Viendo la ópera prima de Andrea Ríos, me asaltaron recuerdos del documental “My Kid Could Paint That”, cuyo argumento sería la antitesis de la visión ingenua de la nueva producción estrenada por la Villa del Cine en condiciones lamentables de distribución y comercialización, casi como si no creyeran en ella o les diese pena promocionarla con mayor cantidad de medios.
De hecho, las películas patrocinadas por el gobierno reciben tratos diferentes en materia de publicidad, de acuerdo al rango del director y a su interés político.
Por ello, piezas como “Zamora”,“Miranda Regresa”, “El Caracazo” y “Días de Poder” se asumen como pilares estratégicos de la campaña cultural del estado, al proyectarlas desde la plataforma de una cadena nacional, hasta identificarlas con la propaganda perpetua de la red comunicacional del Presidente Hugo Chavéz(el enfermo en jefe).
Mientras tanto, films modestos y no necesariamente panfletarios como “Tres Mujeres”, “Bloques” y “Macuro” pasan sin pena ni gloria por la cartelera, bajo la propia cuenta y riesgo de sus creadores, quienes son literalmente abandonados a su mala suerte. Imposible ganar así.
A tal grupo pertenece Andrea Ríos y “Una Mirada al Mar”, condenada de entrada a sufrir un duro revés en taquilla, por culpa de los encargados de mercadearla, carentes de la menor imaginación para ejercer el oficio.
Pudieron venderla como una digna cinta infantil, pero la dejaron morir como cualquier producto anodino y falto de personalidad de la industria criolla. Grosso modo, se conformaron con colgar los afiches y asegurar la exhibición de los avances. En suma, hicieron un trabajo burocrático, de trámite. Mucho de ello hay en la atropellada y desganada puesta en escena de “Una Mirada al Mar”, resuelta con brocha gorda entre bosquejos superficiales de personajes y viñetas “naiff” de colores ingenuos.
Con todo y aunque les duela a las viejas glorias de la mentada revolución audiovisual, la obra de Andrea Ríos es de lo mejorcito de la Villa del Cine, por encima de bodrios de la calaña de “La Clase” y “Libertador Morales”. Por supuesto es inferior a “Taita Boves”, la cúspide del estudio bolivariano.
Según la historia, en Cuba y la Unión Soviética ocurrió lo mismo, cuando por cuestiones del destino la maquinaría del poder fabricaba un dispositivo medianamente ajeno y disonante a su estructura.
En principio, el objetivo era demostrar la diversidad de la oferta, lavarse la cara y reafirmar los criterios de apertura a la hora de seleccionar los proyectos. Después,en vista del acabado de la pieza, los funcionarios se echaban para atrás y decretaban su muerte lenta, por vía de la censura, el ocultamiento y el menosprecio.
Mutatis mutandis, el lanzamiento de “Una Mirada al Mar” en pleno inicio de la competida ronda de verano y con pocas copias, parece una manera de garantizar su nulo impacto y trascendencia.
Quizás molestará su ausencia de “compromiso político”, de mensajes subrayados a favor del culto a la imagen del comandante, de contenidos explícitos fáciles de aprovechar en la hoguera de la polarización inquisidora del PSUV.
Obviamente, no es un grito de resistencia. Por algo, sigue varias líneas de corrección moral perfiladas y digitadas por la constitución vigente, como la forzada inclusión de una trama concienciada en pro de los niños y de los ancianos.
No obstante, su tono discreto, melancólico y mortuorio la acaban por convertir en una sosegada respuesta al cine de próceres gritones,de hombres fuertes y tierras libres, de hazañas épicas y gestas independentistas, del gusto de los machos cabrios e indómitos de la Venezuela heroica.
Por eso, ayer no había nadie en la sala de “Una Mirada al Mar” en el Centro San Ignacio. En serio, yo era el único en la función. No exagero. Por tanto, frente a la pantalla, intenté romper con mis prejuicios habituales para buscar descubrir las lecturas sumergidas y cifradas en el interior del cuadro, del lienzo.
En su descargo, reivindico seis discursos del subtexto(oportunos llamados de atención de la realizadora): la necesidad de conciliar el pasado con el presente al margen del terreno estéril de la lucha de clases, la obligación de ser honestos ( una chica miente, la atrapan con las manos en la masa y debe rectificar delante de todos), la evidente marginalización del artista en la sociedad, el ocaso de la pintura de caballete, el desamparo de la senectud en el país y la urgencia de reconocer la finitud de la existencia, para entregar el testigo y dar paso a la generación de relevo, cual protagonista crepuscular de “Up”, “Gran Torino”, “Karate Kid” y “True Grit”, salvando las distancias.
Por desgracia, Andrea Ríos no es el equivalente vernáculo de Los Hermanos Coen y el fotógrafo Vitelbo Vásquez tampoco es Roger Deakins. Por fortuna, ambos se las arreglan para concebir un puñado de encuadres de interesantes resonancias plásticas, en la tradición de Benacerraff, Rísquez y De Sica.
