Hay un estadio intelectual en donde nuestra fascinación natural por el mundo y sus misterios nos reduce a la burla propia de nuestro conocimiento. Y es que cada intriga resuelta, cada inquietud, cada teorema, deja más preguntas que soluciones. Son universos detrás del universo, son universos dentro del universo. Desde Sócrates hasta Voltaire, desde Newton hasta Ortega & Gasset, todos han convenido en que lo que sabemos es mera miseria ante lo que nos falta por descubrir. Esta ignorancia tan reveladora para nosotros mismos, es, paradójicamente, síntoma de sabiduría. “Todos somos ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas” –decía el buen Einstein.
Bien, entonces, ya que en nuestra pequeñez no somos capaces de aprehender todo lo concebible, lo mejor que podemos hacer es concentrarnos cada uno en saber muy bien lo poco que se sabe. Se requiere disciplina, tiempo, profundidad y orden. Esto es útil para nuestro entendimiento de lo que hemos elegido indagar, pero a la vez tiene el valor agregado de facilitar el desarrollo y ascenso del conocimiento; pues resulta evidente que es más fácil “apoyarse en las espaldas de los gigantes” para escalar en vez de comenzar la subida desde el principio, cada quien por su destino.
Pero hay una ventaja adicional: la historia. Sin duda es reduccionista concebir la historicidad de los hechos como una linealidad o como una proporcionalidad, pero sí es categórico el ordenamiento de los sucesos para poder entenderlos. La historia, la raíz de todo presente, está más emparentada con el futuro que con el ahora. Todo saber ha tenido su devenir natural, su tiempo y momento, y algunos hasta su superación. Un estudio metodológico y paciente de lo que nos apasiona permite una visión holística con todos los demás saberes; pero, de manera importante, contribuye a forjarnos la historicidad de los hechos, a entrever un punto de partida, que es la base del “a dónde vamos”, de la meta. En muchas ocasiones, la meta es lo que seremos.
En lo que en el contexto venezolano atañe, ha sido muy difícil establecer una congruencia con todas las ideologías convergentes en nuestra actualidad. Se habla sin denuedo de cristianismos, marxismos, guevarismos, bolivarianismos y hasta de Nietzsche. ¿Qué es todo esto, sino un remarcable desorden de las ideas y de los saberes? ¿Qué es todo esto, sino un flagrante desconocimiento de la historia, y hasta una posible manipulación de la misma? Así como ocurre con las leyes, ocurre también con la historia: quien por ignorancia o por voluntad la desvirtúa, es un criminal.
Particularizando el discurso, no se puede entablar una cofradía, por ejemplo, entre el marxismo y el bolivarianismo, siendo que Marx catalogaba de Soulouque al prócer libertador. Es realmente complicado imaginarse un Marx asintiendo una doctrina bolivariana (sea lo que sea que sus portantes piensen que signifique tal cosa), cuando, sin nada que perder o ganar de América, a muchos kilómetros de indiferencia de Venezuela, aseguraba éste alemán que Bolívar era un mal remedo acobardado de Napoleón Bonaparte. Tan duro fue en su “Bolívar y Ponte”, que dicho intento de biografía oficial fue omitido.
Poco hay de consistente, a su vez, en un Bolívar emblema de una causa socialista. La unión de los pueblos americanos y la victoria sobre el yugo español poco tenía que ver con la toma de los medios de producción. Las ideas de Bolívar no eran radicalmente económicas; no podían serlo, pues los pensamientos del Libertador, si se me permite, eran muy naïve como para emparejarse con los de Marx o Hegel en esos menesteres. Mientras uno moralizaba convenientemente el ser español y el ser americano, repartiendo muerte y vida arbitrariamente a través de proclamas y demagogias, otros teorizaban una dialéctica y un materialismo histórico como base de un nuevo orden económico propuesto. ¿Que lo que tenían en común era la liberación de los pueblos? Quizás, pero liberaciones desde perspectivas muy distintas, e incluso contradictorias.
Una más grande confusión sobreviene cuando adjuntamos la teoría marxista con la cristiana. No puede haber misticismos en los apologistas de Marx, pues su teoría es rigurosamente materialista. Con bases en el materialismo del gran Feuerbach, Marx concluye que la religión (aparte de ser el opio del pueblo, valga el reduccionismo) es uno de los medios históricamente opresores del hombre. ¿Cómo es posible, pues, que un marxista esté besando crucifijos o invocando deidades? ¿Cómo es posible, pues, que un cristiano o cualquier otro religioso se denomine a sí mismo socialista, marxista o comunista?
