EL DESAFÍO DE LA HUMANIDAD
POR CARLOS SCHULMAISTER
La historia del género humano es la historia de los conflictos sociales, de sus diversas formas de manifestación, de sus causas, de sus alcances y de sus consecuencias.
Todos los conflictos sociales -los del pasado, los del presente y los del futuro- constituyen expresiones de la lucha entre, por un lado, las necesidades y los deseos de toda clase (las demandas) de individuos, colectivos, clases sociales, grupos sociales y sociedades (los demandantes) y por el otro las diversas formas y grados de satisfacción de aquellas.
Las demandas y sus correspondientes satisfacciones y/o insatisfacciones se concretan en un abultado conjunto de cosas de lo más variadas, especialmente de bienes y servicios materiales e inmateriales, y también de otras cosas que en ocasiones son el fruto de necesidades ya satisfechas o los disparadores para buscar su satisfacción posterior, como por ejemplo los gozos y los sufrimientos en su más amplia diversidad, es decir, el mundo de las sensaciones gratificantes físicas, psíquicas y espirituales.
Históricamente los hombres han experimentado cambios en sus necesidades y en todo aquello que podía ser objeto de deseo; por supuesto, también lo han hecho los modos históricos, particulares, concretos, de satisfacerlos; es decir, los elementos, bienes y cosas pasibles de cumplir tales funciones han ocupado prioridades distintas a lo largo del tiempo.
Los cambios en la cultura como producción y creación implican simultáneamente cambios históricos tremendos del poder dela razón. Suprogresivo desarrollo produjo, produce y producirá transformaciones concatenadas que, en líneas generales, se corresponden con saltos cualitativos de la condición humana y de la civilización misma. Ello se refleja básicamente en el aumento sostenido del número de seres humanos, en el aumento y diversificación de sus necesidades y deseos, y fundamentalmente en el de los bienes destinados a satisfacerlas, para lo cual tuvo que mejorar también la accesibilidad social de hecho y de derecho a esos bienes. A su vez, esta creciente y constante accesibilidad es causa y consecuencia de transformaciones relacionadas con la autopercepción del género humano y con la creación de conciencia respecto a su unidad fundamental. Ambos desarrollos: uno ético, y el otro material, constituyen los dos aspectos fundamentales del desarrollo de cualquier civilización.
Simultáneamente en la historia se hallan presentes la producción y demanda social de insumos que no son compatibles con la vida y la reproducción del género humano, como ocurre con todo lo que se relaciona con la producción de muerte, dolor y sufrimiento tanto ajenos como propios; léase guerras, crímenes, dominación, explotación, etc.
Sin embargo, por más que el horror sea parte del escenario habitual de la historia a la larga o a la corta acaba siendo derrotado por otros anhelos y luchas en pro de la afirmación de la vida y de la mejora de su calidad, por más que muchas cosas relacionadas con el mal adquieran valor y se conviertan cada vez más en mercancías transables. Aún así, no constituyen filosóficamente bienes.
Todas las cosas se presentan con formas, contenidos y cualidades que definen su naturaleza o condición, pero las cosas materiales también lo hacen en magnitudes, es decir, en dimensiones y cantidades. Cuando esos bienes satisfacen necesidades humanas, de la tensión entre la magnitud de su existencia y la magnitud e importancia de su demanda surge otro fenómeno que los transforma pero no en si: el valor.
La revolución agrícola primero, luego la revolución industrial y últimamente la revolución informática han cambiado muchísimo las apetencias de valores, las formas y procedimientos para alcanzar su satisfacción y las cosas y bienes que podían utilizarse para ello. Para ello debieron producir extraordinarios aportes cualitativos y cuantitativos de energía aplicable a la producción de la vida material (las dos primeras) y al mejor aprovechamiento, rendimiento y productividad de la actividad humana (la última).
Vale reiterar que la marcha de la humanidad no ha sido constante hacia el progreso de la condición humana. Por el contrario, ha sido contradictoria, sobre todo en los últimos dos siglos y medio, habiendo experimentado avances formidables tanto como increíbles retrocesos, sobre todo en torno a los valores, por lo que muy bien podría decirse que muchos valores tradicionalmente tenidos por clásicos, absolutos o universales, es decir, reconocidos y aceptados como valiosos para todos los tiempos y lugares, no lo han sido siempre, pero lo que es más grave aún, tampoco lo son en el presente ni lo serán seguramente en el futuro.
