A veces, cuando miro ese vaso y veo que en el fondo no hay ninguna respuesta, me pregunto si existirá algún dios en realidad. O si tal vez será como dijo Gagarin allá en el lejano ’61, bien lejos de su casa… ‘Aquí no veo a ningún Dios.’ ¿Lo habrá pensado después? ¿Mirando el fondo de un vaso también? ¿O en los brazos de alguna enfermera noches después de volver a su querido país?, de donde ningún hombre había vuelto antes.
Anoche pensé en Gagarin cundo terminaba mi trago. Pensé también en aquella “quinceañera” y en las propagandas de selúteens… ¿Me estaré convirtiendo en pedófilo, en pederasta quizá? Constantemente estaba bombardeado por imágenes con las Lolitas de Nabokov. Por todos lados me decían que las nenas de catorce ya eran deseables, que las nenas de quince ya eran adultas. Pero también me decían que si las tocaba me meterían preso… y peor aún… me condenarían al infierno… ‘¡Son demasiado jóvenes!’ gritaban las voces prejuiciosas. Y si… son apenas unas niñas a las que obligamos a ser adultas. Criaturas que aprenden a comportarse como adultas sólo por que ya tienen dos pequeños chichones donde algún día estarán sus senos… Pero aquellos chichones me fueron increíblemente tentadores. Son de una redondez prefecta, de una forma dulce e inocentes, y al mismo tiempo sensuales. Parecen estar llenos de vida, de futuro, de pasión ancestral esperando a ser descubierta por manos experimentadas.
Pero ahí estaba la joven Venus, ya no había vuelta atrás. Yo era un viejo, un viejo de la vida… todavía no de los años. Aquella ninfa que estaba en mi cama todavía no había cumplido los quince. ‘Tengo quince’ me dijo cuando la conocí, pero poco después confesó que todavía le faltaban unos meses. Pedí una modelo para un desnudo y eso fue lo que me mandaron. Una nena de casi quince años. Una vez escuché que la oportunidad crea al ladrón, ahora creo que es verdad… Como Humbert Humbert no pude no enamorarme de aquella niña, de aquella Lolita. ¡Era imposible no hacerlo! Era tan bella… mirar sus ojos era como meter la mano en un panal salvaje de abejas. Era un sentimiento cálido y caliente. ¿Cómo iba a no enamorarme de sus ojos?
La pinté, empecé trazando líneas por un lienzo. Pronto solté el pincel y terminé pasando, con mis dedos, la pintura directamente sobre su piel. Me desnudé ante el asombro pícaro de sus ojos. Me convertí en toda piel. Ella era piel, era pintura, era azul, amarilla, roja, verde…. Y al mismo tiempo una mezcla de todo… Era un mirage en el desierto…. Aun que era demasiado real como para no ver las obvias consecuencias… como para no convertirme en un Polanski. Besó todo mi cuerpo con un hambre curioso. Sangró sobre mis muslos y rodillas como un cordero sacrificado. Y gemía como una Gazella, toda larga y estilizada, a punto de ser devorada por su depredador. Entonces quedó tendida en mi cama… toda cubierta de pintura, de sangre y de semen, con la sabana toda sucia enredada en sus pies… Toda feliz, salvaje… toda satisfecha. Pero era una niña y yo lo sabía. Ella, estoy seguro, no lo sabía.
¿Quieren que diga la verdad? Claro que lo quieren… Me encantó, la seducí sabiendo que lo hacía y ella me sedujo… Pero yo era el adulto y no ella. Yo era el que tenía que decirle que no, no le correspondía ese papel a ella. Pero eso no me importaba, muchas cosas decían que sí. Mi virilidad decía que sí, mis pelotas llenas de leche gritaban que sí. ¡Sus ojos me rogaban que SÍ! Estoy seguro de que en algún lugar había alguien que me entendía en ese preciso instante…. Seguro aquel hijo de puta que me la mando para que pose…
Me quedé sentado en ese bar pensando en el bien y el mal. En si esos dos términos existían, y si alguna vez habían existido. Entonces me di cuenta que ella era la escalera que conducía al cielo… Volví a mirar el fondo de mi copa, por última vez… Entonces me encontré ahí, frente a las puertas custodiadas por San Pedro, pero no estaba él, ni ningún otro santo… toqué, nadie atendió. No había nadie, ni frente ni detrás de aquel gran portón. Nadie atendía esa puerta, nadie la custodiaba… Seguí tocando y tocando, pero esa puerta no se abriría jamás… Ni siquiera se dignarían a mandarme al infierno con el resto de los depravados… me quedaría ahí golpeando esa puerta, con mis nudillos a carne viva y todos sangrientos, para siempre… siempre… siempre…