La miro sonreír y lo único que quiero hacer es acariciar su rodilla, inclinarme y besar sus labios. Después susurrarle algo, que sólo nosotros sabemos, y volver a reír. Es un viaje largo el que recorro los días que la veo, mi mente divaga e imagina escenarios en los que mi corazón no es cobarde y logro decirle lo que siento y cuanto la quiero. Entonces me mira a los ojos, me penetra con su mirada de la manera mas inocente y sensual. Casi siento sus labios sobre los míos, pero es nada mas que mi imaginación… sus pensamientos no podrían estar mas lejanos. ¿Que es lo que le pasará por la cabeza cuando me mira y mis rodillas tiemblan? ¿Se dará cuenta que mis rodillas tiemblan? ¿Se dará cuenta que cuando estoy a solas con ella no sé que decir?
Intento no pensar en ella, pero mi cabeza tiende a no hacerme caso. Paso de estar sentado en una oficina a verme caminando por la calle agarrado de su mano. La veo marcharse con una promesa de que volverá y pienso en las miles de personas que dijeron ir a comprar puchos para no volver nunca mas. Pero en mis sueños despiertos le tengo fe a su promesa. Cuando deambulo por los rincones de mi mente, creando escenarios y situaciones en las que estamos juntos, nada sale mal. Cuando dice volver, siempre vuelve. Es lo único que tengo con ella, y no hay manera de arruinarlo mientras esté en mi cabeza. Se que si le digo lo que siento perdería mucho y no ganaría nada.
Como el otoño, me voy marchitando. Tomo para pasarla bien, para que la espera no sea tan larga. Me acompañan algunas que otras baladas rock. Intento pensar en otra cosa y enamorarme de otras mujeres. Termino a todas amando por igual, pero a ella mucho mas. A ella es a la que siempre vuelvo. No creo en otra cosa mas que en un futuro con ella. Imagino el día del juicio final, el armagedon, el apocalipsis y toda esa mierda abrazado a ella. Los dos juntos mirando como esa bola de fuego se acerca cada vez mas, pero en nuestro rostro hay tranquilidad y amor. Sabemos que vivimos la vida como teníamos que vivirla, amando y felices, sin nada que lamentar. Todo eso es falso, eso no existe. No va ser a mi al que va a estar abrazando si eso llega a pasar. Probablemente ni se le cruce por su mente la idea de que existo en algún lugar, quizás consumido por las mismas llamas que ella mira, buscando protección en los brazos de otro.
Me encuentro solo paseando por las calles de la ciudad, pensando en todos los lugares a los que la podría llevar. Pensando en las noches que la vi sonreír y quise gritarle que la amaba. Pienso en esa noche de lluvia en la que los dos, drogados, hablábamos del suicidio. De lo que viene después de todo esto. De poder saltar de un octavo piso y ver que es lo que nos espera. Estábamos borrachos, drogados, eufóricos. Quise besarla en ese momento, estaba por besarla… no lo hice por temor a lo que podía pasar. La idea de no verla mas me aterroriza. Pensar que nuestros caminos pueden en cualquier momento tomar giros diferentes hace que me quede sin aire en los pulmones.
Es difícil estar en la cama un miércoles a las tres a.m. y no poder dormirse, intentar escribir y no poder y el único pensamiento que tenes en la cabeza es ella. Siento una impotencia desesperada. Me pongo a escribir una carta dirigida a ella, saco una botella de vino e intento emborracharme. Termino esa carta, esa carta de amor. Intento leerla, pero no puedo… aplasto las páginas con mis manos y las convierto en un bollo de papel. Sé que tengo que leerla así que deshago ese bollo de papel y letras, enciendo un pucho. Después de leer la carta prendo fuego cada página, una por una y las tiro al piso. Veo como el fuego consume la letras y le rezo a alguien para que lo que siento se vaya junto a esas letras en llamas. A eso se deben todas esas manchas negras en el parqué… a un ritual sin sentido.