Hermana
Cómo tan de pronto te hinchaste de várices.
Me fui, cierto, pero nunca fue excusa para
que te olvidaras. No por abrirme los ojos
te veía más redonda. Mis manos se forraron de oro,
mi boca engendró un par de imperios, ¿Y tú,
sembraste alguna desobediencia? A parte de los ríos verdes que
se derraman por tus piernas, y del odio que se dilata
en esa arbitraria tuya de mirarnos de reojo, ¿Dónde?
¿Cuándo? Acaso piensas fue suficiente ser una
hermana, que sentarse y llenarse de rabia era un ejercicio
que abultaba el bolsillo. Y mírate desnudo el vientre
como urgente por mostrar el ombligo. ¿Qué ocurrió?
Si en casa tú castigabas al pequeño cuando se levantaba.
Llora.
Qué importa si las manos asieron tu pólvora, límpiate que
para eso nos la prestaron. Te veo y me asfixian estas
ganas terribles de repararte toda, pero no puedo cojear
los centímetros que te faltan en la pierna. Seamos primos.
Y nos complacemos en la estulticia, en la sempiterna estupidez
de ser primos para siempre. Acaso piensas que la
juventud de tu puño será eterna. Un día no tendrás fuerza
siquiera para callarte la boca. Y me llamarás con el dedo
como lo hacías de niña.