Políticamente correcta, inofensiva, sobrevalorada, inocua y simplificadora. Es el equivalente de la Wikipedia para la historia oficial de Ilich Ramírez. Nos esperábamos mayor profundidad de ella. Pero se queda en la superficie de la anécdota, de la narrativa clásica y de la interpretación convencional del personaje, según el enfoque desmitificador al uso.
Por fortuna, se opone a la visión idealista, condescendiente y glorificadora sobre la vida del “Chacal”, instrumentalizada por cierto poder de la izquierda caviar. Sin embargo, le falta consistencia y fuerza para remover los cimientos de la sociedad del bienestar, afectada por la crisis y la amenaza del paro, tras el once de septiembre y la caída de la bolsa.
En efecto, resulta un film poco o nada inquietante al lado de documentales como “El Abogado del Terror”, “La Pelota Vasca”, “The Weather Underground” y “The Power of Nightmares”, donde descubrimos las verdaderas causas y consecuencias del fenómeno a la luz del nuevo orden global.
Incluso, en el ámbito de la ficción, “Carlos” tampoco supera a sus precedentes audiovisuales. Cuenta en el fondo la misma historia de auge y caída del perfecto guerrillero “for export” de América Latina, a la manera reduccionista y estereotipada de “El Che”.
Carece de la amenazadora arquitectura narrativa de la estupenda “Paradise Now”. Olivier Assayas sostiene su relato gracias a la impecable secuencia del secuestro de la OPEP. Después el guión se le desploma entre rondas de negociación, diálogos literales, fotos fijas de la leyenda negra, secundarios de caricatura y titulares de prensa.
También la vemos a la retaguardia de la construcción dramática de “Syriana”, “Munich”, “Caballero Oscuro” y “United 93”. Encima, extrañamos la ambigüedad y la dureza conceptual de las recientes exponentes del género para el viejo continente: “Tiro en la Cabeza”, “Hunger” y “Buenos Días, Noche”. Yo la ubicaría en un plano similar a la moralista, “Baader Meinhof Komplex”.
Al respecto de lo anterior, considero a “Carlos” un sucedáneo de la tesis de “Buenos Días,Noche”. La cinta de Edgar Ramírez llega tarde a una conclusión ya esgrimida y discutida por la pieza de Marco Bellocchio.
Verbigracia, comparto una cita de Ángel Quintana: en “Buenos Días,Noche”, Marco Bellocchio quiere revisar las contradicciones de los años de plomo y saber por qué la figura de un mártir le resulta muy rentable al estado. Más allá de sus resultados atroces, el terrorismo aparece así como una acción que conviene manipular para sacarle una clara rentabilidad política.
Aparte, vale la pena compararla con auténticas obras maestras, alrededor del caso, censuradas y silenciadas en su momento por el estado francés, cuyo doble rasero y su mala conciencia parecen limpiarse con la operación comercial de “Carlos”.
Por ejemplo, al estado galo no le sentó bien el estreno de “La Batalla de Argel” en la posguerra y menos le gustó la proyección del díptico de René Vautier constituido por “Une nation, l’Algérie” y “Algérie en flammes”, sendos largometrajes perseguidos, condenados y censurados.
Recordemos el testimonio del realizador: Se me buscó por atentar contra la seguridad interior del Estado porque la película decía que Argelia sería independiente y que era mejor empezar a discutir ya el asunto. Eso sucedía en 1956. Me buscaban en Francia.No me perdonaban que hubiera dicho que Argelia llegaría a ser independiente porque el discurso general decía que “Argelia es Francia”.
Por tanto, la relación del estado Francés con la resistencia del tercer mundo,siempre pecó de binaria y maniquea. El único terrorismo aceptado y convalidado fue el de la revolución y el del período de ocupación por parte de los Nazis, aunque todavía conviene ocultar el episodio de la colaboración con el fascismo alemán, tan solo denunciado por la joya de Marcel Ophüls,”Le Chagrin et la Pitié”.