No obstante, existe algo en común entre cristianos y socialistas: el estrato moral, y la incompatibilidad de sus ideas con el devenir natural de los fenómenos. El cristiano coloca el centro de gravedad de la vida en el más allá en vez de un más acá; y el socialista coloca el centro de gravedad de la vida en el idealismo y en el romanticismo, en vez de guardar concordancia con la praxis. En uno y en el otro se necesita una voluntad adicional, un forcejeo largo y extenuante, para que sus ideas cobren vida, lo cual evidencia la innaturalidad de ambos. Si la naturaleza se comportara bajo los preceptos cristianos o socialistas, ya estaríamos extintos.
Sirva lo inmediatamente anterior para introducir oportunamente lo que sería la nueva variante sincrética de la actualidad venezolana: la filosofía de Friedrich Nietzsche.
Nietzsche fue un incansable, profundo y agudo defensor de la aristocracia de espíritu, elevando como valores todas aquellas virtudes que expandieran el poder de lo vivo. Como tal, y como abogado de lo natural (incluyendo todo lo terrible, cruel y derrochador de la naturaleza), era defensor de un supremo respeto por el individualismo, de una moral propia, del escepticismo y de las jerarquías espontáneas de la vida. Como es de suponer, todo lo que defendía son los opuestos exactos de los estandartes teístas (sobretodo los cristianos) y estadistas.
Este filósofo no necesita escuderos ante las demagogias cuando se le citan frases como:
“¿A quién es a quien yo más odio, entre la chusma de hoy? A la chusma de los socialistas, a los apóstoles de los chándalas, que con su pequeño ser socavan el instinto, el placer, el sentimiento de satisfacción del obrero — que lo hacen envidioso, que le enseñan la venganza… La injusticia no está nunca en los derechos desiguales; sino en reclamar derechos «iguales»… ¿Qué es malo? Todo lo que procede de la debilidad, de la envidia, de la venganza.”
“Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’.»
“El cristianismo ha tomado partido por todo lo que es débil, humilde, fracasado; ha hecho un ideal de la contradicción a los instintos de conservación de la vida fuerte; ha estropeado la razón incluso de los temperamentos espiritualmente más fuertes al enseñar a sentir como pecaminosos, como extraviados, como tentaciones, los supremos valores de la espiritualidad.”
“El cristianismo es una rebelión de todo lo que se-arrastra-por-el-suelo contra lo que tiene altura: el evangelio de los ’viles’ envilece…”
En comunicados recientes, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha resuelto encontrar inspiración en el libro más perfecto escrito por Nietzsche, “Así habló Zaratustra”. Como es de suponer, también ha dispuesto encausar forzosamente la filosofía de este autor para compaginarla con los ya sincréticos farfulleos que han sido comentados en un principio. Chávez afirmaba que veía “paralelismos entre las figuras de Jesucristo, Marx, Che Guevara, Bolívar y Nietzsche”; así como también aseguraba que el Súper Hombre de Nietzsche era muy similar al Hombre Nuevo Socialista, que se ha propuesto a impulsar.
Pues bien, estamos ante otro absurdo. No es que se tomen en serio estas melcochas oportunistas, cazadoras de mentes leves, así como tampoco son dignos de atención los murales con Jesucristo portando ametralladoras. Lo importante de todo esto (y casualmente es una idea de Nietzsche también) es que la historia documentada nada tiene que ver con congruencias ni con verdades; la historia es escrita por los que detentan el poder. El pasado, y por lo tanto el futuro, está en peligro cuando los poderosos marcan la línea editorial de los acontecimientos.
Por eso es una suprema irresponsabilidad que personas de alta influencia tomen a la ligera las palabras que brotan sin filtro de sus fauces. El peligro se acrecienta cuando estas mismas personas estilan ser ególatras y se ven a sí mismas como puntos de inflexión definitivos en el acontecer de los tiempos. Al presidente hay que sugerirle, además de que refresque las hazañas de un José Antonio Páez que se ganó su lugar en la historia venezolana con honor y sudor, que investigue muy bien el contexto y el trasfondo de las ideas que parecieran surgir de lo que lee. Pues, en “Así habló Zaratustra”, las alegorías a las ‘arañas con cruces’, al ‘espíritu de la pesadez’, a la transformación del camello en león y del león a niño; en estas y en otras ideas, se esconde un glosario personal de términos que solo es posible descubrir en “Sócrates y la tragedia”, en “Más allá del bien y el mal”, en la “Genealogía de la Moral”, en “El Anticristo”, y otros libros anteriores y posteriores al Zaratustra.
Y mucho antes de leer a Nietzsche, ¿por qué no se lee mejor “1984”? Después de 12 años y después de los ditirambos entre cuartas y quintas repúblicas, el doblepensar se ha hecho muy necesario para seguir respirando ese vaho político al que estamos acostumbrados. Cualquier parecido entre Eurasia y el Imperio es mera coincidencia…