“¡Del Supermercado, claro!”

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Es realmente increíble como actualmente los niños citadinos ignoran tantas cosas…
– “¡Del Supermercado, claro!” – fue la respuesta que mi nieta de cinco años, Alejandra, dio a mi pregunta “¿De donde vienen los huevos?”

Al ver que su caso era tan grave y aprovechando sus vacaciones escolares (también para darle un merecido descanso a mi hija y a su esposo) decidí llevarme a Alejandra a una pequeña finca cerca de una pradera que había alquilado con tal propósito. Viajamos en el carro por mas de cuatro horas, pero sabia que valdría la pena, simplemente quería sumergirla en todo lo natural, en todo lo diferente, en todo a lo que ella no esta acostumbrada, y supe desde un inicio que seria divertido para las dos.

-¡Escucha los parajitos cantar! – le dije tan pronto bajamos del carro y luego de oír a una paraulata cantar bellamente – ¿no es preciosa la forma como cantan?
– ¡Si lo es! – me responde la niña – ¡se oye como en CD!

La pequeña Alejandra tiene serios problemas para transportar su mente desde la ruidosa y desordenada ciudad en donde vive a la tranquila naturaleza del campo al que la traje, lo cual es infinitamente lamentable. Esto lo confirme cuando al día siguiente paseamos por el mismo sitio y a la misma hora y extrañamente no oímos a ningún pajarito cantar, se lo hice notar a la niña.

– ¡Seguro se les acabaron las pilas! –fue su respuesta

Supongo que mi shock viene del hecho que Susana, la madre de Alejandra nació en una van… literalmente, mi esposo y yo, que en paz descanse, habíamos decidido darle la vuelta al país y tal vez mucho mas allá con nuestra bebita, la naturaleza, la libertad y claro la van.

Íbamos por autopistas y carreteras pero solo nos deteníamos en campos abiertos, donde reinaba la libertad y el aire libre. Teníamos contacto con hermosos animales, comíamos frutos silvestres y bebíamos agua de riachuelos… ¡era un mundo de ensueño!, sobretodo para mi que odio las ciudades (y aun les tengo ojeriza) para mi vivir en la ciudad significa perder la libertad, vivir en pequeñas cajas y pasar la vida trabajando solo para tener suficiente dinero para comprar comida y pagar el alquiler o la hipoteca, para mi eso no es vivir, eso es sobrevivir, por eso adoraba y aun adoro el campo y la libertad. Pero entonces Susana cumplió los cuatro años.

Una cosa era una joven pareja itinerante con su van, la carretera, la libertad y su nena de pocos años y otra cosa era andar por ahí con una nene que tenia ya que ir a la escuela… y para eso había que ir a la ciudad.

No nos quedo opción.

Susana tuvo una vida normal pero nunca olvido sus primeros años cuando podía correr libremente persiguiendo un conejito sin temor alguno de ser arrollada por un carro, nunca olvidó aquellos años cuando comía vegetales casi crudos que cosechaba junto con su madre o su padre (a veces despertando la furia de uno que otro campesino) pero sobretodo Susana creció feliz, respirando aire puro y sintiendo día a día el sabor de la libertad.

Por eso no puedo creer que haya permitido que su hija creciera tan citadina, ciega y tan ignorante del mundo natural que rodea su horrible ciudad. Por eso tomé cartas en el asunto.

El mismo día que llegamos a la pradera supe que la cabaña donde dormiríamos necesitaba una limpieza, pero decidí hacerlo ‘a la antigua’ como yo misma decía, había que fregar los pisos y seria un trabajo duro, Alejandra me vio y ofreció amablemente su ayuda.

– Claro linda –le dije – toma este pedazo de tela vieja y esta balde con agua, te vas a arrodillar y limpiar cada baldosa de terracota del piso con la tela vieja, cuando la terracota esta limpia, lavarás la tela en el balde para empezar de nuevo con la otra baldosa, ¿si? ¿entendiste?

“Esto si que es un cambio de su aspiradora’ pensé.

Entonces la niña me miro como si yo hubiera sido criada por lobos salvajes.
– Abuela, quiero ayudarte –Dijo tajantemente- ¡pero tampoco estoy dispuesta a convertirme en la Cenicienta!

