La saga pudo morir mucho antes. Pero había la necesidad de prolongarla y estirarla al máximo, para garantizar la supervivencia económica de un modelo y de un sistema en bancarrota. Ahora en adelante, la industria deberá explorar y explotar otro filón. Aunque nadie descarta la posibilidad de volver a resucitar la historia del niño anteojudo, pero a través de su descendencia.
El final de la película así lo anticipa, mientras reconoce y subraya la madurez de su trío protagónico, envejecido de manera impostada con el mismo filtro digital de “Benjamin Button”. A lo mejor descubrirán la forma de hacer lo propio a la inversa, para seguir recuperando la imagen de sus niños pródigos. De cualquier modo, la llegada del cierre demuestra la obligación de culminar con el ciclo, en vista de su obvia extinción, decrepitud y agotamiento.
No en balde, la serpiente de la serie siempre se mordió la cola y empezó a dar vueltas en espiral desde la primera entrega. A partir de la segunda, la entropía del bucle era sintomática de la crisis de la época.
Desde entonces, solo cambiaba el nombre del director, a objeto de brindarle un pequeño barniz de modernidad a cada capítulo con olor a rancio. Algunos fracasaron en el intento y los rebotaron de inmediato. Alfonso Cuarón le imprimió demasiada personalidad a su encargo y por ello lo relegaron.
A la postre, la divisa de la Warner se conformaría con adaptarse al mediocre tono épico de Chris Columbus y David Yates, dos artesanos menores del gusto neoclásico y nostálgico por el Hollywood de la aventura maximalista y neobarraca de la posmodernidad, donde la pirotecnia se devora el contenido por medio de la reproducción en pantalla del simulacro del parque temático, bajo la posterior amplificación del efecto mediático del 3D. El último muro de Berlín de la vieja regencia ante la resistencia de sus innumerables adversarios de la comunidad alternativa.
De hecho, en el plano de la metáfora, el desenlace de “Harry Potter” supone una proyección y una sublimación de la guerra declarada por el establishment contra sus peores fobias, fantasmas, terrores y pesadillas, encarnadas en la figura semiótica y binaria de un batallón de almas de la oscuridad.
Típica cosificación maniquea de la alteridad por parte de los dueños del monopolio, quienes sueñan con la derrota de sus enemigos virtuales y reales(de la web y más allá).
Así, el epílogo de un curioso relato para niños,deviene en la prolongación del esquema belicista de la seguridad nacional,a la luz de las tradicionales dicotomías de la escuela conservadora y reaccionaria, entre lo bello y lo feo, lo apolíneo y lo dionisiaco, la civilización y la barbarie, la magia negra y la blanca, los outsiders y los insiders, los buenos y los malos, lo apocalíptico y lo integrado, lo pecaminoso y lo políticamente correcto.
A la larga, el protagonista se erigirá en bastión de la moral a defender de las puertas de la institución para adentro de la república, en una visión rabiosamente sectaria y beligerante de la democracia, del estado, al punto de conducirlo de retorno a la era de las cruzadas del medioevo, de los cuentos de brujas de la etapa feudal, de las fabulas de protección del territorio a la usanza de “El Señor de los Anillos”.
Mutatis mutandis, ambos folletines y novelones coinciden en la idea de despedirse con sangre, sudor y lágrimas, en pie de lucha por la soberanía del castillo invadido por los comanches.
Símbolo western del sacrificio heroico y patriótico por el resguardo de los valores de la patria. De ahí las coincidencias con el trasfondo de los “war games” y los teatros de operaciones de la propaganda audiovisual de reclutamiento.
Al respecto, la imaginería de la cinta no ahorrará recursos para ilustrar su mensaje en clave: un escudo antimisiles será indispensable para proteger la burbuja de cristal de la sociedad de los elegidos, de los herederos de la raza pura y benefactora de la humanidad.
Aquí el delirio mesiánico de la obra adquiere un tufo racista y hasta fascista, glorificando y justificando una violencia kamikaze similar a la de las piezas de trincheras de los aliados o los miembros del eje.
Se trata de un film restaurador,a paso de cangrejo, con olor a naftalina, cuya consumación invierte el código y el argumento de “La Aldea” y “Sector 9”.
Harry levanta el dique de contención y la barrera del apartheid, para invitarnos a refugiarnos en su “Mundo Feliz”, en su cumbre del saber y la disciplina, al margen de las tentaciones de la jauría del bosque. Es una tautología del discurso implícito de “La Caperucita Roja”.
Casi parece una celebración del encierro juvenil de “Canino”. No lo duden por un instante, “Las Reliquias de la Muerte” es su copia involuntaria, fabricada y diseñada por el mainstream, aunque exenta de su vena crítica e iconoclasta.
Después de todo, Harry se contenta con vencer a los forajidos, darle su lección de ética a los traidores, aprender de los maestros paternalistas, continuar con sus enseñazas, casarse, sacar barriga, criar muchachos y reencontrarse con sus amigos en la estación del tren, luego de encarrillar y embarcar a sus hijos hacia el destino de la paz, del color esperanza.
En su descargo, le rescato su secuencia onírica y fantástica en el purgatorio surrealista, al calor de un diálogo inspirado en Calderón de la Barca, “Matrix”, El Quijote y compañía.
Todo es una ilusión y no hay diferencia entre la vida y la muerte, entre el dios Dumbledore y el diablo Voldemort. Lastimosamente, Harry expurga y exorciza sus demonios internos para conseguir la redención, en aras de tranquilizar al público.
Yo lo hubiese dejado como el arquetipo de la ambigüedad del narciso contemporáneo, cargando con el pesado lastre de su “horrocrux” por los siglos de los siglos.
En cambio se opta por la limpieza y el lavado de conciencia, tipo mea culpa.
Si me dan a escoger, prefiero a los niños fantasmales e inquietantes de “Elephant” y “Zero en Conducta”, reñidos con los pilares de sus colegios.
Harry Potter es la punta acerada de la campaña del poder. Le sirve a la monarquía, a la derecha y a la izquierda de capa caída. Neutraliza a los chicos y los adoctrina con clases de pedagogía espectacular. Disipará por un tiempo los antiguos espectros de Mayo del 68. Blindará las fronteras y fungirá de estimulante de la xenofobia. Persuadirá a los acampados del inevitable regreso a las aulas. Fomentará la aceptación del cine como autoayuda y terapia de choque de la meca. Eclipsará la evolución del lenguaje de sombras.
Veremos si gana su batalla a futuro.
Por lo pronto, la taquilla le da la razón a su predica, a su sermón post once de septiembre, incorporado por las estrellas del melodrama teen.
Ojalá haya derecho a replica a su «King’s Speech».
PD:lo demás es un predecible juego de misterio y suspenso,estirado como el chicle.La pelea decisiva también adquiere el cariz de un «deja vu».No hay sorpresa,tampoco identidad.El conflicto se diluye y las acciones pierden interés en el transcurso del metraje,a merced de una borrachera de cámaras lentas,grúas y planos grandilocuentes.
Le faltó consistencia y le sobro melcocha.
Es una pompa de jabón.
El adolescente salva a Hogwarts y rompe el embrujo de la varita mágica.
Tremendo «Epic Fail».
Como dicen por ahí:hasta nunca,Potter.