Mi historia geográfica es enredada pero simple: soy hija de las becas Gran Mariscal De Ayacucho. Muchos de mi generación lo somos. Nací fuera de Venezuela, nací en Miami, Florida, Estados Unidos. Llegué cuando tenía cuatro años, y sí, mis padres se devolvieron, y aunque cueste creerlo, no saben cuánto lo agradezco. De Caracas, salté a Ciudad bolívar, y mi padre, en su infinita sensatez, nos mudó para Puerto La Cruz. Allí, en ese sitio, coleccioné cinco o cuatro amigos irreemplazables, recuerdos y un montón de basura. Amo ese lugar, es como tener que escoger entre el fuego y la candela, no tienes opción.
Montada en el roller coster me tocó vivir el 2010 con mis padres en Puerto La Cruz. Conseguí un trabajo muy mal remunerado pero generosamente gratificante: productora, libretista y locutora de un programa de radio. Con la radio te pasa que te enamoras perdidamente. Pocas cosas son tan amables, intimas y relajantes como una cabina de radio. Nuestra separación es circunstancial, porque una vez me tropiece con el amor de mi vida, logre la estabilidad económica que deseo y establezca una rutina de escritura decente, me largo a tocar las puertas de todas las emisoras para que me devuelvan mi cabina, mis audífonos, mi operador, mis cables, mis cuñeros y mis cortinas.
El 2010 también coincidió con la grave crisis eléctrica que sufre el interior de Venezuela, crisis que los caraqueños apenas imaginan. No me da la gana de arruinar este artículo testimonio/protesta hablando del gobierno y sus lamentables lugares comunes. No daré ni datos ni estadísticas, tampoco explicaré la razón de tanta ruina. Sólo me limitaré a dar mi testimonio y consiguiente reflexión, y por favor, por más surreal y exagerada que parezca mi anécdota, crean en mi frialdad al contar los hechos, frialdad que necesito para echar el cuento.
Cuando el verano arreció llegó la zozobra: en cualquier momento se va a ir la luz. Así fue, por todo el jodido verano. A ver, les hablo de cosas como éstas: se iba la luz varias veces al día, un día conté nueve, iba y venía sin fundamento, como quien juega con el suiche. A veces se iba por siete y hasta diez hora seguidas. Una vez se dieron cuenta del descontento generalizado, programaron horarios para quitar la luz pero no los respetaban. En mi casa se tuvo que tomar una medida drástica: comprar una cocina de gas y ponerla en el balcón. Cuando no había luz cocinábamos allí, fueron incontables las veces.
Y ni hablarles de la congestión vehícular, la parálisis, lo improductivo de todo aquello, la postración. El racionamiento perdonó mi horario en la radio, pero como no existió tal «programación», me quedé muchas veces hablando al vacío, y eso es muy feo. Los habitantes pudientes de Puerto La Cruz empezaron a comprar plantas eléctricas como si no hubiese mañana, pero la superficialidad dura un suspiro, y vaya, los suspiros son halagadores pero muy cortos.
Este año la cosa pinta peor, cuando mis viejos me llaman en la noche al celular, ya sé, no hay luz. Aquí es importante resaltar, si me lo permiten, la olímpica hipocresía de un gobierno que decidió sacrificar a los estados para mantener a Caracas y sus alrededores con luz permanentemente. Sigue siendo el circo de siempre, en Caracas están los medios de comunicación más importantes, las embajadas, los chivos, la ficción.
Espero que todos se acuerden del tráfico absurdo por culpa de un semáforo sin energía, espero que se acuerden de todo el trabajo que se acumuló por una computadora sin corriente eléctrica, espero que se acuerden del blackberry muerto e inútil, que se acuerden de todo los gastos y el trabajo que tomó cambiar la cocina eléctrica por la de gas, de la película o el libro que no pudieron disfrutar, pero que sí se merecían.
Espero que se den cuenta que el átomo es energía y el progreso también. Espero que se convenzan que una de las ventajas de nacer en cualquier época son los miles de años de experimentación y sus consecuencias, y que no tenemos necesidad de buscar acomodar los dedos para proyectar una imagen coherente en una caverna auxiliados por el fuego, porque no es nuestro papel, otros ya lo hicieron por nosotros, de ésas prácticas nos deberían quedar la filosofía o la diversión. Prometeo ya llevó el fuego, lo demás es periódico de ayer. Espero, que todos nosotros, en el momento de apretar el botón de la smartmatic, nos acordemos de eso, que no es poca cosa.