Sin embargo y luego de algunas risas y pequeños chantajes, me ayudo a limpiar el piso como le expuse, le explique que de esa forma era mas ecológica la limpieza y que ahorrábamos agua y electricidad.

Lo que me hubiera tomado 2 horas en limpiar con la ayuda de mi nieta solo tardamos 45 minutos, claro que con una aspiradora hubiera sido 5 minutos pero eso no venia la caso.

Al tercer día ya Alejandra entendía muy bien que los pajaritos que veía no eran como los de la cajita feliz de Mcdonald’s y que no necesitaban pilas para cantar, pasábamos mas de una hora al día oyendo sus conciertos, era maravilloso. Una vez en la noche converso por teléfono con su mamá no podía dejar de contarle y recontarle lo hermoso que eran los conciertos de los pájaros.

Un día, al ver un grupo de unas siete gallinas en una granja cercana, comprendió su error con eso de que los huevos vienen del supermercado, primero las vio caminar por ahí, comiendo y picoteando lo que sea que encontraban en el piso de tierra, unas eran blancas, otras marrones, otras rojizas…otras tenias pollitos que las seguían, realmente eran hermosas.

– ¡Abuela – me dijo alarmadísima la primera vez que vio a una gallina poner un huevo – los huevos no vienen del súper como pensaba yo, los huevos vienen del culo de la gallina!

No podía corregirla, lo que dijo que eso era rigorosamente cierto, recuerdo que le di un beso a manera de felicitación por haber descubierto America. A la dueña de la granja, doña Ana, le causo tanta gracia el comentario de la niña que le regalo un pollito muy pequeño y amarillo. La niña estaba extasiada y extremadamente feliz con su nueva mascota. Le puso por nombre “Pío”

– ¿Pío? – le comenté sin darme cuenta – ¿como el Papa?
– ¿Ahh?
– Nada cariño olvídalo.

La tarde siguiente fuimos a visitar a don Manuel, el cabrero que nos habría de suministrar leche a cambio de unas monedas… Alejandra estaba estupefacta mientras veía a Gloria, una cabra blanca con cara distraída (¿Qué cosa es ese animal abuela?) Gloria estaba muy quieta mientras era ordeñada sistemática y eficientemente por don Manuel… Alejandra seguía con aptitud casi hipnótica cada movimientos que las ágiles manos del campesino llevaban a cabo para obtener leche de la cabra. Al terminar, don Manuel no solo me paso el balde de leche que le había comprado sino que también le regaló a mi Alejandra un vaso de tibia leche de cabra recién ordeñada.

La niña me miro asustada

– Anda bébela – le dije sonriendo – ¡es la leche de Gloria, debe estar deliciosa!
– Pero abuela – me dijo con los ojos desorbitados – no puedo beberla… ¡¡no he visto el envase y mi mama me dijo que no bebiera ninguna leche sin ver antes la fecha de vencimiento!!
– ¡Alejandra!

Don Manuel tuvo que poner ambas de sus manos en su enorme vientre para evitar partirse de la risa.

Ese mismo día fuimos a conocer a Bobby el cerdito… lo de cerdito es solo por cariño pues Bobby era un enorme cerdo rosado y marrón crema, casi tan grande como un carro pequeño, sinceramente era horrible pero a Alejandra pareció encantarle.

– Mira abuela – decía – no para de comer lo que sea que ve en el suelo… míralo, come maíz, come pan, que ¡dulce!, también come arroz, come queso, come… puajj ¡Se acaba de comer una cucaracha!
– Eso es normal – le expliqué rápidamente
– Pues deberían ponerlo a dieta- fue su airada respuesta antes de levantar su corta nariz y volverse a concentrar en su adorado Pío.

Dos días después luego del almuerzo empezó a llover… y llovió hasta el día siguiente sin parar, ya que en la cabaña nuestra única tecnología era una cocina de gas y un teléfono, mi nieta estaba bastante aburrida mientras veía caer la lluvia por la ventana de la sala.

