La evolución artística de la estrella barranquillera es asombrosa. Muy típica del Establishment norteamericano. Y pasar del negro al rubio, o del orondo a una figura estilizada pareció necesario. Como producto, pareció necesario. ¿Pero para quién?; ¿La audiencia? ¿La industria? ¿el artista? Uno de sus últimos vídeos promocionales “Loba”, puede uno entenderlo como obra que deifica la vulgaridad y el mal gusto. Preocupa que la rubia se traicione al priorizar en su carrera un sustrato económico. Si en su próximo Hits despliega un arsenal de carnicería preocupa menos. Más, si aquello termina en los jóvenes como un kitsch aplaudido y necesario. Un caso palmario es el reggaetón, que numerosos grupos hacen de este subgénero un acto despreciable y que los jóvenes latinoamericanos a falta de una clara identidad, lo han adoptado como patrón de festejo.
En la cultura del pop latinoamericano existen casos laudatorios de artistas que son un ejemplo. Juanes, a bote pronto. Que en Alemania se dirige a un público en inglés para cantar en español, sin mostrar nalgas, sin batuquearse de teta en teta, solo con guitarra en mano y una que otra mujer hermosa en el coro. La industria es pautada por la sociedad y el artista. Como consumidores deberíamos educarnos para elegir mejor, y como artistas corresponde rechazar propuestas que rayan en lo gastado, disoluto, y jarocho.
Algo curioso. Cuando una luminaria boricua decidió un día no mover más elboom boom, su carrera inmediatamente se vino a pico. Como si nosotros, o la industria le hubiésemos dado la espalda. Antes de traicionarse con otra basteza, probablemente decidió que era más digno recuperar un peldaño teniendo hijos, saliendo del clóset y publicando memorias. Ya otros lo imitaran.