¿INCOHERENCIA POLÍTICA… O MIEDO A CAMBIAR?
– POR CARLOS SCHULMAISTER –
Me escribe un lector espetándome -entre sorprendido y disgustado, colijo- que ¡al final con quién estoy!, porque de acuerdo a mis artículos de opinión él se figuraba que simpatizo con el liberalismo —sector político de su simpatía—, pero hete aquí que ya no sabe qué pensar porque yo sostengo una explicación histórica sobre Argentina basada en la articulación de la alianza entre la oligarquía vernácula y el colonialismo británico, subrogado luego por el imperialismo norteamericano de los monopolios y más tarde por el de las multinacionales.
Bueno, este lector me hace tributario de una concepción revisionista de la historia argentina, pero, más allá de la simplificación y el esquematismo consignado en esos términos, no anda muy desacertado. Sin embargo, más que esa imputación le ha de molestar, seguramente, que me he vuelto sospechoso de peronismo. Pero antes de aclararle sus dudas déjeme preguntarle ¿con cuál peronismo se inclina a relacionarme? Se lo digo porque ya no sé qué es ni qué ha sido el peronismo, y por extensión qué he hecho yo en medio de él, ya que sí, lo he sido, por filiación y por autoformación, y con gran convencimiento, en mi juventud.
Fue después del Horror, tras comprender nuestras propias responsabilidades colectivas y personales, cuando empecé a involucrarme en la revisión crítica de aquella época. Así comencé a leer y a pensar en lo que antes no había querido, no había podido, o no había sabido leer y pensar. Poco a poco descubrí lo que ya sabía desde mucho tiempo atrás pero me resistía a aceptar: como que “la culpa no la tiene el chancho sino quien le da de comer”, es decir, que por ejemplo no son necesariamente nuestros supuestos enemigos los culpables de nuestros fracasos sino que también lo son quienes han fungido de amigos.
En los ´90 descubrí que la corrupción desembozada y descarada es más insoportable que el hambre, y que es imperdonable cuando quienes la practican son los mismos que manipulan las conciencias con las místicas del pueblo, el compromiso, la Revolución, etc, por las que han sido torturados y muertos tantos ilusos de buena fe.
Por esa vía llegué a sentir que los viejos antiperonistas que conocía, fogueados en el período 46-55, no eran unos desalmados y reverendos h… de p…, como creía todo niño peronista en esos años, y que de haber vivido en esa época tal vez habría sido yo también un opositor al peronismo. En cierta ocasión, conversaba de esto con un viejo amigo algo mayor en edad, con un mayor grado de compromiso y militancia en su juventud, y dotado de brillantes dotes intelectuales, que había llegado al presente recorriendo una parábola semejante a la mía en materia de afecciones y desafecciones políticas. Nuestros desencantos eran similares, pero nos animaba una certeza compartida que nos daba nuevas esperanzas: la convicción de que si hubiéramos vivido en los tiempos del Primer Peronismo habríamos sido liberales. Lo anecdótico fue que en esa ocasión, mientras yo iba enunciando las palabras y él las acompañaba sin hablar, al final los dos dijimos simultáneamente esa palabra tan denostada siempre en todas partes, incluso por nosotros en el pasado: ¡liberales!
Ciertamente, creo que vivir no es darlo todo por comida, que el espíritu no vive solamente con un plato de lentejas, sino fundamentalmente con libertad, así como, a la inversa, los valores se deben transformar en obras, de lo contrario todo es una ficción.
También descubrí, no sin resistencia de mi parte, que la historia es un relato y que todo relato tiene una fuente de poder que lo enuncia y lo impone. Esto, que conocía largamente por los libros, se encarnó en mi cuando me di cuenta que ciertos relatos referidos a personajes eminentes, que en mi juventud había tenido como verdades absolutas, habían sido compuestos mintiendo descaradamente. Tengo varios ejemplos al respecto que no me atrevo siquiera a mencionar. Sólo digo que he vivido equivocado la mayor parte de mi vida.
