Circo, cine y depresión. Tres factores indisociables. “Agua para Elefantes” los vuelve a reunir para ofrecer una lectura sobre el pasado y el presente del sueño americano, lastrado por los efectos y daños colaterales del desempleo crónico.
De hecho, se establece un paralelismo entre la búsqueda de trabajo de un joven de los años treinta y un anciano de hoy en día. Ambos son el mismo personaje y parecen condenados a repetir su ciclo de ascenso y descenso, como una maldición del capitalismo.
Varias ideas de corte similar merecen rescatarse, antes de comenzar con la reseña de los defectos.
Primero, hay un hermoso subtexto de reflexión metalinguística, donde se rinde homenaje a la historia de los pioneros de la fantasía y la barraca de feria.
La cinta abre y cierra como una reivindicación nostálgica de los tiempos modernos y melancólicos de Chaplin, Keaton, Porter, Griffith y De Mille, cuando las masas descubrían el impacto de las imágenes en movimiento ante la decadencia del espectáculo itinerante de payasos, animales amaestrados y estrellas de la acrobacia.
Segundo,el director no es ignorante y plaga su puesta en escena de referencias al barroquismo de Fellini y los expresionistas de los años treinta. De hecho, lo mejor de la pieza consiste en admirar sus nexos con las obras maestras de Robert Wiene y Tod Browning. A “Freaks” se le paga tributo al rememorar su negrísima trama de venganza y motín contra el tirano de la empresa, pero al precio de abandonar su principal apuesta estética de glorificación de la así llamada “anormalidad”.
En efecto, aquí los bellos deben ganarle la partida a los feos, según la norma moral del pensamiento binario de la Disney. El autor es responsable de su traducción literal. En su descargo, retoma la senda conceptual de “El Gabinete del Doctor Caligari” para plantear un par de tesis inquietantes. Uno, el país es un circo gobernado con puño de hierro por un esquizofrénico materialista y deshumanizado. Dos, la única alternativa radica en desmontarle su reality show y buscar su derrocamiento por la vía de la resistencia civil y social.
El realizador Francis Lawrence no se anda con medias tintas y demostró parte de su nihilismo apocalíptico en las estimulantes, “Yo Soy Leyenda” y “Constantine”. De ellas rescata el enfoque de tebeo del infierno y cierta incorrección política, a favor de la despenalización de las sustancias prohibidas. Si antes era su apología al tabaco, acá pone a beber hasta las hienas. El paquidermo sale borracho a pararse de puntitas en el tinglado del Gran Dictador-Big Brother.
Así reafirma la última teoría deconstructiva de “Agua Para Elefantes”. En cristiano, todo la infraestructura del estado,de la república es una bestial y salvaje ilusión, una hipocresía, una pintura de Goya disfraza de carnaval de consumo y derroche.
Mientras la gente celebra de pie, los pobres mamíferos se mueren de hambre y soledad, al borde la peor explotación laboral. No en balde, el dueño los alimenta con comida podrida, cual remake posmoderno de “El Acorazado Potenkim”.
Mutatis mutandis, “Agua para Elefantes” bebe de una fuente destilada de ideas de izquierda y derecha. Desarrolla un esquema de lucha de clases,a la manera refinada y chic de “Titanic”, aunque se termina de decantar por un rancio conservadurismo de forma y fondo, bajo la sombra de sus clichés audiovisuales ilustrados por un reparto de lujo.
El matrimonio y la familia son la tabla de salvación.
Entonces los niños y las niñas ricas de Hollywood incorporan a los personajes pobres y desamparados del folletín, de la telenovela censurada en fase de clonación de la saga “Crepúsculo” y del síndrome “tarantinesco” de “Bastardos sin Gloria”.
A propósito,el plot es idéntico al argumento del culebrón sentimental de «Balada Triste de Trompeta».
Por consiguiente,la inexpresividad de Robert Pattinson echa perder la faena, aunado a la predecible amenaza de triángulo amoroso con la Bella Swan de Resse Witherspoon, quien vino a matar el tigre en un papel inverosímil de rubia tonta y huérfana, con pinta de Marilyn, adoptada por su mecenas, su comandante en jefe, su titiritero.
Ella resuelve sus coreografías con poca gracia y recuerda la pose fingida de Natalie Portman en “Cisne Negro”. El Coronel Landa la azota y la trae de regreso a sus lugares comunes favoritos de amenaza y parloteo con acento alemán. Su identidad fascista y neonazi carece del menor matiz y lo convierte en presa de manierismos desfasados y estereotipados, al punto de lucir como una autoparodia. Sea como sea, es un chiste repetido y devenido en morisqueta.
Tampoco ayuda la actitud de héroe machista y redentor del vampirito de la charada, al asumir la bandera de justiciero comanche y western de Brad Pitt en pos de la cabellera de su enemigo.
Sobra solemnidad en el absurdo desenlace y extrañamos el cinismo de Quentin, cuyo ánimo de revancha sí se replica al pelo, en la típica concesión reaccionaria con el espíritu de la época post once de septiembre. La clásica demagogia de ellos y nosotros, de la justificación del populismo de la seguridad nacional, con visos de coartada xenofóbica.
Por fortuna, el viejo Hal Holbrook saca la cara y la casta por el oficio, de la mano de sus portentosas y sentidas apariciones al principio y en el engañoso happy ending, diseñado para tranquilizar a la platea.
En realidad, es la cortina de humo para disimular el testimonio durísimo de un veterano cuentero, con mucha imaginación y la certeza de necesitar de un salario para sobrevivir. De repente le darán un puesto en el circo. El cierre apunta hacia allí, a la espera de un futuro de reconciliación con la prosperidad y la bonanza del vano ayer.
Sin embargo, la historia y la presencia del abuelo no nos deja de evocar el fantasma de la muerte, el eclipse, la pesadilla y el ocaso de las mitologías del séptimo arte y de la tierra de las oportunidades.
En resumen, no es un epílogo muy alentador. De ahí su posible relación con los alegatos crepusculares del tercer milenio.
Cuando baja el telón, unas películas en 16 mm, a blanco y negro, nos despiden. Describen un mundo bucólico a años luz del 2011.
Ergo, el cine también aqueja y alberga los síntomas de la enfermedad, los achaques de la crisis.
PD: como diría Ambretta Marrosu,la secuencia del montaje de la carpa es maravillosa. De igual modo, me conmovió el performance del elefante, a pesar de la manipulación sensiblera con su dolor de víctima de la intolerancia.
Claro mensaje de filiación new age, de superación de la adversidad.
pensaba verla, pero ahora no, no soporto ninguna imagen donde se maltrate a un animal, ni siquiera en ficcion
me gustó más dumbo
A mi también.
Saludos.
Si Christoph Waltz no funciona es ésta peli, pues para mi está despachada sin pasar por go…