión, firmado por el propio Duque, está en el plan que idean los mimos para deshacerse del armamento y al mismo tiempo salir de sus penurias económicas: hacerle creer al gobierno que se trata de tres desertores de la guerrilla dispuestos a reinsertarse en la vida civil.

A continuación, gracias al humor negro, que recuerda a otra ácida comedia colombiana, la excelente Bolívar soy yo, (2002, Jorge Alí Triana), la película deviene en sátira pacifista del conflicto vecino.

Afortunadamente, Duque evade el lugar común, y lejos de presentar la clásica historia de los artistas idealistas humanizando a los guerreros, estos mimos representan al hombre común colombiano, perseguido por la violencia, sin posibilidades de confiar en nadie, sea guerrilla, paramilitares o gobierno. Además, la cinta no juega al sentimentalismo demagógico, sino a la comedia pícara e ingeniosa. Los protagonistas; unos excelentes Mario Duarte, Coraima Torres y Vicente Luna; son calculadores y ambiguos.

Secuencia memorable: La presentación del personaje de Mario Duarte ante el comandante guerrillero, cuando lo convence de que es un actor de teatro comprometido y pone a todos los guerrilleros a cantar «A desalambrar» de Daniel Viglieti. Tengo entendido que el cantautor desautorizó la utilización de su canción en la película por no compartir el tono de la sátira planteada. Sin embargo, aquí pudimos ver la escena, y que bueno, porque es memorable.

La «tragedia de Vargas» como manual de autoayuda (o el daño que hace ver tantas películas de Iñárritu).

Si ayer decía que el gran problema de El Chico que Miente era la falta de arrojo de Marité Ugas, en el caso de Frank Spano y su ópera prima, Hora Menos, podemos hablar, no sólo de falta de arrojo, sino de personalidad.

Hora Menos es, antes que nada, una película anodina. No es chicha ni limonada, no dice nada, no habla de nada, es mecánica y peligrosamente predecible.

Yudeixi (Érika Santiago) es una ladronzuela varguense quién pierde a su hijo durante el deslave, días después, cuando el gobierno español envía ayuda para repatriar a sus ciudadanos, es «adoptada por Isabel (Rosana Pastor); una mujer a la que había asaltado horas antes y que también perdió un hijo; quién la saca del país fingiendo que es su hija. Ya afuera, ambas tratan de empezar una nueva vida, pero todo se complica, terminan trabajando para un venezolano que maneja restaurantes y trafica inmigrantes ilegales, Yudeixi decide escaparse. Ambas siguen sendas distintas durante el resto de la película.

Spano no sabe que hacer con la historia. Por eso, durante la primera media hora, la cámara de Gabriel Guerra imita de manera descarada los trabajos de Guillermo Prieto para Alejandro González Iñárritu, con las tómas cámara en mano que terminan en una transición o elipsis, aunque en esta cinta, sin la prolijidad que caracteriza al habitual director de fotografía del mexicano. Los intertítulos y la división de la historia en viñetas no tiene mayor función narrativa, es un mero capricho. Y los diálogos de los personajes, recitando cosas como: «sí claro, soy una enfermera que no pudo salvar a su hijo», recuerdan las peores taras de los guiones de Guillermo Arriaga. Súmenle a eso el trabajo musical de Aquiles Baez, por momentos demasiado obvio en su inspiración con los acordes que Santaolalla compone para los dramas del tandem mexicano.

La peor parte es el segundo acto, cuando, inexplicablemente, desaparecen las tomas con parkinson, y la cámara asume el tipico plano-contraplano de telenovela, para mostrarnos las vidas paralelas de las ahora separadas protagonistas: Isabel se queda con el explotador, incorporado con el habitual registro de «malo-de-telenovela» por Luis Fernández, trabajando para pagar la deuda de lo robado por la chica. Yudeixi, vaga por las calles, hasta terminar de bailarina.

Nada de esto resulta creible porque los personajes están construidos desde el más arcaico lugar común. Érika Santiago encarna a una malandrita escapada de una telenovela de Leonardo Padrón, Rosana Pastor, en cambio, sale mejor parada, aunque su personaje también es una colección del más predecible melodrama de caracter folletinesco.

Una película así no podía terminar de otra forma que con un niño enfermo de autismo adoptado por las madres desarraigada, y el clásico mensaje de superación personal, representado en un «chiringuito», supongo que similar al que montó la mamá del chico que miente.

