Desde «Cassandra’s Dream» y “Vicky Cristina Barcelona” no se estrenaba oficialmente una película de Woody Allen en la cartelera nacional. Hace tres años del arribo a Venezuela de aquella tarjeta postal diseñada en el epicentro de la España cultural y esnobista(Javier Porta Fouz dixit).
Era la síntesis del acartonamiento de su fórmula y de su oportunista migración hacia el viejo continente, donde los productores se peleaban por apadrinar sus proyectos, como una garantía segura de reembolso de la inversión.
La burbuja del realizador había estallado en Estados Unidos,largo tiempo atrás, y se volvía a inflar en Europa con la respiración artificial del nuevo mercado de la comunidad económica.
Allí el director hizo su trilogía de Londres,iniciada por la choronga de “Match Point” y concluida,parcialmente,con «El sueño de Cassandra”. A su modo, las dos parecían remakes, refritos o versiones actualizadas de sus viejas glorias americanas. Me refiero a “Crímenes y Pecados”, “Hannah y sus hermanas”, “Annie Hall” y mucho del sentido plástico reivindicado en “Manhattan»,ahora importado al otro lado del atlántico, bajo el chantaje de la explotación turística de las grandes ciudades del mapa internacional.
Semejante operación de mercadeo, evocaba la estrategia encubierta(y descubierta por los críticos), detrás de las construcciones urbanas de la arquitectura milagrosa, cuyo “boom” coincidió con la llegada de la exaltación de Allen en los corrillos de Reino Unido y la madre patria.
De tal modo, sus películas constituían el perfecto correlato audiovisual de las torres de Babel y de los hitos edificados por el sistema de estrellas o el club de élite encabezado por Frank Owen Gehry, Santiago Calatrava, Zaha Hadid, Jean Nouvel, Herzog & de Meuron y Norman Foster. Juntos y revueltos encarnaron la esperanza del gremio ante el impacto de la bonanza financiera. Prometieron y cimentaron villas y castillos a lo ancho del tejido de las antiguas zonas rojas, de las villas miseria. Implantaron el modelo del “Efecto Guggenheim” como tabla de salvación de la humanidad. Del espacio basura pasamos al ornamento ,por lo general kistch, al costo de excluir y discriminar a los indeseables, a los huéspedes incómodos.
Fue un cuento muy bonito y posible, hasta cuando devino en la plataforma distópica de futuras revueltas por venir. La fantasía de la “gentrificación” de los barrios pobres se convirtió en una nube de polvo, tras la aparición de olas de indignados por aquí y por allá. No por casualidad, todo ello crece y decae, se expande y repliega, mientras abre y cierra la ilusión de la gastronomía molecular, anclada en el sueño clausurado del “Bully”.
Hoy es una falta respeto, una grosería ofrecer un plato a cambio de 300 euros, si consideramos las altas tasas de desempleo de los parados y preparados del país ibérico.
Salvando las distancias, “Conocerás al hombre de tus sueños”, y el cine de Woody Allen por extensión, tiende a formar parte del mismo entorno de colapso, al punto de lucir como un extraño anacronismo contemporáneo. Por algo, perdió completa vigencia en menos de doce meses.
Su estructura hueca y bucólica, más allá de su calculada incorrección política, es igual y equidistante a la de un elefante blanco de proporciones épicas, aislado de su contexto, elevado por los faraones del siglo XXI. Un platillo volador, un centro comercial, un mall, un Casino, una franquicia, un Oasis, un parque temático para hipsters, instalado en el corazón de un desierto al borde del caos, de la implosión, cual simulacro de Dubai protegido por medidas de seguridad, para mantener por fuera y al margen a los molestos vecinos del medio oriente. Casi un “Séctor 9”, un apartheid fílmico para el lucimiento de las neurosis y tragedias domésticas, de clase media acomodada, de Josh Brolin, Anthony Hopkins, Naomi Watts, Freida Pinto y Antonio Banderas, quienes gozan de interpretar sus estereotipos sobre un teatro de variedades intelectuales, ignorante y ajeno al infierno del presente.
Por eso, le fecha de caducidad de “Conocerás al hombre de tus sueños” se acaba de vencer, frente al averno de los sucesos del 2011. Woody Allen no supo y no quiso anticiparlos, prefiriendo guardar refugio en su concha de apartamentos de lujo, fotografías de una impresionante belleza plástica, locaciones de infarto, colores de revista inmobiliaria y luces de clasicismo “deconstruido” con guantes de seda.
En descargo del panorama habitual del autor, podemos rescatar la solvencia humorística de sus secuencias de siempre, de sus diálogos,de sus complejos de Edipo, de sus parodias, de sus chistes contra el discreto encanto, la racionalidad imperante y la eterna búsqueda de la felicidad en el éxito, al precio de costumbre.
La doble moral del creador ataca la debilidad del hombre promedio, y rescata la ingenuidad de la alienación de una madre, como única oportunidad de redención. Ahí subyace la ironía del tratado existencial, implícito en el guión.
Los escritores, los codiciosos, las mujeres desesperadas, las prostitutas, los coleccionistas de impresionismo barato(aunque caro en la factura) y los dinosaurios babosos, fracasan en el intento de conseguir los fines y objetivos, a fuerza de utilizar los peores medios. Allen los condena en su cínico sermón de la montaña de autoayuda, cerrándoles las puertas del paraíso. Solo una lunática, una romántica empedernida, emprende el vuelo del Ícaro en el agridulce y ambivalente happy ending. A lo mejor se quemará en el trayecto, pero al menos el director cumple con exponerla como paradigma de la perdición de la época. Idea, por cierto, vinculada a la tesis de “Happy-Go-Lucky”, comedia de un tono menor cercana a “Conocerás al hombre de tus sueños”.
Aquí me reconcilio con Allen. Según él, no hay tal cosa como un príncipe azul, un amor duradero y una luna de miel. Apenas en las animaciones de Disney.
Lamentablemente, su teoría es un juego de niños de cara a los problemas del Reino Unido, hoy en día. Ni hablar de la evasión y del escapismo prolongado en “Midnight in Paris”, con Carla Bruni incluida en el paquete presidencial, al gusto del “Discurso del Rey”.
De hecho, Sarkozy la aclama de pie.
Woody Allen decidió retirarse como Cantinflas. Viviendo de su fama, de su herencia y de su conformismo en el exilio dorado.
Ojalá despierte de su estado catatónico y vegetal.
No soy optimista al respecto.