Algún día se despertó con la conciencia de escribir en piloto automático. Solo para demostrárselo así mismo y a los demás. Yo sí puedo, yo quiero, yo lo hago. Su vida se había convertido en una pequeña lección de autoyuda, de superación de la adversidad. Pronto empezaron a llegarle los reconocimientos tardíos de la mediática, la farándula y el poder.
Participó en Festivales, charlas, jammings y tertulias a cielo abierto. Ganó premios a diestra y siniestra. Publicó con Mondadori, con las editoriales publicas y privadas. Se tomó fotos con sus enemigos de antes y eventualmente fue cooptado por ellos.
Ahora era el primer chicharrón en los bautizos del Pen Club, Relectura, Punto Cero, El Salmón y compañía. Osio Cabrices y Sergio Dahbar reseñaban sus libros, mientras Nelson Rivera se encargaba de endiosarlo en Papel Literario.
Las chicas intensas lo adoraban. Las viejas cuarentonas y vaporosas de la cultura chic, lo deseaban. De vez en cuando se acostaba con unas y otras, en permanente actitud de Rock Star. Cambió de vestuario, adoptó la moda hipster por ponerse a la última, empezó a beber y a creerse su papel de Hunter Stockton Thompson de la selva caraqueña, aunque sus ídolos siempre fueron Bret Easton Ellis, Chuck Palahniuk y Charles Bukowski.
Cierta mañana lo intentó por esnobismo con las hipodérmicas para copiar a William S. Burroughs y el profesor Escohotado. Pero por poco no sobrevive para contarlo. La heroína lo dejó tumbado en cama por una semana y regresó con los desayunos de vodka y jugo de naranja. En general, su existencia había devenido en un cliché.
No tenía amigos verdaderos, se relacionaba por puro interés y le gustaba disfrazarse de tipo humilde, simpático y terrenal. Su mascarada demagógica favorita, su gancho con las mujeres y los hombres de buen corazón, a quienes vampirizó e instrumentalizó a placer. Una vez les chupaba sangre, los expulsaba al abismo de su lista personal de víctimas. A su modo, le insuflaba el ego el hecho de sentirse un demiurgo, un asesino en serie de chicos y chicas cándidas, un Leviathan de la cultura provinciana de la capital del miedo.
Aun así, sus cuentos y novelas rayaban en lo mediocre, lo chapucero, lo trillado, lo retroprogre, lo sonso y lo políticamente correcto. No se metía con nadie importante y se cuidaba de ofender alguna institución digna de su círculo vicioso. Hablaba de temas supuestamente duros y descarnados, de la calle y demás pavadas, para mantener engatusado a su clientela, a su demanda cautiva de lectores ignorantes y wannabes.
“Todo en Domingo” lo retrató como una suerte de malandro del este en la tradición de los patoteros del country club. Un cigarro de medio lado, unos lentes de pasta, una sonrisa cínica de triunfador, una bufanda, un sombrerito surfer marca Quicksilver. En la Leyenda decía: “Soy un prosista de lo cotidiano y de lo oculto. Absorbo de los clásicos y de los vanguardistas. Me encanta definirme como un hijo bastardo de Bolaño, Volpi, Cervantes y O’Toole. Llegaré lejos gracias a la constancia,al esfuerzo”.
En efecto, hoy es una mito nacional, una figura importante para las primeras planas. Su firma es cotizada y su fama crece como la espuma. Ya abrió cuenta de Twitter y desde allí pontifica sus lugares comunes a diario. La gente lo admira y lo sigue. Almuerza con banqueros, cena con prostitutas de lujo, viaja con Dudamel en primera clase y le dedica una crónica.
Con Monte Ávila negocia actualmente el diseño de una biografía sobre un prócer de la república. Cuando se despierta deprimido, asiste a una exposición o a un estreno de una película para recibir atención y afecto de sus incondicionales. Adora los flashes y los tequeños de un cocktail por invitación. Celebra al lado de Sumito, Luis Chaiting, Luis Fernández, Mimí Lazo y Leonardo Padrón. Es un imposible de la escena nocturna. Baila trance en Suka y consume coca en “El Teatro” al ritmo de “La Vida Boheme”.
Anoche se enteró del concurso de panfletonegro, donde en algún momento contribuyó y colaboró. Hoy no le agrada el perfil de la página y la considera un pésimo ejemplo para los niños. Sin embargo, el hombre necesita la plata y manda un artículo con seudónimo,para pescar en río revuelto. De repente, se lleva los cien euros.
Búsquenlo con paciencia.
Es un muñeco de trapo.
Puede ser cualquiera de nosotros.