“Una Mirada al Mar” se inscribe en una tendencia internacional de recuperación light de los preceptos conceptuales de la Italia de posguerra, con ecos de “Umberto D” , “Ladrón de Bicicletas”, “La Tierra Trema”, “Paisa”, “El Limpiabotas” y “Alemania año Cero”. La principal diferencia estriba en la definición estética y ética de ayer y de hoy. Ahora cunde en la región un neorrealismo rosa, tipo “cyberpink”, de claras influencias kistch.
Verbigracia, es el talón de Aquiles y la gran debilidad del cine de las mujeres contemporáneas. Es el caso de “Postales de Leningrado”, “Día Naranja”, “Un Te en la Habana” y “El Chico que Miente”, temerosas y prudentes al momento de reflejar y desnudar las contradicciones de la realidad.
Por consiguiente, “Una Mirada al Mar” opta por refugiarse en un océano de tarjetas postales, dibujitos de kinder y paisajes bucólicos, en la línea de los estereotipos de calendario de las playas soleadas de “Reverón”. Promesa de regeneración del sentido, a través de la reunión con la madre naturaleza. Una teoría ecológica discutible y refutada por Adam Curtis en su último documental.
Y así como “Reverón” encuentra en Juanita y el arte una forma de encarrillar su locura, el anciano de “Una Mirada al Mar” también se salvará del abismo y la soledad, gracias a la impronta de una niña de la costa, diseñada por el guión para volverle a inyectar la pasión por la pintura.
En general, el libreto peca de predecible, sensiblero, cronológico y literal. Semeja un relato clásico escrito en laboratorio, al calor de los modelos y los programas de la reacción. En una interpretación descarnada, la trama luce como una fábula moral para domesticar niños intranquilos, por medio de una terapia paternalista de choque.
De ahí los curiosos parentescos entre “Dudamel,El Sonido de los Niños” y “Una Mirada al Mar”. Las dos esbozan un panorama ideal y óptimo de resurrección humanista, a través del arte. Lo opuesto a “My Kid Could Paint That”, donde los adultos utilizan a los niños para conseguir sus fines.
Por defecto, las actuaciones son planas y desiguales. Ni hablar del casting. Los adultos recitan sus líneas como en una clase de preescolar y los niños ostentan un desparpajo impostado, a la usanza de una cuña o de una telenovela con un crío metiche, salido y malcriado.
Aparte, se incorporan chicas rubias al reparto de una escuela humilde de un pueblito del litoral, con el exclusivo propósito de embellecer el repertorio y alardear de una supuesta mezcla racial.
Para rematar, los movimientos de cámara, las grúas y las tomas no logran eludir el desolado paradigma de rodaje de los unitarios de TVES, al ritmo de una edición cargada de efectos y saturada de manierismos caducos.
Una secuencia de un temblor, provoca pena ajena y evoca los terremotos del Chapulín Colorado, agregándole filtros y maquillajes digitales. Igual sucede con los flash backs.
En resumen, el saldo es negativo por la pobre factura y la dimensión binaria de una escuela superada: la del método de “Asalto y Robo al Tren” de comienzos del siglo XX, la del qualité del cine de papá, la de un impresionismo desfasado y deconstruido por la vanguardia, la de un estadio premoderno anquilosado en el conservadurismo de sus fuentes.
Allí permanece estancado el cuadro visual de La Villa del Cine. Ojalá algún día descubra la abstracción y la verdadera experimentación.
De lo contrario, continuará a la zaga del realismo social en los tiempos oscuros del retroprogresismo bolivariano.
Una tapadera para desviar la atención.
De “Una Mirada al Mar”, me quedo con sus enunciados y sus expresiones de disidencia, al cuestionar el engaño y la frustación, al denunciar el olvido hacia nuestros ancianos, al evitar caer en el lugar común del Chalbaud del siglo XXI, al refrescar el tema tabú de la expiración y la defunción.
No debe ser una película recomendable para proyectársela al “Paciente Inglés” de Miraflores.
Lamentablemente no es suficiente.
Extrañamos identidad en el desarrollo y contundencia al cierre.
Apenas se trata de una conchita lanzada en la orilla del mar rojo rojito de la felicidad.
Su happy ending la revela en todo su conformismo.
La transferencia la opaca y el mecenazgo la ensombrece.
Su enfoque antropológico es de curso de primaria.
Es el síndrome de las muestras colectivas curadas para salones académicos del Ministerio del ramo.
Rememora los vicios de las «Mega-Exposiciones» de Farruco y de las Ferias de Arte decorativo del este de la ciudad.
Su afiche es la punta del iceberg.
Una pincelada popular y populista inofensiva,inocua,aleccionadora y new age.
Superación de la adversidad para integrar en la colección de autoayuda del Centro «La Estancia».
PD: compárese con la sutileza y la envergadura de Takeshi Kitano en «Flores de Fuego».Auténtico poema de los infiernos y los demonios detrás de la pintura ingenua.