Por lo mismo, concluí que la verdad no la tiene una sola persona, partido político, ideología o teoría que la enuncie con exclusividad legítima, sino que puede hallarse más o menos repartida entre aquellas, y que no existe una sola explicación posible sino varias que pueden tener una cuota de verdad. Esto que acabo de expresar es el abc de la democracia, por lo cual no es para descorchar champagne que yo lo haya comprendido frisando los cuarenta, pero si usted lo analiza sin prejuicios comprenderá que todo ismo se considera la única verdad y por lo tanto es excluyente. Y si repara un poco en la vida interna del peronismo comprenderá el poder del pensamiento políticamente correcto al interior de la derecha, la izquierda, el centro, el frente y la vanguardia del Movimiento, y todo eso siempre filtrado y refiltrado por los canonistas y los preceptistas orgánicos correspondientes. Quiero decir que no es importante para otros que yo lo haya comprendido, aunque sí lo es para mi. Ahora, si usted lo mira como proceso de probable realización en el corazón y la mente de miles o millones de personas no dudo que estimará que es positivo que haya sucedido.
También me ratifiqué en que si el atroz final del peronismo en la década del 70 no era motivo para enorgullecerse, sino todo lo contrario, también pasaba lo mismo en torno al comienzo, allá por los tiempos de Castillo. Esa etapa canonizada y repetida siempre igual, dejando amplias zonas oscuras, y tapando mentiras largamente descubiertas tampoco es motivo de orgullo para mi por más que haya sido un perejil en la política.
Creo que a muchos argentinos les habrá ocurrido algo similar. ¿Qué somos unos desencantados?… como sostienen los fanáticos del peronismo, al cual consideran la panacea de todos los dolores, y como también lo hacen los fanáticos y tremendistas del kirchnerismo. ¡Por supuesto que sí! Desencanto, decepción, tristeza, desesperanza, es lo que nos sobra. ¿Por qué no sentirlos? ¿Por qué no admitirlos? ¿Cómo puede existir a esta altura de la historia de la Argentina quien crea que los peronistas son superhombres? Eso ocurrió en los ´60 y ´70 con aquel infantilismo revolucionario que consagró un imaginario mítico y mentiroso como todo mito, por lo menos en parte.
Puesto que usted ignoraba, amigo lector, lo que acabo de contarle, comprendo su extrañeza. Usted me acusa indirectamente de ser incoherente hoy políticamente, pero supongo que también cree lo mismo de mi pasado, verdad? Y bien, creo que usted tiene razón.
Igualmente, por si le quedan dudas, yo soy opositor al actual gobierno, y estoy en contra de los totalitarismos de izquierda y derecha con más los populismos de toda clase. Sin embargo, no por ello voy a suscribir automáticamente, así como así, las recetas políticas del mosaico de partidos doctrinales al que usted es afecto y que suelen ser reconocidos como liberalismo o neoliberalismo. Discúlpeme -y lo dejamos acá-, me falta conocimiento para hablar de liberalismo, pero estoy convencido que usted y sus múltiples amigos en el pasado y el presente apenas han resultado ser SEUDOLIBERALES. Y realmente ha sido una pena.
Ocurre que la historia más imparcial descubre los errores y los pecados de los políticos, los grupos de interés y las clases sociales con mayor o menor precisión. Yo guardo muchas convicciones firmes todavía, como la que acabo de mencionarle; ciertamente, a la par de tantas dudas y desafecciones nuevas, pero dado que el pasado no se puede modificar los necesarios y urgentes cambios de la realidad no pueden quedar paralizados por las discusiones historiográficas y políticas relacionadas con el pasado.
Por el contrario, hay que suspender a éstas, hay que suspender tantos juicios apodícticos y tantos dilemas históricos irresueltos para poner todas nuestras energías en alcanzar unos acuerdos básicos de cara al presente (que es la puerta del futuro), y que los podamos suscribir con entusiasmo para intentar cumplirlos, que no se es mejor militante ni representante de un ideario o doctrina porque nos mostremos los dientes. Usted y yo sabemos que ese tremendismo es sólo infantilismo y narcisismo en unos cuantos giles, y guión previo de unos cuantos manipuladores expertos en real politik.
Por eso creo que no es inteligente caer una vez más, con la inminencia de las elecciones, en la recurrente táctica miserable de robarse mutuamente los porotos antes de jugar el partido de naipes. En democracia todos los partidos políticos deben respetarse y por qué no, también, intentar ser amigos -obviamente, ya excluidos los no democráticos-. Para ello nos haría falta contar con un estadista. Yo no lo veo por ahora. Pero también nos haría falta contar con dirigentes honestos y con grandeza, y no con meros acopiadores de poder, como es lo habitual.
