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Capítulo I-El hallazgo

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Esa mañana nadie pudo desayunar, leer el periódico o salir a correr al parque. Los acontecimientos de la noche anterior fueron demasiado estrepitosos para aquella pequeña y sosegada comunidad, para nada acostumbrada a convivir con situaciones medianamente fuera de lo común. Y lo que pasó la noche en cuestión distó mucho de ser algo catalogable como ‘fuera de lo común’: más bien lo pudiéramos incluir dentro del escalafón de lo estrafalario.

La gente, de común y tácito acuerdo, se dirigió en formación cerrada hacia el centro cívico, mejor conocido como la plaza del mercado. Cada quien le daba a su vecino, aunque le hablara por primera vez en su vida, su particular versión sobre los hechos. Estas versiones diferían muy poco en los resultados pero si en los motivos: cada quién amoldaba la motivación de los acontecimientos a sus propias e íntimas mitologías, y secretamente dejaba fluir sus más bajos instintos , dándole vida a sus propios monstruos.

La versión de don Calixto, el boticario:
“Ella estaba de acuerdo con el hombre, pero no por dinero, sino para vengarse de lo que le hicieron de jovencita, allá abajo en los muelles. ¿No ve usted que estaba siempre solitaria, y cuando alguien trataba de acercársele salía huyendo?”

En contraste con la señorita Márgara, maestra del pre-escolar:
“La obligaron. Ella estaba sumamente enamorada de él, y él se aprovechó de eso. Pobrecita…”

La dueña de la pensión, una vieja corrida en doce plazas, tenía una percepción menos romántica:
“Esa era una perdida. Yo sé de los abortos que se hizo, y con quién…” (En ese momento, dirigía una mirada inquisitiva a algún punto impreciso de la muchedumbre) “ en fin, que todo fue por dinero. Cochino dinero.”.

Sin embargo, los hechos estaban claros, y a la vista de todos: El cadáver de Sebastián Morillo, el hombre más poderoso y adinerado del pueblo, desnudo y con sus partes nobles cercenadas, colgando de la rama más alta del cedro que presidía la plaza del mercado. Y a sus pies, con un puñal clavado en el medio del pecho y las partes faltantes del cadáver en la mano, el cuerpo exangüe de Filomena Indriago, mejor conocida como Menita, de profesión desconocida y conocida por mantener amores ilícitos con el supuesto pero nunca comprobado contrabandista Facundo López, a quien más de una persona del pueblo vió jurar que algún día iba a matar al desgraciado de Morillo, en medio de una de sus habituales y descomunales borracheras.

Todo parecía apuntar hacia López, salvo por un minúsculo detalle: Facundo se había hecho a la mar la mañana del día anterior, frente a por lo menos una docena de testigos, y su velero no estaba en el muelle, signo evidente de que no había regresado aún.

Pueden conocer el resto de la historia en:
http://mircoferri.blogspot.com/2011/04/el-mar-de-los-imposibles-ii.html

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