De modo que el estudio de la evolución de las nociones de valor -incluidas todas las clases de valor y no sólo el valor económico-, el estudio de las apetencias de valores y hasta el de los valores históricos de los bienes sería otra forma interesante de interrogar la evolución de la “humanidad” del género humano (sic), es decir, aquello que históricamente configura la condición humana. Análogamente, ésta también podría estudiarse atendiendo a la evolución de los disvalores correspondientes, pero fundamentalmente sería necesario tomar en cuenta el balance histórico entre ambos opuestos para apreciar los desarrollos reales, en cada época, de la condición humana, así como también los potenciales, o sea aquellos posibles pero no realizados suficientemente.
Queda claro que todos los cambios son causas y consecuencias de nuevos conflictos sociales, toda vez que las satisfacciones anheladas no se pueden cumplir, o se cumplen parcial o deficientemente. Por lo tanto los conflictos se multiplican y se reproducen constantemente bajo apariencias distintas, o sea, bajo caracterizaciones diferentes, por más que en el fondo tengan raíces que los emparentan, y elementos recurrentes.
Dicho de otro modo, en cada nuevo conflicto se reproducen más o menos visible u ocultamente, y más o menos intensamente todos los conflictos conocidos y los nuevos aun no suficientemente conocidos ni comprendidos, por más que frecuentemente los contemporáneos respectivos no sepan o no puedan distinguir con claridad lo que es recurrente y lo que es verdaderamente novedad en la historia.
Todas las crisis reproducen en diverso grado otras crisis anteriores que son fruto de las irresueltas problemáticas existentes en torno a las magnitudes de valor en tensión dialéctica en cada tiempo y lugar, como las de abundancia, escasez, mucho o poco, suficiente o insuficiente, limitado o ilimitado, bueno o malo, conveniente o inconveniente, y otras similares aplicables tanto a insumos materiales e inmateriales como a grados de satisfacción subsiguientes.
De allí puede preverse que los problemas actuales de la humanidad no se resolverán administrando o regulando las magnitudes de los bienes existentes y susceptibles de satisfacer sus demandas principales o básicas. Quiero decir, no se resolverán nunca definitivamente por esos medios, por más que al intentarlo deban realizarse necesariamente porciones considerables de ciertos valores y apetencias fundamentales de la vida societaria, como por ejemplo el de la justicia en sus diversas formas, lo que sucedería claramente si mejoraran las formas y grados de satisfacción de las demandas básicas de sectores vulnerables y mayoritarios del planeta. Por más que sea imprescindible llevar a cabo urgentemente esta justicia reparadora, los recursos energéticos mundialmente disponibles se hallan al límite de su explotación racional.
Todos los bienes materiales e inmateriales son bienvenidos durante un tiempo, mientras satisfacen porciones interesantes de necesidades y anhelos humanos y mientras dinamizan la vida material y espiritual de una sociedad (sabido es que los valores más deseados son aquellos que son más negados), pero también llega un tiempo en que su disponibilidad y administración puede tornarse poco flexible hasta llegar a la rigidez, momento en que llegan a constituir rémoras para la solución de las próximas crisis.
Todo lo nuevo se vuelve viejo y en consecuencia predecible, pero los remedios no son siempre efectivos para las aparentemente mismas crisis a lo largo del tiempo. Por más que el mundo y la historia se reiteren y se vuelvan cognoscibles, el tiempo cambia las cosas sin que a menudo nos demos cuenta.
Tampoco es posible satisfacer las necesidades básicas de la humanidad en el límite de las actuales magnitudes de producción de la vida material a costa de reducir su conciencia de unidad, de libertad, de igualdad y de justicia, y en consecuencia disminuir sus efectivos derechos. Sin embargo, la solución no consiste en reeditar conocidas propuestas demagógicas y sensibleras que apelan, por ejemplo, a clausurar la cultura del ocio, de la estética o del placer, como si dejando de fabricar perfumes en todo el mundo se pudiera solucionar la problemática de la pobreza y el hambre. Además de infantiles, propuestas de esta clase resultarían peor remedio que las enfermedades que supuestamente intentaran curar o simplemente mitigar. No obstante, hay que reconocerlo, ellas siempre atraen espíritus inadvertidos.