De resto, ocurre lo propio con el trato recibido en su momento por Nelson Mandela. Antes un forajido de la justicia y un bandolero para la prensa. Hoy un dechado de virtudes y un resumen del humanismo amelcochado del tercer milenio.
Por ello, el problema de las bombas y de los movimientos irregulares de las colonias, continúa siendo un dolor de cabeza para el andamiaje de la civilización occidental, caracterizada además por emitir señales contradictorias a diario.
Así, en la mañana, la mediática informa del éxito de la cacería de Osama Bin Laden, mientras en la tarde celebra los avances de la insurrección armada en Libia y Siria. Luego oscilarán entre la defensa de la intervención violenta del medio oriente y el rescate de las democracias de África.
Por último, cada bando aprovechará el resurgimiento del expediente de “Carlos” en la cartelera, para arrimar agua a su respectivo molino. La derecha lo capitalizará para afirmar la esterilidad de su causa y la necesaria aceptación sacrílega del status quo.
El partido de gobierno fingirá demencia y preferirá escurrir el bulto del debate de altura. A lo mejor un funcionario creerá comérsela al rememorar la carta de amor, Mont Blanc, escrita por Chávez a Ilich Ramírez en cautiverio.
En total descargo de la tragedia de equivocaciones, a “Carlos” si acaso la redime la garantía de contar con un tipo sensible y creativo detrás de cámaras, obcecado por remedar al pie de la letra las fórmulas de sus padres fundadores, de sus ancestros de Mayo del 68, Hollywood y los comanches del sistema de estrellas.
Su nuevo trabajo revela la enorme capacidad del autor para asimilar las lecciones aprendidas de Godard, Bresson, Truffaut, Scorsese, Spielberg, Ford, De Palma y Coppola, en una reivindicación del espectáculo físico, épico y metalinguístico de la escuela moderna.
De allí la escasa identidad de su propuesta, similar a un reciclaje a destiempo de la televisión americana de ruptura del siglo XXI, a la zaga de los hallazgos de “The Wire”, “Los Sopranos” y las diversas miniseries gangsteriles de HBO, inspiradas en la vanguardia mainstream de los setenta.
Por ende, la participación de Édgar Ramírez encaja como otra ficha del ajedrez de la película, para preservar los intereses alcistas de los inversionistas y los valores tradicionales del “biopic” romántico.
Al protagonista se le enmarca en un aura de “glamour”, alejada por completo de la realidad y disonante con el mentado aire de deconstrucción.
Por ratos, Assayas no sabe si replicar el afecto de los tabloides por la imagen seductora del fuera de la ley, o desnudarlo en todo su patetismo de mercenario chambón, al servicio de las majestades satánicas de los frentes de liberación y de las agencias de inteligencia de la época.
A favor del libreto, cabe destacar el subtexto de crítica a la corrupción del ángel, del cuadillo, del antihéroe mesiánico, como espejo deforme del mapa internacional. Reflejo del descomunal derrumbe de las utopías del marxismo, el comunismo y el republicanismo.
“Carlos” acierta al describir la decadencia de unos modelos de vida, asentados en la ilusión perdida por un futuro distinto. El colapso del sueño soviético y la implosión del muro de Berlín, anuncian y anticipan la muerte de los paradigmas en boga. Ilich Ramírez se practica una liposucción preso de la gordura de su absurda cultura del derroche.
Al final, como en las tragedias de la mafia, sus principales socios lo traicionan por unas cuantas monedas, para conducirlo al cadalso, al calvario y al patíbulo de su fama.
Su suerte se decide por un acto de mero trámite burocrático, pues las reglas del juego cambiaron con el advenimiento de los curiosos años noventa. El papel de Francia en la transacción se expone de forma quirúrgica, para eludir la polémica.
En general, el abordaje del argumento y el contenido, busca la asepsia y la exagerada sequedad, al punto de no tomar partido en varias situaciones candentes.
El director se limpia las manos como Pilatos y su película pasa con zapatillas de punta por innumerables acontecimientos dignos de estudio.