En consecuencia, el diálogo es la expresión de ese cambio de cultura política. Repito, para eso hace falta grandeza. Y usted sabe que ella nunca fue abundante. En el diálogo han de juntarse, a la corta o a la larga, los honestos, los que viven de su trabajo, no del mercadeo de influencias. Así, sin libretos previos ni guiones que vienen del pasado podríamos los argentinos discutir cuestiones ideológicas, políticas y económicas en aspectos concretos, específicos y coyunturales, como en el presente.
Repito, siempre y cuando distingamos entre la historia y la política y honremos y prioricemos a esta última. Con la primera no hay nada que hacer, salvo estar lo más cerca posible de la verdad para ser más inteligentes; por lo demás, lo que pasó no puede remediarse. Con la segunda, en cambio, todo es posible -potencialmente digo- sólo que para no volver a equivocarnos debemos compartir un mínimo de acuerdos. ¿Por qué no comenzar instalando lo que no queremos, lo cual siempre es más fácil que ponerse de acuerdo sobre lo que cada uno quiere poner en práctica?
La realidad no cabe en los opuestos discursos teóricos, absolutos y excluyentes, provenientes del pasado, que comparten un mismo destino de fracaso. Los conflictos y las incertidumbres de la economía requieren el auxilio indispensable y armónico de la política basada en la ética. Por lo tanto, ha llegado la hora de sostener con firmeza un puñado de concepciones nucleares sólidas que no sean objeto de negociaciones espurias sino políticas de estado permanentes.
Entre ellas, la revitalización de los principios republicanos y democráticos, la noción de ciudadanía como derecho humano de todos los argentinos y no sólo de los oficialistas. También la vida política institucional como clima normal, sin el culto a la personalidad, ni el autoritarismo de ninguno. Y la responsabilidad de todos y cada uno de los habitantes de la Argentina sin privilegios para nadie, como corresponde a una sociedad pluralista.
En consecuencia, por haber podido desprenderme intelectualmente de la alineación automática con los automáticos planteos y recetas políticos derivados de la concepción revisionista de la historia (la cual sigo sosteniendo todavía en líneas generales) puedo sostener una concepción histórica determinada mientras en el plano político, de cara a la acción transformadora de la vida social de las naciones en el presente, puedo sostener concepciones que no son el correlato de aquellas concepciones historiográficas.
Estoy convencido de que un recorrido similar ha sido efectuado por muchos argentinos que, luego de vivir el último medio siglo con el corazón en la boca y reducidos a esperar ver correrse una estrella en la noche, no tenemos a menos descreer y buscar la verdad en otras formas y relatos y hasta reconocer dolorosamente que hemos vivido equivocados casi todo el tiempo.
Somos muchos los que hemos renunciado al folclore de la política y a la política del folclore populista, de cara al pasado, para pensar la política como instrumento para la vida, no para la vida vivida –reitero- lo cual es una irracionalidad. De modo que rechazo esa política vieja, folclórica y seudo religiosa plagada de ritos, frases, relatos y pasajes iniciáticos absolutamente vacuos, en torno a muertos ilustres o ilustrados a los cuales se les rinde culto.
Por todo eso, mi estimado lector, espero que no vea en mi un relicto del pasado. Lo que usted supone incoherencia de mi parte y yo mismo expongo sin complejos a la vista de todos no es incoherencia sino todo lo contrario. Precisamente por ser coherente siempre estuve y estoy dispuesto a cambiar en mi relación con el mundo. Le cuento que me da muchas satisfacciones y mucha paz interior. Por lo mismo le pregunto a usted lo siguiente: su supuesta coherencia, ¿no será miedo a cambiar?
Puedo navegar largamente en el campo de la historia, pero políticamente no doy testimonio del pasado gracias a que he logrado escapar al determinismo de las estúpidas polarizaciones teóricas y prácticas que encorsetan todo pensamiento honesto y lo circunscriben a ser tan sólo “pensamiento políticamente correcto” según el Libro sagrado o el oráculo de cada uno.
Yo doy fe del tiempo que viene, el que se refiere al futuro y empieza por el presente. No al tiempo ocioso de aquellos que se revuelven constantemente entre los “mandatos de los muertos” y las heridas del pasado.
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En: El ansia perpetua.com.ar – 10 de junio de 2011 –