Si en este momento la población mundial decidiese conglomerarse en billares de automóviles, en cada uno hubiese un chino. El debate de si el gigante amarillo es ya la primera potencia económica, pudiera entenderse como obsoleto de aquí a unos años. Su cultura es la más antigua de la existencia, y en su régimen social yace una condición que en Occidente no se tiene muy en claro si lleva o no la “H”. Para el chino, el honor es la condición más importante del hombre, luego concurren todas las demás.
Me pregunto si su hegemonía económica trascenderá la barrera idiomática, como sucedió con Estados Unidos, y se incorporará en las pendencias culturales del resto de los demás países. Conversaba con una amiga hongkonesa sobre los recursos que ellos utilizarían para vendernos un Chinoman, o un Hollywood, o un McDonald’s, y todos aquellos adláteres comerciales que desde la segunda guerra mundial, el poderío americano fue espolvoreando por las plazas que destruyó. Ella me callaba con algo muy cierto: “Son ustedes los que vendrán a nosotros, y no viceversa”. Que en china no era un hombre sino un mono el superhéroe de los niños. Un mono con poderes mágicos, y agregaba que al concepto de Superman, para que allá inspirase algo de respeto le faltaban dos neurálgicas: Barba, y más ropa.
Con los asiáticos hacemos lo que hacen los americanos con los latinos. Nosotros a todos los llamamos chinos, mientras que el gringo supone que todos los latinos son mexicanos. La ignorancia conlleva a esta generalización, y no hace falta colgar estrellas en nuestros brazos para identificarnos como raza, por ello juzgo necesario conocer, poco a poco, a esta nación tan distinta, tan rara, tan ajena, aunque sea por cortesía: Un chino, un coreano, un japonés, son tan distintos que difícilmente se entenderían si se topan en aquel automóvil de líneas atrás.
En fin, que no sorprenda que en los años venideros usemos términos en mandarín para referirnos a ciertos artefactos electrónicos. Probablemente mis nietos pedirán en diciembre un Sho tin dian nao que acepte versiones de Windows, o Mac. Pero en esta manzana, circunda un gusano que no encaja: Su autarquía es tan grande que aún prohíbe, y menosprecia la red social más concurrida de Occidente. Pregunto yo: ¿Hacerlo no subraya el temor de su régimen político-autoritario ante la libertad única e imperfecta de la que todos somos dueños?