Yo la sentí demasiado parca, fría, pacata y conservadora, al extremo de identificar al sexo, el tabaco y el alcohol con la amenaza del villano.
Entendemos la metáfora subrayada del pene freudiano, como extensión del ego desatado del narciso. Comprendemos su misoginia y su vínculo machista con la mujer. No obstante, hay un hiato y un vacío insondable acerca de su pasado.
El director se contenta con justificar de viva voz a su personaje, haciéndolo recitar frases de memoria y consignas de folletín.
La peor parte de la interpretación de Ramírez sucede cuando lo debemos contemplar en un café, hablando como caraqueño con acento andino, a la usanza de “Cosita Rica”, “Cyrano Fernández” y “Punto y Raya”.
Paradójicamente, su talón de Aquiles radica en el instante de pronunciar sus líneas en español. No es el idioma natural de Assayas y por ende suena impostado. En Castellano se le cae la dirección de actores.
Para rematar, la escena del cuatro en el apartamento es un bochorno, una viñeta, una publicidad de “Savoy”. Es la típica reunión de Colombianos, Chilenos y Venezolanos en el exterior, al calor de un instrumento y una tonada cursi. Un cliché por la calle del medio.
Hacia el segundo acto, el desempeño del actor se estabiliza y alcanza un nivel óptimo. En el desenlace lo encapuchan y desaparecen. Fade out.
La pantalla despide la función con explicaciones chucutas, del conocimiento común. La reflexión del epílogo no existe, así como el prólogo es atropellado, anodino y pueril. La versión mutilada lejos de aclarar, oscurece y cercena el limitado ejercicio de análisis.
“Carlos” acaba y termina siendo como un “Inside Job”, como un encargo de blanqueamiento y depuración de la historia, para librarla de su parte maldita. Lastimosamente se pretende lo contrario. Pero es mentira. La película funciona como “mea culpa” y cosificación personalista del tema del terrorismo.
Solo lo alcanzamos a concebir como una compleja red de relaciones conspirativas entre los países , destinada al fracaso, al ostracismo, a la prisión. El cierre se empeña en demostrarlo.
El desenlace evoca el happy ending de una película de vaqueros, atemperada por la atmósfera de amargura. Sobraron minutos y escasearon las disquisiciones espinosas.
Objetivamente es una película fallida y banal.
Al menos refresca y actualiza el fiasco de los movimientos de guerrilla, devenidos en organizaciones clandestinas de lavado de dinero.
Gran defecto. Su visión qualité, su fotografía embellecida en discordancia con su promesa guerrillera.
Es el terrorismo “chic” y “clean” de Assayas.
Una trampa.
Sarko y compañía la utilizarán para decir:somos un país adelantado en la lucha contra el terrorismo.Francia es una nación desinfectada y en pleno control de su resistencia.
La demagogia de costumbre.
Moleste o no,»Carlos» restituye el discurso del pro-imperio.
Algo parecido pensé y escribí para Blogacine:
http://www.blogacine.com/2010/08/26/9127/
Porque la supuesta «Superpelícula» no es ni chicha, ni limonada…
Saludos
Así es mi pana.Gracias por el link.Un abrazo.
¿Te suena impostado el español de Edgar Ramírez?… A mi me suena bien gay es lo que es. Dígame cuando grita «hasta la victoria siempre», bota tal plumero que mi novia y yo no pudimos sino cagarnos de la risa. Pero como bien dices, al no ser el idioma natural del director, le meten esa cabra y ni cuenta se da; así como al poco de jurados de tanto festival que lo nominó a mejor actor. Sólo puedo imaginarme al verdadero Chacal, quien sí habla perfecto venezolano, viendo la película en prisión y gritando arrecho «¿qué mariquera es esta, vale?»
Me ha gustado la critica, aunque me hubiera gustado que no se centrara unicamente en el fondo, sino en la forma.
Saludos.
Corrijo, que se profundizara un poco mas en la forma.