La guerra de Vietnam, Watergate y Nixon influyen sobre el temperamento de los héroes de la DC Comics, para bien y mal. Estratégicamente, la compañía juega a la doble moral, como siempre, en el intento de complacer a la militancia bipartidista de la nación.
Así, hacia finales de la década del 70, resucita el patrón integrista de “Superman” a través del producto derivado de la película dirigida por Richard Donner. Ello confirma la evolución corporativa de la empresa,a raíz de su compra y absorción por parte del pulpo mediático de la Time-Warner, asociada a su vez con los factores de poder de la Casa Blanca.
Por un buen tiempo, cierto público joven rechaza el cambio oportunista de la divisa, mientras los dueños se empeñan en conquistar el público masivo, a costa de la adopción del modelo de Hollywood encarnado por la serialidad del filón del blockbuster, heredado del encadenamiento del comic.
Por consiguiente, la cinta “Superman” ratifica la simbiosis entre la industria del cine y del tebeo, en el marco del éxito de las sagas posmodernas de la época, como el caso emblemático de “La Guerra de las Galaxias”, suerte de plagio de los hallazgos e investigaciones de la Marvel y la DC Comics.
Por ende, la compañía del hombre de acero decide recoger los frutos en taquilla de sus propios descubrimientos bajo la capa de “Superman”, cuya irrupción también anticipará la entrada de Reagan a la escena de los ochenta y el regreso a la América del rearme moral de los cincuenta, como una forma de responder a la crisis y a la derrota sufrida en el continente asiático.
“Superman” reconcilia a Estados Unidos con el deseo de victoria frustrada por los comunistas, en una era de depresión y ausencia de una figura paternal digna de ejemplo a la cabeza del estado.
“Superman” trae de vuelta la ilusión de un país de oportunidades, gobernado por un benefactor de los pobres y un justiciero de las víctimas de la democracia. Además, es un periodista de lujo como los chicos del Washington Post.
En consecuencia, su potencial semiótico es demasiado funcional a los intereses del contexto. Hilando fino, podríamos achacarle al “Superman” de Richard Donner parte de la responsabilidad por terminar de aniquilar a la generación de moteros tranquilos y toros salvajes de la escuela de Coppola,Scorsese y Cimino(hoy deglutidos por la fábrica de entretenimiento para grandes y chicos).
Aparte, “Superman” inundó mercados y los boicoteó para obtener sus fines. En Venezuela, por ejemplo, sus distribuidores conspiraron para evitar el acompañamiento del corto criollo, “El Cuatro de Hojalata”, junto con su película. Eran las prácticas desleales de ayer, hoy y siempre.
Por fortuna, la luna de miel de La DC Comics con los republicanos de Reagan duró muy poco, al punto de estallar en mil pedazos durante 1986, cuando Frank Miller presenta al mundo su “Dark Night”. Una durísima revisión y actualización de los principios detectivescos y policiales de “Batman”, a la gloria de la mejor estética de vanguardia.
“Dark Night” es una bocanada de aire fresco y una cachetada en el rostro de los defensores de la pasividad y el optimismo. Su crudo pesimismo conjuga la paleta del film noir y la crónica negra, con el aire conspirativo de una bizarra fantasía distópica, donde la ficción se mezcla con la realidad para dinamitarla, a la usanza tarantinesca de “Bastardos sin Gloria”.
Frank Miller rescribe el fin de la historia, para meterse con la guerra fría, con Superman, con Reagan y con los cimientos de su país.
Tim Burton hace la versión en 1989 y recoge el nihilismo expresionista de la prosa del autor de “Dark Night”, con un “Guasón” iconoclasta y desesperado a la altura de la monstruosidad de Jack Nicholson. Reparte dinero por la calle, se burla de Warhol y del esnobismo bohemio de la cultura yuppie. El testigo lo recibirá el gigante de Nolan y su aterrador “Caballero Oscuro”, cimentado en los escombros del once de septiembre.
Pero antes acontece la famosa invasión británica de la DC Comics, ilustrada por dos genios, Neil Gaiman y Alan Moore. Resultado directo: la consolidación del sello “Vértigo” y el alumbramiento de otro puñado de obras maestras, de clásicos automáticos.
Léase “The Sandman”, “La Cosa del Pantano”, “V de Vendetta” y para rematar, “Watchmen”. La cima y la cúspide creativa del género en su vertiente más intelectual, revulsiva y autoconsciente. La madurez absoluta y el cierre con broche de oro de una etapa de renacimiento.
Después, como era de esperarse, comenzará el descenso, la repetición y la restauración gráfica y audiovisual de las constantes ya vislumbradas en el pasado.
Tras la caída de las dos torres, la “DC Comics” perfeccionará su paradigma esquizofrénico y bifronte desde el cine hasta el campo de las historietas, al brindar posibilidades de identificación a tirios y troyanos.
Se alabará el terrorismo como forma de resistencia de la mano de “V de Vendetta”. En paralelo, se cuestionará a Bush al vincularlo con la cacería de brujas de Nixon en “Watchmen”. Por último, consentirán a los héroes del 11-S desde la perspectiva kistch de “Superman”, en cuanto “Batman” le propinará una lección a sus alter egos de las masacres de Nueva York.
El dilema de la “DC Comics” es sembrar o no el pánico, es activar o no las bombas.
Como el camaleón, sigue un rato con el gobierno y otro con la oposición. Así nació, creció y se estableció.
Su persistencia nos habla de las dualidades y contradicciones de la empresa contemporánea.
De la contracultura como negocio al populismo del pensamiento blando y apolítico.
De Bush a Obama.
De la insurrección a la exaltación del universo disciplinario de los vigilantes de la paz.
De 1984 al Mundo Feliz.
De los apocalípticos a los integrados.
Alabados y desacralizados sean.
PD:nuestro artículo es una reseña histórica fundamentada en un estudio crítico del documental,»Secret Origin the Story of DC Comics».