En la etapa de la Globalización no cabe otra cosa que seguir adelante buscando soluciones a escala planetaria, para lo cual se debe exorcizar el término “progreso” de sus reales o supuestas connotaciones nefandas, pero sin reducir de hecho ni de derecho la condición humana, especialmente la de los desheredados sociales (¡sabido es que en todas partes “el hilo se corta siempre por lo más delgado!”).
Mientras el crecimiento demográfico funcione descontroladamente en algunas partes del mundo, mientras no exista control de la natalidad en forma igualitaria, es decir, mientras para algunos sea un derecho y para otros una obligación, y mientras el desarrollo siga siendo una quimera en la mayor parte del planeta las cantidades de energía actualmente disponibles y sus tremendos costos y consecuencias continuarán agravando cada vez más los conflictos mundiales en todas partes.
Por lo demás, los centros de poder político y económico mundiales no desparraman humanización ni democratización desde sus cúpulas, sino que esos valores seguirán siendo anhelados y perseguidos desde las bases de la sociedad mundial, generando así previsibles y renovados conflictos, pero… ¿a qué costos cada vez?, ¿y con qué modalidades? Porque bueno es recordarlo siempre, nadie se deja morir por hambre, cualquiera sea la causa de ésta.
En consecuencia, hay que producir más para satisfacer las futuras mayores necesidades y demandas mundiales, pero a la vez hay que trabajar para cambiar la extendida cultura del derroche y de la corrupción pública y privada, la de la ambición desmedida de las clases dirigentes, la de la imprevisión deliberada de la sustentabilidad de la vida física, y también de la destrucción de la naturaleza como forma de producción y de reclamo y expresión de demandas sociales insatisfechas y reprimidas.
Por lo mismo, tampoco son soluciones reales las que insisten en la superexplotación de los recursos naturales no renovables bajo los mismos condicionamientos que tiene su actual explotación.
Sólo una nueva revolución planetaria que permita capturar y ejecutar grandes cantidades de nuevas energías pero sin los efectos negativos de la explotación de los recursos naturales actualmente conocidos podría dar una esperanza cierta a la disminución de conflictos que se vuelven omnipresentes cada vez más, comenzando por el más viejo de todos que es el de la supervivencia física de la humanidad.
Aun así, si se produjera un considerable plus de energía limpia y más barata pero su control permaneciera en las mismas condiciones que actualmente, es decir, en manos de los poderosos de siempre, no acabarían los conflictos ni se reducirían. La explotación del petróleo y el carbón enla Revolución Industrialno sólo aumentó la energía disponible y ejecutada que trajo innegables beneficios que poco a poco se extendieron por todo el mundo… También produjeron la segunda etapa colonialista y el imperialismo.
De ese modo las limitaciones, la rigidez y la gran concentración económica y financiera de las magnitudes de la producción de la vida material han de acabar matando la vida espiritual, es decir, la humanidad de los hombres, todo aquello que define el potencial y las expectativas acerca del género humano, produciendo lo que en otra parte (“¿Muerte, resurrección o regeneración de la humanidad de los hombres?”) señalé como la deshumanización definitiva que nos aguarda, habida cuenta de que ella ya ha comenzado y es evidente en la degradación actual de la política, la economía, la religión y la ética a nivel mundial.
En consecuencia, es necesario apostar cada vez más al desarrollo de la educación y de la investigación científica y tecnológica, en busca de la racionalidad y la eficiencia económicas imprescindibles para la explotación sustentable de la naturaleza y la producción creciente de bienes y servicios, pero simultáneamente hay que trabajar por la realización de cambios imprescindibles de tipo cultural e idiosincrático en todos los campos del pensamiento y la vida social si se quiere soñar en un posible relanzamiento de la humanidad.
Reitero, son dos tipos de innovaciones imprescindibles de realización simultánea. Ninguna por si sola será suficiente. Y por separado, lo que cada una logre será causa de nuevos conflictos en la humanidad.
Lo que no hemos mencionado hasta aquí, pero se sabe, es que los conflictos tienen lugar a escalas cada vez mayores, con costos económicos y morales tremendos, y que junto al empeño colectivo por la reposición de valores conculcados -o sea lo que permite el optimismo de la razón- inexorablemente aparecen en ellos disvalores que expresan el poder de la sinrazón, de la irracionalidad humana.
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