En resumen, Frank Spano entrega una película superficial y hueca.

Unas caras que es mejor no ver.

Ayer también se exhibió Las Caras del Diablo, la muy fallida película de Carlos Malavé, previa a la recuperación del cineasta con Último Cuerpo.

No voy a decir mucho porque la película ya fue vista y destrozada aquí en panfleto. La pésima cámara, el casting casi todo desacertado, el guión incomprensible, la voz en off de Canache que apenas y si se entiende, la terrible edición y montaje, la venta medio falsa de un cine supuestamente guerrilla y alternativo, en fin…

Es probable que Malavé haya permitido la exhibición de su película aquí para buscar más público, pero de cara a la competencia oficial, puede que la presencia de Las Caras del Diablo le haga más daño que bien a las aspiraciones del director.

El Infierno según Thaelman Urgelles.

Una madre vive con su hija, quién aparentemente es impedida mental y permanece encadenada. La Hija (Daniela Bascopé), no sufre de retraso mental, sino que La Madre (Carlota Sosa) la mantiene cautiva desde que tiene siete años de edad, cuando su papá El Negro (Oscar Borda) abandonó a la familia luego de matar a su amante (Ivonne Reyes).

La Hija es víctima de los abusos de su madre, quién la obliga a representar al papá, a besarla, e incluso le pide que la golpee, tal como solía hacerlo El Negro cuando vivía con ella.

¿Qué decir? Es un film amarillista, y no lo oculta, sino que se regodea con gusto en eso. En una secuencia, El Negro golpea a La Madre, aún estando embarazada, y la hace sangrar. En otro, contemplamos a la niña bañándose mientras juega con insectos. En la secuencia final, todo asume un tono macabro, con madre e hija incendiándose y la madre sacándole los ojos de cuajo a la niña.

Urgelles se divierte con el exceso, y para serles honesto, yo también. Hubo un punto en que entendí que ese era el tono de la película y me relajé como espectador. Me gustó el subtexto, que pareciera condenar la ignoracia y la pobreza, como formas de deshumanización de las personas; pero al mismo tiempo, me resultó una contradicción que el director utilizara escenas pretendidamente fantásticas para representar el desquisiamiento de los personajes.

Explico: en una escena, El Negro huye de la policía, y cuando los rayos de luna lo tocan, se transforma en una pantera, lo mismo ocurre cuando salta de una platabanda, cuando lo vemos convertirse en cuervo. Entonces, ¿la santería es un fraude que surge y crece en ambientes dónde la gente de poca educación es perfecta para ser engañada y embaucada, tal como se sugiera en la primera hora de proyección? O por el contrario, ¿El Negro, en efecto, tenía poderes santos? Creo que Urgelles no se decide por ningún camino y así no estamos seguros de qué película estamos viendo.

Siendo así, sólo puede centrarse la atención en la bizarra realización de Urgelles.

Por una parte, los efectos especiales son dignos de un unitario de televisión, a veces dan risa y te sacan de contexto. Igualmente, la actuación de Carlota Sosa es irregular, a veces funciona y a veces no. Daniela Bascopé aparece en esta película sin los vicios actorales que adquirió después (esta película fue filmada hace doce años), y logra convencer en su rol. Ivonne Reyes no aporta mayor cosa, excepto su cuerpo en dos enormes desnudos, a un papel de poca profundidad. Mientras que Oscar Borda es el dueño de la película, aunque a veces pise la línea de la sobreactuación.

Pero lo extraño, lo confieso, es que disfruté la película. Podría ser mi guilty pleassure del festival.

Party III

La fiesta de ayer fue en Midway Bar & Lounge. Tocó un grupito de rock cuyo nombre no recuerdo. Esta vez si pudimos apreciar a parte del star system criollo. Un pana de La Villa del CIne, cuyo nombre me reservaré, me dijo que lo mejor del festival de Mérida era eso: la distención de los invitados y como se mezclan unos con otros, al decir del pana, en el encuentro de Margarita todo es más formal. En parte lo secundo, y en parte también creo que han sido fiestas normalitas, nada del otro mundo. Mi noche terminó casi a las 03:30 am.

Hoy veré Reverón, Una Mirada al Mar, y Samuel. Mañana las comentaré y les daré mi quiniela para el palmarés del jueves.

1 Comentario

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