Comencemos con algo positivo: el Che Guevara ya no es el rockstar de todos los eventos oficiales ligados a la cultura. En la II Feria del Libro de Caracas hubo un cambio, la imagen del Che fue sustituida por la imagen del Presidente de la República. Esta vez no se trata del socialismo, ni del proletariado, sino de él, de su enfermedad, de su lucha.
En los primeros quince minutos de mi estadía en la feria, he recibido cuatro veces una especie de folleto con la trascripción del discurso presidencial emitido desde La Habana, Cuba, el pasado 30 de junio de 2011. Impreso en papel periódico, todo el discurso cabe en el anverso y reverso de una hoja rectangular, con bordes rojos, en cuyas caras aparecen dos fotografías que muestran al mandatario venezolano con el dictador cubano, Fidel Castro.
Es lo más relevante que recibiré en toda la feria, porque lo demás da lástima. Lo digo sin soberbia y sin malas intenciones: la feria del libro de Caracas es un evento realmente lastimoso.
El descuido marca la pauta en todos los stands. El de Monte Ávila, que suele ser el mejor stand de las FILVEN, también da tristeza. De la biblioteca Ayacucho sólo hay unos esmirriados diez títulos. Los libros del Perro y la Rana están casi escondidos, y buena parte de ellos no se encuentran. Con decir que hasta la Librería del Sur del Celarg, está mejor surtida. Sólo los libros de la colección “las formas del fuego” están decentemente expuestos en una estantería, junto a una colchoneta en la que tres niños juegan.
Lo que sí hay, junto a la caja, es una montaña de ediciones del diario Ciudad Caracas, y mucho, muchísimos, demasiados folletos de los que me han entregado en los escasos minutos que llevo en el lugar. Compro un libro de Monte Ávila que realmente deseaba comprar y me voy a recorrer.
Muchos de los stands no tienen nada. Literalmente nada. El de la “Escuela Literaria del Sur”, tiene cuatro títulos, colocados por montón para disimular la escasez.
Otro stand vende documentales. A ese deberían bautizarlo como el stand “Ángel Palacios”. Ahí no hay nada, sólo las ediciones, medio piratas, de las películas del documentalista favorito del poder en Venezuela.
Hay un stand de libros de historia, colmado de biografías del Che, Trotsky, Bolívar, Marx y otros similares. También está vacío, a nadie le interesa.
Los que atienden los stands lucen cansados, tienen una cara de ladilla y resignación que, honestamente, no recuerdo haber visto mucho en las ferias pasadas. Incluso, una señora se rasca los pies, metiendo los dedos entre las horquetas de manera disimulada, para que nadie la vea.
Todo luce arrasado, vacío.
Luego, noto que hay movimiento en el centro de la plaza de los museos, allí está instalada una especie de carpa central, en la que se presentan libros y se dan ruedas de prensa. Sentados están: Earle Herrera, Roberto Malaver y Ernesto Villegas; en el centro destaca la figura del impresentable Andrés Izarra. Hablan entre ellos, mientras, al frente, un público aburrido espera el inicio del acto. Le paso justo por la parte trasera, camino al lado de Izarra, las ganas de decirle cuatro groserías se me agolpan en la garganta. Decido seguir mi camino y ubicarme al costado de la carpa, junto a la periodista de Vive Tv.
Camino un poco más y llego al stand de los libreros del puente de la avenida Fuerzas Armadas. La señora que lo atiende es la única persona amable de la feria. También es la única que está ocupada. No es para menos. En ese puesto es el único en el que se consigue algo que no sea basura ideológica. Allí compro una edición muy maltratadita de La Iliada, de Homero.
Me dirijo al Parque los Caobos, donde la exposición de dinosaurios me parece más noble que esta feria de mierda. Los dinosaurios animatrónicos son los mismos que en los 90`s llevaron a San Antonio de los altos, los que promocionaba un tal Víctor Chang. No han cambiado nada, pero la alcaldía del municipio Libertador y el ilegítimo gobierno del Distrito Capital, la promocionan como lo último de la tecnología, la experiencia más fantástica de estas vacaciones.
Frente al tiranosaurio pienso en lo mediocre de todo, en lo poco con que se conforman algunos. Esta cagada, esta feria mal hecha, dónde los escritores, incluso los que están del lado del gobierno, son tratados como mierda. Yo dije, refiriéndome a la pasada FILVEN, que estas ferias son como soma. Ya no lo creo. Esto no es soma, esto es piedra, y de la más barata, y aquí todos se la están fumando en una lata, debajo de un puente, muriendo lentamente.
Esta feria es una limosna, una sobra, una migaja. El mejor ejemplo está en el stand de la plataforma del cine. Un local realmente patético, donde no se encuentra ni una de las películas venezolanas, a excepción, por supuesto, de La Clase, el bodrio de José Antonio Varela, autoasignado por el corrupto Farruco Sesto. De resto, nada. Unas películas cubanas y algo de cine latinoamericano.
El cine nacional se puede ir al demonio. Ya lo decían, en uno de los comentarios del blog Vitral de Opiniones: “deben saber que la obra de nuestros cineastas están perdiendo la coloración porque sencillamente, el Minpopo (sic) que sí es capaz de sacar un DVD de este señor, no es capaz de rescatar nuestra memoria. Y lo más grave, es que el Estado, populachero y rentista, ha pagado varias veces a los cineastas derechos de sus obras pero no saca DVDs (sic) decentes de sus películas. Eso se llama CO-RRUP-CIÓN (sic).”
Paradójicamente, quienes hacen la denuncia, son un grupo de intolerantes, tan antidemocráticos y discriminadores como el propio Farruco. Acompañan sus señalamientos con listas negras y llamados a la limpieza de la administración pública, no sólo de corruptos, sino de infiltrados “escuálidos”.
Pero es que aquí la genuflexión se premia así, con limosnas. Y muchos se conforman con eso. Aquí no se trata de rebeldía, de luchar contra el sistema, el llamado es a tener un poco de dignidad, coño. No se puede ser tan arrastrado en la vida, vale. No se puede vender uno por tan poco. Es penoso ver a gente a la que uno le tiene algo de respeto por su trabajo, haciendo fila para jalarle bola a algunos de los pérfidos directores de las editoriales del estado; para, además, terminar aquí, en una feria decadente, arrumados en una esquina, y siendo tratados con al mayor irrespeto posible.
De pana que algunos escritores del patio me dan pena ajena. Son los mismos que saldrán a quejarse por esta nota y vendrán a llamarme resentido, o cualquier otro insulto sacado de su manual freudiano para principiantes con el que siempre atacan cuando se dice la verdad.
Me despido del tirano (el saurio, claro) y me voy de ahí. Al salir empieza a llover, otra lluvia triste, pienso.