En aquella ciudad, las casas estaban hechas de aliento, el empedrado de brisa, la gente de colores nítidos e intangibles, las voces eran prestadas, la memoria un invento, la fantasía un ardid… sin embargo la maldad y la bondad acontecían de veras.
Allí, un hombre escribió en un muro la frase siguiente: ¿Dónde estás? Así, sin prólogos o conclusiones. No había con aquella pregunta, otra que dijera ¿Cómo estás?, o alguna explicación de porqué, aquella noche, hacía ya casi un mes, él no había acudido a la cita.
Era la tercera vez que pasaba. ¿Cuánta malicia podía anidar un corazón, capaz de dejarla colgada reiteradamente? Ella, mordió sus uñas, sintió el esófago reñir con el aire, y su suéter de lana recibió dos lágrimas, que despertaron a las ovejas esquiladas antaño para obtenerlo. Los borregos, dolientes por su desnudez, aparecieron en el cuarto, llenándolo de ojos ávidos.
¡La paciencia de la mujer se había agotado! Pero a diferencia de otras veces, su cólera se fue desvaneciendo, distraída por las ovejas. Las más cercanas se restregaban contra el suéter, reconociendo la antigua lana que las había cubierto. El resto se fue recostando sobre la alfombra mullida, inmensamente peluda y blanca, se sentían en casa!
La primera noche que él la había dejado esperando, para poder conciliar el sueño, ella se había puesto a contar estrellas, la segunda recurrió al lugar común de contar ovejas, pero esta tercera vez el mundo se había girado. Ahora ella, estaba en un lugar común con las ovejas, y eran estas, las que le contaban sus historias. Historias que la pasearon por pendientes muy empinadas, por el borde de varios abismos, sobre la hierba húmeda y entre rocas nevadas, hasta que el sueño la venció.
Al día siguiente, la mujer se despertó con los ánimos como un cordero, los animales se habían marchado, y ella sentía deseos de escribir en el muro. Encendió el ordenador mientras hacía café y escribió:
Ha sido mi error pensar que un mundo virtual, podía ofrecerme asideros. No me busques más.
La mujer apartó la mirada del ordenador, abandonó la silla y abrió la ventana. La gente auténtica como ella, estaba allí, en el mundo real. Una anciana cruzaba la calle como un caracol antiquísimo, dejando una huella de sapiencia, un niño con una gorra desgastada y apenas un par de dientes, sonreía a un perro atado a un poste, una joven se acomodaba los senos dentro del sujetador y ponía el escote de la camisa en su sitio, un guardia urbano se fumaba un cigarro y acariciaba su barba…
Ella pensó- Dios cuántos episodios están cobijados en la anciana, bajo la gorra del niño, en los bustos de la joven, entre la barba del guardia!
La cafetera sonó, con ese balbuceo que hacía días la mujer había dejado de escuchar, por estar tan pendiente del ordenador. Le pareció un sonido sublime, casi un himno que le incitaba a salir, a establecer contacto cara a cara con las personas, a pesar del riesgo que aquello implicaba. No quería ampararse más tras la pantalla, escudo triste de ciber-guerreros que blanden teclas y olvidan su propia aventura, ¡la de vivir!.
Título del relato: En aquella ciudad © ®
Título del dibujo: Abriendo la ventana (técnica mixta) © ®
Relato y dibujo de Isabela Méndez
Este cuento forma parte del disco «Cuentos al vuelo», en donde todos los cuentos son de la autoria de Isabela Méndez y la música del mismo fue compuesta, interpretada y grabada por Gaddafi Núñez.