– Nunca había visto que lloviera tanto abuela – Se quejaba

Era verdad, en su ciudad casi desértica casi nunca llovía y si a eso le agregamos la polución…

– No te preocupes – le dije acariciando su pelo negro – mañana, si el día esta claro, te llevare al río para que nos bañemos.
¿Al río? – pregunto emocionada – ¡¡vivaaa!!

“Mi pobre niña – pensé – se va a llevar una gran sorpresa en el río”

Mi nieta conocía el mar, pero aparte de el, solo conocía bañeras y piscinas, un río era algo totalmente nuevo para ella.

Cuando dejo de llover la llevé al río, tuvimos que caminar varios minutos, ella no espero indicaciones ni advertencias para meterse al agua, estaba demasiado emocionada… su grito desgarrador no se hizo esperar.

– ¡Abuelaaa – decía con su piel hecha carne de gallina – el agua esta helada!

Sonreí casi con sadismo, aquella seria una nueva lección de vida para ella. Los ríos son fríos. Sin embargo su horror no duro mucho y poco tiempo después nadábamos juntas emocionadas entre las resbalosas piedras… las aguas del río eran deliciosas y cristalinas… frías, muy frías si, heladas, pero deliciosas, así que valía la pena estar ahí.

Al día siguiente fue a visitar a su amigo Bobby con Pío siguiéndola a cada paso como si ella fuera su mama gallina. Alejandra se impacto cuando no encontró a Bobby donde debía estar.

– ¿Dónde esta abuela, donde esta el cerdo?
– ¿Recuerdas la tocineta que desayunaste hoy querida? – le pregunté con suavidad
– Si…
– Pues… ahí esta Bobby, en tu barriguita cariño, el era el tocino que te comiste
– ¡Noooooooooooooooooooooooo!

NO
No, no le dije nada de eso, no… mi hija me hubiera matado… aunque debo admitir que hubiera sido divertido, cruel, pero divertido, su amigo Bobby estaba echado en el lodo tomando una siesta, no había sido su desayuno y así se lo hice saber. Una vez que encontró a Bobby la niña pasó un buen rato mirando a Bobby con ojos críticos, veía como solo dormía y comía, y comía, y comía hasta que se canso de verlo y solo comentó que, realmente, Bobby necesitaba una dieta estricta, alta de frutas y muy baja en grasas… sinceramente a veces esa niña me asustaba.

Al fin, nuestras vacaciones culminaron, debía devolver a Alejandra con sus padres en la ciudad; pero antes de irse pasó a despedirse de su amigo Bobby el cerdo, de Gloria la cabra, del río helado, de doña Ana y del señor Manuel. Estos últimos la abrazaron y le hicieron prometer que volvería muy pronto ‘¡Lo haré!’ prometió la niña, pero se le veía tan alicaída que doña Ana le regalo un poco de dulce de naranja y el señor Manuel le dijo que Gloria tendría un cabrito en unos cuantos meses y que ella, Alejandra, tenia la obligación de volver para canecerlo y ponerme nombre, a la niña le encanto la responsabilidad.

– ¿Puedo ponerle Susie? – pregunto radiante de felicidad -Como mi mejor amiga del colegio
– ¿Y si es una cabra varón? – le interrogó el señor Manuel.
La niña me miró antes de contestar
– ¿Existen cabras varones abuelita? – dijo y no espero mi respuesta –ummm… pues… si es varón tendré que pensarlo mucho… tal vez lo llame Lorenzo!
– ¿Quién es Lorenzo?
– Un niño del colegio, realmente es muy feo el pobre…

Todo reímos
Solo bajo la felicidad de volver para conocer a Susie o a Lorenzo fue que Alejandra pudo subir al auto para volver a casa sin llorar e inmensamente feliz por haber conocido la vida fuera de la ciudad, la vida natural, la vida saludable del campo, una vida llena de animales enormes y maravillosos que producían ricos alimentos, definitivamente después de ese día Alejandra nunca mas volvería a decir aquella barbaridad de que los huevos vienen del supermercado… por Dios.
Y así, esa misma noche, volvimos a la ciudad, Alejandra cantando canciones pop de moda que oíamos en la radio (se las sabia todas de memoria) con Pío piando sobre sus piernas y yo rezando mentalmente para que los túneles bloquearan de una buena vez la señal de la radio.

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